Antlers, criatura oscura

Dos pesos pesados del horror actual van de la mano en Antlers, criatura oscura: Por un lado, Guillermo del Toro en calidad de productor y por el otro, el guionista Nick Antosca, cómplice necesario de proyectos tan interesantes como Channel zero, Nuevo sabor a cereza o la dramática e inquietante The act. Se suma a este tándem un director con cuatro potentísimos films en su trayectoria (muy recomendable Black Mass: Estrictamente criminal), Scott Cooper. El trío abordaba una de esas cintas esperadísimas por los aficionados; tan esperada que el sabor que dejó tras sus pases en el festival de Sitges no fue precisamente a cereza; muchos encontraron a esta criatura oscura un tanto soporífera. Pasados unos meses de ese primer visionado, vamos a analizar con más frialdad las luces y las sombras de este proyecto.

La acción nos sitúa en un pueblo agonizante de la América profunda; de esos en los que la desaparición de la actividad minera ha herido de muerte a un sector amplio de la población y donde los restos de la industria asoman en el paisaje como huesos de dinosaurios. El protagonista de la cinta, el pequeño Lucas (Jeremy T. Thomas) acompaña a su padre, un delincuente de poca monta, a su nuevo laboratorio de Crack en el corazón de una mina, donde son atacados por algo. Días después la profesora del pequeño  (Keri Russell) observa un cambio de actitud en el crio, ya retraído de serie, que alerta de una situación familiar compleja, un problema que no tardará en comunicar a su hermano sheriff del pueblo (Jesse Plemons).

Nos encontramos ante una película profundamente asfixiante. No existen balones de oxígeno a lo largo de su deprimente desarrollo: no hay humor, su paleta de color es apagada, los diálogos son intencionadamente lentos y en la banda sonora sobrevuelan, incluso en los temas más movidos, acordes lánguidos y melancólicos. Todo enfocado a que, en paralelo a su esquema de cinta de monstruos, entendamos que se esconde un discurso sobre los abusos de la infancia y las terribles secuelas que dejan; siendo la naturaleza de esta criatura oscura una plasmación de cómo estos traumas se pueden traspasar de padres a hijos. Hasta aquí todo ok. El problema radica en el subrayado excesivo; Sin demasiado acierto Antlers incrusta, en la pareja adulta de hermanos que investigan cada uno desde un lado distinto los sucesos en torno a Lucas, una trama de abusos sexuales y secretos inconfesos en el seno familiar. En esta relación entre hermanos no hay metáfora que valgan, ni se deja nada a la intuición del espectador. Mediante flashbacks reiterativos se nos va entregando, paso a paso un folletín que, además, va colocando palos en las ruedas a la historia principal restando ritmo al conjunto. Soy muy partidario del cine mestizo, pero en este caso creo que la mezcla se pasa de solemne y reiterativa.

Para añadir más seriedad al conjunto y para aplauso de los amantes del fantástico, también se cargan las tintas en la truculencia de la historia, existe todo un proceso en el nacimiento de esta criatura que acerca varios tramos de Antlers al body horror más visceral, tampoco escatimará en gore a la hora de mostrar el estado en el que quedan las meriendas del monstruito en cuestión que, por cierto, no discrimina por cuestiones de edad. Lástima que en su último tramo se suelte el pedal de esta crueldad para acercar su conclusión a una reflexión moral y a las concesiones que tiene casi siempre el horror comercial.

Uno de los aspectos más relevantes del film está en la dirección de actores.  Jeremy T. Thomas se perfila como un actorazo atrapado en un cuerpo infantil; entiendo este es un pequeño paso para verle a partir de ahora emerger en nuevos papeles. Tanto Keri Russel como Jesse Plemons (excelente en El poder del perro) ya habían demostrado solvencia; en esta ocasión, también lo hacen sujetando la cinta en los momentos en los que el guion parece perder consistencia bajo sus pies.

Vista de nuevo y con menos sueño, Antlers: Criatura oscura, mejora un poco y disimula sus defectos, pero para mi gusto se queda lejos, muy lejos, de la potencia que por su factura, sus efectos y sus actores podría haber alcanzado.