Irati

Errementari (El herrero y el diablo) se presentó durante las últimas jornadas del festival de Sitges de 2017. Se trataba del primer film de Paul Urkijo; un chaval por aquel entonces convencido de que el cine de leyendas medievales, magia y espadas, tenía un hueco en la industria de la ficción española. Su trama se situaba años después de la guerra carlista e involucraba en ella a un herrero sospechoso de pactar con el diablo, a una niña huérfana y un botín de oro, en un cuento, al filo de lo infantil, con sabor añejo y con varios ingredientes en su mezcla que no terminaban de cuadrar, junto a otros que demostraban un ímpetu y un saber hacer de este director, que pedía a gritos algo más de presupuesto para construir un film excelente. Cinco años y un cortometraje después (Dar-Dar) y nuevamente en Sitges, Urkijo nos presentó Irati; con ese presupuesto extra que reclamaba y con un resultado que lo convierte, hasta la fecha, en la mejor cinta de espadas y hechicería del cine patrio... algo no muy difícil pero no por ello menos meritorio.

La película nos lleva al siglo VII, a un momento en el que el reino de Navarra no existía y conviven, en su tierra, clanes autóctonos, con cristianos emergentes y sarracenos. Una mezcla inestable frente a la amenaza del ejército de Carlomagno, que se abría paso en la península a través del Pirineo. Presenciamos los albores de la batalla de Roncesvalles, donde el padre de Eneko Aritza, protagonista de la historia e interpretado por Eneko Sagardoy, realiza un pacto con una diosa ancestral para salvar a su pueblo a cambio de su vida. Años después, el propio Eneko regresa a la comarca convertido en un cristiano confeso. Cuando su liderazgo sea puesto en cuestión, se verá obligado a buscar el cuerpo de su difunto padre, enterrado junto al tesoro de Carlomagno. No estará sólo en su cruzada: contará con la ayuda de una pagana ermitaña, Irati (Edurne Azkarate) conectada con el conocimiento ancestral del bosque.

Las leyendas vascas se mezclan con datos históricos reales del primer rey de Pamplona y del nacimiento del reino de Navarra. Urkijo toma, con muchas licencias, de punto de partida los primeros comics creados por J. L. Landa y J. Muñoz de El ciclo de Irati. Con esos mimbres, crea una suerte de Excalibur vasco, donde tiene cabida la aventura, la magia y la acción; ingredientes todos ellos que precisan no sólo de un buen hacer en el encuadre y la dirección de escenas, también de dinero para efectos especiales, vestuario y creación de los escenarios. En todos estos campos Irati triunfa, logra que el resultado luzca como una película mucho más cara que su presupuesto real. Aunque se puede encontrar aún muy lejos de los montantes manejados en un episodio de Juego de tronos, la cinta de Urkijo distribuye sus acentos visuales para resultar casi igual de vistosa. De todos los ingredientes mencionados, tal vez el vestuario, con aspecto de recién salido de la percha de attrezzo, es el que cante más a disfraz, aunque sólo en momentos puntuales... eso y una criatura digital que se ha quedado corta en su integración con el rodaje real.

Al contrario que en la mencionada Excalibur o que en la reciente El caballero verde, con el que comparte varias similitudes casuales (ambas cintas se ruedan prácticamente al mismo tiempo), Urkijo filma un título familiar, sin las concesiones infantiles de Errementari, pero abierta a gustar tanto a jóvenes como a adultos. Una cinta que nos recuerda a ese cine espectáculo como Lady Halcón, Leyend o El señor de las bestias. Un entretenimiento que, además, recoge las leyendas y tradiciones vascas como las Lamias (una suerte de sirenas) o el cíclope Tártaro, que se articulan en la historia con gran belleza y también con sorprendente didáctica para que las conozcan las nuevas generaciones. Un cuento ambientado en ese momento en el que las tradiciones ancestrales convivían con las nuevas religiones, y lo pagano trataba de sobrevivir ante el cristianismo y la fe musulmana, que prácticamente borrarían sus fundamentos de la faz de la tierra.

Estamos ante un género poco frecuente en nuestro cine. El caballero del dragón de Colomo, película plagada de buenas intenciones y estrepitosas decisiones. El corazón del guerrero de Daniel Monzón, propuesta mucho más afinada, o la desastrosa Capitán Trueno y el Santo Grial, terrible en casi todos los aspectos, son creo que las únicas precursoras de la que nos ocupa. Así que Urkijo transita por territorio prácticamente virgen y además sabe moverse por él cocinando un producto totalmente autóctono, que se ve potenciado incluso más al rodarse en Euskera, vigilando mucho sus acentos y gramática para evocar también en la dicción ese mundo ancestral.

El director repite protagonista con Eneko Sagardoy, actor un tanto delgado y joven para ponerse la armadura de guerrero de acción que requería su personaje. Sagardoy consciente del reto, gana peso (10 kilos) y entrena para mejorar cuerpo y músculo, logrando, junto a una abundante barba y una envidiable cabellera, acercarse al machoman que se reclamaba. En los momentos que aún no llega, suple esta falta de empaque físico con un manejo interpretativo más que solvente: un notable alto. Junto a él, Edurne Azkarate, una actriz casi debutante, que interpreta a la enigmática Irati, importantísima en la trama, que resuelve el reto interpretativo con muy buena nota.

Premio del público en Sitges, también se llevó los efectos especiales (compartidos con Ego), Irati es una belleza y un entretenimiento muy bien construido. Un consejo: disfrutadla en cine y tratad de conectar con ese espectador infantil, al que la magia y la aventura le zarandeaban en la butaca de la sala, antes de contagiarse, de forma casi irreversible, por el virus de la madurez.