13 exorcismos

José Sacristán es, para cualquier amante del cine patrio, uno de nuestros valores más importantes. Actor todo terreno, curtido en las comedias típical Spanish de mediados de los sesenta hasta casi finales de los setenta, su evolución ha corrido paralela con la historia de nuestro país, siendo su presencia en cine sinónimo del progresismo por títulos como Asignatura pendiente, Solos en la madrugada, El diputado, Un hombre llamado Flor de Otoño o Madrid, 1987. Hombre de izquierda militante, ateo confeso, el cine de terror era en la vida real también su asignatura pendiente y por tanto 13 exorcismos supone un registro nuevo que, además, le coloca interpretativamente en las antípodas de su personalidad, aunque como me comentó en entrevista: no hace falta acostarte con tu madre para interpretar a Edipo.

La cinta comienza en terreno conocido: Laura, una adolescente de familia ultra católica, se escapa de casa una noche de Halloween para ir con sus compañeros de clase a una fiesta. Esta huida toma rumbos sobrenaturales cuando deciden colarse en un edificio, con leyenda negra de fondo, y realizar en él una sesión de espiritismo. Parece que una presencia maligna ha quedado pegada a la muchacha, que comienza a sentir su amenazante presión y varias ausencias. Una agresión en la escuela desata las alarmas en la familia que, inducidos por su consejera espiritual de que se trata de una posesión demoníaca, comienzan una serie de exorcismos. Al mismo tiempo, la psicóloga de la escuela se esfuerza por convencer al entorno de que realmente todo es una enfermedad mental.

^{13 EXORCISMOS - El ataque en la escuela}

Como he dicho en otras ocasiones: las cintas de exorcismo me atraen muy poco. Creo que, tras El exorcista (que es magnífica) hay poca evolución en este género y casi todas las películas se limitan a seguir la senda de vomitonas, torsiones, insultos y levitaciones del film de Friedkin (cuyo remake nos dejaron caer que sería el film que probablemente inaugurará Sitges 2023). Hay, como en todo, excepciones: El exorcismo de Emily Rose, El último exorcismo o la coreana The Wailing, nos han ofrecido aire fresco en el viciado aroma de este subgénero (y aún en esos casos es inevitable la sensación de deja vu). Así que una cinta con un título como 13 exorcismos nos invitaba a temer lo peor; lejos de ser así, o tal vez por esa falta de interés por mi parte, mi valoración es bastante positiva, además de que su debutante director, Jacobo Martínez, logra innovar en un par de secuencias que, a mí al menos, me parecieron originales y además estaban muy bien construidas en la sala de montaje.

El principal acierto de 13 exorcismos es el de alejarse del remolino de lugares comunes de la cinta canónica: El exorcista y remar estéticamente a las orillas del cine realista y del drama con aroma y maneras de cine social, esto hace que el resultado se acerque al film de Paco Plaza Verónica. Además de este acercamiento realista, encontramos también varias coincidencias argumentales como la sesión de espiritismo y el uso del silbido como encarnación no corpórea del diablo.

Además de ser una cinta de terror, la producción, valiéndose de este aire naturalista, ha querido jugar también la baza del drama y, como pasaba en la mencionada El exorcismo de Emily Rose invitan al espectador a que decida si lo que contemplamos es una posesión, o una enfermedad mental agravada por el fanatismo religioso de su entorno. Algo que puede dar incluso más miedo (a mí me lo da) que el propio diablo. Para ese propósito, la cinta dibuja un tejido familiar enfermizo, plagado de silencios y absolutamente subyugado a una supervisora de su orden (no se menciona al Opus Dei pero su aroma flota en el aire como un pedo fétido). La familia de Laura se agarra a la religión para sobrellevar la minusvalía de un hijo y la muerte de un tercero que atormenta especialmente a su padre, interpretado con desigual acierto por Urko Olazabal.

La encarnación de la posesa de turno cae sobre la actriz María Romanillos, premio a la mejor actuación novel del festival de Málaga de 2021 por Las consecuencias y que, desde allí, se ha convertido en un rostro cada vez más habitual en el cine español (de hecho esta misma semana, junto a la que nos ocupa, estrena No mires a los ojos; donde encarna a la hija de la protagonista). Romanillos se deja la piel y los huesos en su interpretación; el rodaje la obliga a torsiones complejas, gritos y respiraciones en un trabajo realmente físico al que se le suman todos los recursos de un rodaje dramático convencional. Está muy acertada, igual que el resto del reparto femenino principal conformado además por Cristina Castaño, Silma López y Ruth Díaz.

Pero si hay una presencia que suscita el morbo de cualquier cinéfilo es la de Sacristán, que está fantástico en su interpretación del Padre Olmedo. Un papel que lo limita casi únicamente a soltar frases bíblicas y agitar su crucifijo frente a su chillona adversaria, ya que, al contrario de la mayoría de las cintas del subgénero, aquí el cura en cuestión no tiene dilemas de fe o un conflicto personal que sanar con esta ceremonia; es más bien un funcionario que viene, ve y vence al maligno. Pese a que su personaje no tiene demasiado recorrido, es una delicia verle interpretarlo.

Concluyendo, 13 exorcismos es digna y atrevida en su planteamiento, por no centrarse en terrenos manidos y por esa textura visual alejada del cine de horror comercial, pero sin renunciar a los sustos...algo que no pasaba en Malasaña 32, que la promoción insiste en hermanar y que se quedaba en un corta y pega de lo peor de mas montañas rusas de sobresaltos de la factoría Wang. Posiblemente su mayor pega venga de esa necesidad de crear miedo en su primer tercio, que hace que sea muy complicado mantener ese equilibrio pretendido entre lo sobrenatural y lo mental.