The toll

The toll se ajusta a lo que busca un espectador cuando se anima a ver una cinta de miedo: que te metan un par de sustos potentes, que se cree una atmósfera malsana y que te mantengan intrigado, a ser posible todo el metraje. Lo hace con una pareja en un coche perdida en un bosque eterno que, como una cinta de Moebius, gira sobre sí mismo sin tener fin. La película gozó de muy buena acogida en el Festival de Sitges, principalmente porque sin demasiados trucos contiene una primera parte muy inquietante... después pierde enteros, aunque os lo cuento en otro párrafo.

Cami (Jordan Hayes) acaba de aterrizar en Minesota para visitar a su padre que vive en una granja en medio de ninguna parte. Es medianoche y para llegar hasta su destino decide tomar un Uber. La recoge Spencer (Max Topplin) un conductor con muy pocas dotes sociales, que cuanto más habla con ella peor impresión le causa. Cuando la cosa no podía empeorar, el coche se estropea en el corazón de un frondoso bosque del que aparentemente no pueden salir.

Sin ser visualmente oscura, The toll sabe valerse de la penumbra para suscitar miedo. Aunque a los personajes los veremos de forma clara gracias a linternas y a un acertado uso de la iluminación, el resto permanecerá en una amenazante oscuridad plagada de sombras largas. Desde los primeros minutos la sensación de amenaza y aislamiento será intensa. La dinámica entre los dos personajes nos invita a no saber qué rumbo va a tomar toda esta historia y la verdad es que lo hace tan bien, que cuando se decanta por lo sobrenatural da un poco de pena dejar aparcadas las otras posibles variantes.

Como siempre, me gusta emparentar películas; creo que eso hace más fácil para el lector saber si el formato será de su agrado. Diré que este viaje recuerda en varios momentos al de la familia de Dead end, aunque aquella me pareció muchísimo más terrorífica. También hay mucha influencia de Silent hill; estas apariciones de seres amortajados en tela de arpillera son como una versión low-cost de los espectros del pueblo del videojuego Konami.

Desgraciadamente su segundo tramo es demasiado reiterativo. Suceden muchas cosas aparentemente, pero pasar, pasa poco. La pareja va de un lado a otro, en un juego de desconfianzas estirado hasta lograr la duración precisa de un largometraje, al tiempo que se explican acontecimientos pasados que deberían cincelar más a los personajes, pero que no funcionan demasiado bien. Pese a este descenso en el interés, lo cierto es que su cortísima duración y la tensión del inicio animan a verla del tirón y pasar un buen rato. Termina de lastrar la nota la conclusión: un tanto tramposa y precipitada. Creo que hubiera sido preferible que la trama siguiera la pista falsa que el guion dejaba en su primera parte (de la que, si eso, me extiendo en los comentarios de abajo).

La pareja protagonista se encarga del 90% de los diálogos de la trama. Los actores que los visten no lo han tenido nada fácil: su presentación inicial es deliberadamente ambigua y antipática para el espectador. Y con esas cartas de partida tienen que ir logrando que simpaticemos con ellos y al mismo tiempo que continuémos albergando dudas de sus intenciones. Para colmo de males algunas de las líneas de diálogo posteriores son de traca y dan pasos para atrás en la construcción coherente de ambos. Estos jóvenes tienen buenas mimbres interpretativas y salvan todos estos obstáculos con nota.

Para todos esos que están cansados de productos mestizos: de dramas con fantasmas, comedias con espíritus, denuncias sociales disfrazadas de terror, etc., “The toll” es, pese a sus imperfecciones, un producto recomendable. Menos de 80 minutos de incomodidad e imágenes terroríficas con una pareja de actores solvente. Una pena que algunas de sus decisiones le resten fuerza... aunque, para enderezar estas cosas, existen las secuelas.