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El monstruo de St. Pauli

Muerte con olor a orina, sudor y alcohol.

El monstruo de St. Pauli

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 4/5

Repugnante, pornográfica, incómoda, brutal, apestosa, descarnada, abyecta, lisérgica, impactante, infecta, ácida, etílica… podríamos pasarnos toda la cuarentena sacando adjetivos que acercasen al lector la experiencia que supone visionar el nuevo trabajo del enfant terrible del cine alemán Fatih Akin.

En su pase en el Festival de cine de Sevilla del pasado año, como también pasó en la Berlinale del 2019, no fueron pocas las personas que se levantaron horrorizadas en mitad de la proyección. Tampoco escasearon los suspiros de desagrado o la gente que volvía la vista en alguna de sus atroces secuencias. Akin ha construido una obra tan fea de contenido como genial y brillante de forma, lo que hace del resultado una experiencia singular para cualquier espectador valiente que quiera pasar un mal rato y asomarse a la parte más deprimente y oscura de la personalidad humana: No sólo la de su protagonista, un asesino disfuncional en todos los posibles aspectos de la psique, sino también la de la mente de sus víctimas femeninas, degradación y humillación hecha carne.

Corre el año 1974. En los tugurios alemanes se hacinan alcohólicos y gente de mal vivir, sin más ambición que la de disolverse en los vapores etílicos de los licores. “El guante de oro” es una de esas tabernas en las que todos se conocen pero nadie parece echar en falta a nadie. Dentro de este sórdido espacio, donde las cortinas permanecen constantemente cerradas para detener el tiempo, encontramos a Fritz Honka (que será apodado en la realidad como “El monstruo de St. Pauli”), un hombre contrahecho al borde de la deformidad, que vuelca toda su frustración torturando y asesinando a las mujeres que lleva a su casa. Tras sus crímenes despedaza a las victimas y las guarda, envueltas en periódicos y ambientadores de pino, en los armarios y tabiques de su diminuto hogar. Pese al terrible olor que emana su buhardilla, el barrio rojo es un lugar tan infecto que nadie parece percatarse de la amenaza.

Ambientada rigurosamente en acontecimientos reales (como demuestran las fotos del caso original que se exhiben durante los créditos), el director narra de forma casi capitular las diferentes experiencias de su protagonista, reservando la autentica brutalidad de sus actos a su impactante segunda mitad, pero construyendo, en el camino, un relato en constante crescendo donde desfila una galería de perdedores que suscitan, en el mejor de los casos, compasión.

Con una fotografía de colores cálidos, donde predominan los tonos amarillos, todo el film parece oler a orina y sudor. Transmite, minuto a minuto, un malestar al espectador que hace que uno se sienta abrumado por la asfixiante atmósfera del producto. La cara de repugnancia de todo el que cruza el umbral de la casa de Fritz, o el verle vomitar al abrir la trampilla donde guarda parte de los cuerpos, nos hace casi percibir el hedor de esa casa, al igual que la neblina del bar, donde transcurre gran parte del metraje, parece llevar a nuestra nariz los matices del sudor rancio de las prostitutas y las ancianas, el aliento del alcoholismo, y el viciado olor de los cigarrillos apurados hasta quemar el filtro. Todo, por usar un término pictórico, parece un cuadro de George Grosz pasado de vueltas.

Pero si oscuro y manchado de grasa y fluidos es el envoltorio más lo es aún su guion. Resulta desesperante contemplar la sucesión de episodios degradantes, de humillaciones y agresiones que sufren los personajes; más aún cuando todo se sumerge en un sutil humor negro, de ese que te hace sentir culpable y que se queda congelado en la comisura de los labios.

Siguiendo la senda de otros actores que esconden su belleza bajo prótesis y látex para exponer su buen hacer interpretativo, el guapo Jonas Dassler, se transforma en el grimoso asesino de St. Pauli, en una actuación soberbia que le confirma como un gran actor, elevando su imagen por encima del rostro popular juvenil de la escena alemana que era hasta ese momento.

Fatih Akin, cuyo anterior trabajo “En la sombra” era un desgarrador thriller de venganza con el trasfondo del resurgir del nazismo en el corazón de Europa, elabora un film absolutamente transgresor de los límites del cine de autor, y no digamos ya del comercial. Sus generosos desnudos y la forma descarnada en la que aborda la violencia de género, suponen todo un pulso a las distribuidoras pues, desde luego, hay que tener mucho valor para comercializar un contenido tan susceptible de ataque por los guardianes de lo políticamente correcto. Aún así, la elegancia del realizador huye del gore fácil y, pese a lo brutal, es más lo que imaginamos que lo que realmente vemos. Akin juega con maestría con el encuadre y el fuera de campo para que, finalmente, sea el espectador, con su imaginación, quien construya la pesadilla de forma completa. Aún así, escenas tan explícitas como la muerte a golpes contra una mesa de una de sus víctimas o la paliza que propina a su esporádica compañera de piso, nos harán apretar los puños de impotencia y de rechazo.

Nos encontramos ante una de esas muestras de gran cine que resultan imposibles de recomendar. Desde luego el trabajo de cámara, de interpretación y su guion merecen su visionado, pero su contenido es venenoso y hay que ser consciente de donde entra uno para no salir demasiado afectado de este viaje. Cine singular perfecto para los lectores de Almas oscuras.

Lo mejor: Hiperrealista fresco de la pobredumbre humana.

Lo peor: La experiencia es nauseabunda


Vuestros comentarios

1. 25 mar 2020, 00:07 | Varón Dandy

Tremenda!

2. 25 mar 2020, 06:54 | game of trolls

es cuestion de ver el deplorable estado de la casa del asesino (todo sucio por donde lo mires y con un monton de fotos de minitas en bolas decorando las paredes) y trascarton verlo al tipo desnudando a una de sus victimas y cortandole el cuello con un serrucho y guardando las partes en un anaquel inferior de la mugrosa cocina como para que ya te estes preparando para ver cosas peores. el bar que frecuenta no le va en zaga en cuanto a sordidez (incluso la gente que va alli es igual de desagradable que el asesino en especial un tipo rubio muy siniestro que usa lentes negros rotos) y la absoluta nula autoestima que tienen las pobres victimas mujeres que el asesino se lleva “pa la casa” (la de la segunda foto lo llama “jefe” para que vean su grado de sumision, hay una vagabunda cerca del final que se las trae en eso de tirarse abajo y la de la muerta a golpes contra la mesa que menciona tito). cuando consigue un nuevo trabajo como vigilante nocturno pareciera que va a tener una especie de redencion pero dura poquito. no hay salvacion ni esperanza para este tipo ni para nadie que aparece en esta pelicula ¡si hasta el hermano del asesino es medio raro!

CONCLUSION: es desagradable desde que empieza hasta su final. ¡pero està buena!

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