Akelarre

A un género, como es el fantástico, tan aficionado a los clichés hay que aplaudirle siempre la entrada de aire fresco; la llegada de propuestas que, usando estos lugares comunes, lleven las tramas a territorios nuevos. También es digno de aplauso que un director decida cambiar formalmente la manera de encuadrar una situación, saliiéndose de los estándares estéticos que se han ido realizando para historias de puntos de partida similares. El cine de época, sin ir más lejos, suele presentar siempre una fotografía preciosista, muy influenciada por lo movimientos pictóricos figurativos de la época que aborda, donde la cámara suele ser estática y donde el plano general y medio parecen imponer su ley. El director argentino Pablo Agüero ha decidido en “Akelarre” saltar por encima de la normas formales de cine de época, y valiéndose de los elementos del cine fantástico ha construido un drama brillante, que utiliza la brujería para hablar de temas actuales y que tiene ese aroma entre crónica real y cuento adulto que encanta a este que va a firmar la reseña.

Nos situamos en los primeros años del siglo XVII, en un pequeño pueblo vasco en el que los hombres se han echado a la mar y las mujeres viven cuidando las cosechas y los animales. Un día llega a la región un inquisidor (Alex Brendemühl) en busca de brujas que le revelen la ceremonia a seguir para poder contactar con Lucifer y sus fuerzas. Apresa a seis jóvenes que sospecha pueden estar hechizadas y comienza con ellas sus métodos para sacarles una confesión. Rápidamente las acusadas ven lo cerca que están de arder en la hoguera y buscan la forma de satisfacer la curiosidad del sádico inquisidor.

Como en Las mil y una noches, las protagonistas de esta cinta han de alimentar la fantasía de sus jueces con historias para evitar el cadalso. Se las acusa de un crimen que desconocen, con lo que primero han de ingeniárselas para sonsacar lo que la Iglesia desea de ellas, y después han de aportar soluciones imaginativas a esas pretensiones, valiéndose de canciones y leyendas populares. Se establece entonces un juego de seducción, de cambio de poderes entre el inquisidor Rostegui y una de las muchachas que se erige como líder del grupo. El personaje de Alex Brendemühl, es un ser que de tanto mirar por el abismo se ha transformado en negrura. Con una manifiesta ausencia de empatía y fe, que busca desesperado confirmar la existencia de un ser superior y todopoderoso: Satán.

Es curioso ver como un director argentino decide rodar más de la mitad de su cinta en un idioma, el euskera, que desconoce. Se ha guiado por el instinto y la musicalidad de las frases para supervisar esas secuencias, y tenemos que decir que el resultado es sobresaliente, pues sus jóvenes actrices están estupendas. También resulta osado el uso de la cámara que ha empleado para encuadrar su historia. No serán pocos los momentos en los que tengamos la sensación de que todo está siendo filmado con una cámara digital, los movimientos de la misma, el foco y la luz nos transmiten la sensación de algo actual. Casi de un directo, algo que puede sacarte de la cinta en los primeros compases pero que, cuando entras en el juego, da ese aire de contemporaneidad que sin duda Agüero persigue. Preguntado a este respecto, él mismo dice que igual que no existían en esos siglos cámara de cine tampoco existían digitales con lo cual es igual de lícito el acercamiento que se utilice, que su planteamiento choca sólo por el hecho de que nos han acostumbrado a que el cine de época ha de tener necesariamente un planteamiento formal en el que domine la composición sobre la acción, que ha de ser como un cuadro estático que vemos en un museo.

Mención aparte merecen, entre todo el reparto que como dije es genial, sus dos protagonistas: Alex Brendemühl demuestra nuevamente ser un todoterreno, y regresa a explorar registros oscuros con un personaje construido con una rasposa voz ronca de tono susurrante. En los mejores instantes del fin se mide de igual a igual con la actriz Amaia Aberasturi, con un papel nada fácil que ha de seducir y a la vez destilar inocencia. Tengo que decir que el descubrimiento de esta intérprete merece ya de por si el visionado de Akelarre. Además, para los amantes de la secuencias más sensuales, la actriz y el director nos regalan un desnudo trasero que es pura poesía (la toma tiene de fondo una hoguera y por momentos puede dar la sensación de que las llamas surgen de su propio sexo).

Akelarre huye de la violencia explícita y las secuencias de tortura están perfectamente medidas para no hacer de ellas un espectáculo gratuito. Su reflexión gira más en torno a otras violencias: las que acallan las voces diferentes que se resisten a ceñirse a las normas establecidas. Habla de la forma en la que la fuerza masculina ha sometido y somete, aún a día de hoy, a la mujer pero también dibuja la fuerza de ellas para encontrar las fallas del discurso machista y abrir vías de resistencia, habla también de la insistencia de las religiones por imponerse sobre pensamiento diferentes a sus doctrinas y, finalmente, alerta también de lo amenazante que es el poder cuando uno se habitúa a él… Reflexiones todas ellas tan necesarias que ya de por si hacen recomendable esta cinta.

Pero no me gustaría despedir esta reseña sin señalar el sobresaliente trabajo de montaje de planos del que hace gala “Akelarre” todo un ejercicio de estilo y modernidad que con osadía no se preocupa demasiado por los saltos de eje o las diferencias de tono interpretativos de diferentes tomas. Su responsable, Teresa Font, hace un ejercicio de orfebrería valiente que nos regala secuencias tan asombrosas y dinámicas como el “Akelarre” que da nombre a la cinta y que no tiene que envidiar a otros recientes como de Guadanino en “Suspiria”.