Hosts

Dos géneros: el de posesiones y el home invasion (o invasiones domésticas), van de la mano en Hosts, película de Reino unido que, pese a no tener una nota alta (podríamos haberla suspendido perfectamente) contiene ese algo especial que nos invita a hablar de ella con detalle y a recomendar su visionado; aún a sabiendas de que a la mayoría de vosotros os va a dejar fríos.

Una pareja joven es invitada por los vecinos a pasar la nochevieja con su ellos y sus hijos. Un poco antes de salir de casa son poseídos por una misteriosa entidad y acuden a la cena habitados por estos demonios y con ganas de hacer, de esa celebración, una fiesta inolvidable, donde en lugar del champán lo que correrá a raudales será la sangre.

En el festival Sitges existen algunas escenas que son toda una juerga. Cuando en una película hay una muerte brutal, donde la violencia a todas luces sea excesiva y explícita, la sala estalla en aplausos, pitidos y carcajadas. Muchos acuden precisamente en busca de eso: de “la dichosa ultraviolencia que nos mataba de la risa” que decía Álex en “La naranja mecánica”. Como no existen referencias apenas de la mayoría de las películas que se exhiben, nunca sueles saber si la proyección que has elegido tendrá uno de esos instantes o será un plomo. Este año había pocas ganas de fiesta. En esa edición, entre la pandemia, las mascarillas y el aforo por debajo del 50%, era muy complicado lograr ese estado de euforia. Complicado, pero no imposible. Hosts consiguió que por unos instantes la sensación en la sala fuera la de una edición normal. Contiene una de esas secuencias totalmente predecibles desde minutos antes, pero que son tan, tan, tan excesivas, que no das crédito a lo que ves. Un momento sobrado de sangre y de gore que invita a pensar que la cinta va a ser épica... pero, desde ese punto, comienza un descenso de interés tan pronunciado, que no lo levanta ni siquiera los otros acentos de gore que se distribuyen en el metraje. Es como si de pronto se hubieran quedado sin ideas. Cada uno de los miembros de la familia se parapeta en una localización sin hacer nada durante minutos, al tiempo que la euforia de la platea se disipa y toman posesión los bostezos o la indiferencia.

Parece que el tándem de directores Adam Leader y Richard Oakes tenían claro una serie muy pequeña de escenas y planos; y estiraron las secuencias y diálogos en torno a ellas para alcanzar los 90 minutos de duración. Como un acordeón, las partes más alargadas del centro tienen como consecuencia un final condensado y precipitado que termina de dejarte suspendido en la nada, al borde del tiempo perdido.

Pero en esta pareja de directores hay un talento innegable para la construcción de las atmósferas. La casa es opresiva y enfermiza y los movimientos de cámara e iluminación la transforman a nuestros ojos en una trampa, en un laberinto para ratones en el que corren los personajes. La unica pega que es estos ratones, moverse, se mueven poco. También aciertan en transmitir la inquietud que suponen estos demonios de pupilas gatunas que reflectan la luz que les incide. A Hosts le hubiera hecho falta ese toque Sam Raimi, dejar todo ese espacio patas arriba en esa lucha o, en su defecto, haber pulido más esa descomposición familiar que se revela con la irrupción de esta pareja, sustentada por alfileres a falta de buenos pespuntes cinéfilos.

Por todo los dicho no podemos recomendar Hosts, pero no podéis perderos la perlita que guarda en su interior.