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Arco Iris

Estoy escribiendo un artículo y miro por la ventana, veo el Arco Iris y me gusta. Llevo dos horas despierto y todavía me siento abotargado. Los colores detrás de mi ventana se hacen tan irresistibles, tan necesarios. La confusión y la modorra no me impiden levantarme de mi silla azul y salir a la húmeda calle. Me dirijo hacia el horizonte nublado parcialmente, por favor que no deje de gotear la lluvia; tengo que alcanzar el Arco Iris antes de que se desvanezca. ¿Qué encontraré? ¿Un olla llena de monedas de oro? ¿Un bebe agonizante? Llevo casi tres horas caminando a buen ritmo por la parte más deteriorada de la ciudad. Mendigos y prostitutas me saludan al pasar como si me conociesen, igual que si perteneciese a los ladrillos cubiertos de musgo marrón. Continuo restregándome la capa de agua que la fina lluvia ha dejado en mis gafas. Mi mujer se estará preguntando donde estoy. No me importa, solo me tortura con sus querencias. “Trae dinero, trae dinero, trae dinero”. Maldita arpía, si encuentro un caldero lleno de oro te aplastaré esa fea cara hasta convertirla en una mancha licuada de color rosa.

Rodeo el matadero y la ciudad se torna campo, quizá de un color verde más pálido de lo normal por el contraste que todavía ofrece el Arco Iris en el cielo. Manchándome las alpargatas con el barro rojizo del camino avanzo ayudado por un extraño viento que sopla con fuerza a mi espalda. Voy dejando atrás árboles, animales silvestres de pequeño tamaño, vacas cuyas manchas parecen un test psicológico y montañas de chatarra oxidada que probablemente sean las responsables del color del suelo que piso. El agotamiento me sumerge en un estado más obsesivo todavía. Mi vista se nubla, y como un autómata pongo un pie delante del otro para alcanzar mi destino.

De repente, y como si hubiese vuelto a despertar en mi cama esta mañana, lo tengo delante de mis narices. Nace de una especie de vapor ó nube compuesta de gas brillante y que espumea suspendido en el aire. No es un caldero irlandés pero es una imagen mágica, una escena que nunca podré olvidar. Varias columnas de colores transparentes del tamaño de un edificio surgen del misterioso gas, elevándose en la atmósfera cargada de humedad para perderse en la distancia. Si los científicos nos han engañado con la refracción de la luz en el agua, ¿con cuanto fenómenos más no mantendrán a oscuras? Si tuviese a un óptico de esos que me revisan las vista tan a menudo, con su batita blanca, con su sonrisa; me reiría de el, lo insultaría. Los colores, son tan bonitos. Acerco mi mano temblorosa y ajada a las grandes columnas de luz. Las atravieso, no ocurre nada. Camino a través del Arco Iris, tampoco. No huelo las flores de Arcadia, no es un pasaje a otro mundo mejor. Las hadas y las fantasías son para los niños. Otra vez engañado por esa desbocada imaginación que frecuentemente corrompe los artículos de opinión que escribo para el periodicucho local.

Decepcionado intensamente me doy la vuelta y me obligo a volver a casa. Arrastrando los pies sobre los charcos me intento consolar con el hecho de que solo yo haya alcanzado el Arco Iris. ¿A quien pretendo engañar? Eso no me hace más feliz. Quería creer que era solo el principio de algo mejor, no el final de todo lo malo que rodea mi insulsa y gris vida. Si fuese un poeta bromearía pensando que mi única intención era darle algo de color a mi aburrida vida.

Cabizbajo deambulo por la calles, no veo mucha gente pero soy consciente de que la poca que me encuentro intenta evitarme. Efectivamente, nada ha cambiado para mí. Intuyo sus exclamaciones de asco, de repulsa. Normal, estaré sucio, mojado, con cara de loco; y el batín con el que salí de casas no me hará parecer más lucido a los ojos de la gente. ¡Cretinos, bobos! Ya tengo suficiente con los insultos y reproches de la mandona de mi mujer. Apartaos de mi camino y señaladme burlándoos.

Llamó a la puerta sin mirar. El tacto del timbre bajo mi mano es pegajoso, será debido a la inquietud por como le sentará a mi esposa mi escapada. Con la vista clavada en la madera beige del suelo del porche aguardo sus gritos. Sin embargo solo oigo una respiración agitada. Levanto el rostro y veo a René muda, con los ojos como platos y la cara enrojecida. Quiere decir algo pero solo balbucea y su parálisis es contagiosa.
Estático, como una estatua de bronce, recibo el exabrupto repentino que rompe su silencio:

– ¡Vete! ¡Tu no eres mi marido!

Siento un miedo tan repentino. Ella es más alta que yo y no pocas veces ha usado su poderío físico para intimidarme. La agresividad e ira acumulándose en sus ojos aguamarina, me invitan a irme. Rápido y con los hombros encogidos por el miedo. “Tan apocado como siempre”, me digo amargamente a mi mismo.

Me voy a cualquier parte. Ya ha anochecido, veo de lejos a un policía en un callejón encharcado y mal iluminado por la luz de una farola de gas defectuosa. Paso muy lentamente a unos metros de el, intento evitar su escrutinio pero no lo debo conseguir porque me dice:

– ¡Hey! Venga aquí, amigo

No se hacer otra cosa que obedecer, voy parsimoniosamente. Cuando estoy muy cerca de el observo que abre mucho los ojos. Dice con un leve temblor en los labios:

– No es pintura

El muy bastardo me toca el pecho, como asqueado, con la punta de los dedos de su mano derecha. Rompo violentamente el contacto de un manotazo. ¿Quién se ha creído qué es? Con su uniforme azul oscuro, con su pistolita, su porra. Ya es suficiente ser pisoteado por tu propia esposa. Me fijo en mi mano bajo la tenue luz de la farola. El policía se sujeta la muñeca de su brazo derecho con horror. Mira mi mano colgando a la altura del estomago, mira la suya, mira mi cara, grita como un demente y yo me uno a su grito. Mi mano es de una tonalidad violeta nada natural. La mano del agente es de color anaranjado. Mientras nuestro alarido inunda los recovecos de la vieja ciudad, sobre el asfalto mojado se extiende una onda sobrenatural de luminiscencia. Todos los colores del espectro fluyen desde mis pies. El alarido aumenta de tono en un vibrato capaz de ensordecer a un sordo:

– ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!

Poseído, mi visión toma perspectiva y desciende cruzándose en mi nariz para ver como de mi boca surge un gran y luminoso Arco Iris que infecta y mancha de color tanto mi cuerpo como todo lo que toca: el uniforme del policía se torna rosado, las paredes del callejón se encienden en resplandeciente amarillo, las tapas de alcantarillas alternan sus colores entre el naranja y el añil. La iluminación desgastada de la ciudad se convierte en un caleidoscopio psicodélico de luces. Me he vuelto infeccioso para los colores normales y anodinos de la vida diaria. Soy un ser extraño en este lugar del mundo pero al final del Arco Iris, formado a partir de mi, en plena noche, veo algo brillante. Lo estoy viendo y es hermoso.


Vuestros comentarios

1. 04 feb 2010, 21:11 | Missterror

Lo dicho querido Bob Rock,eres un Maestro.
Nada más que decir.

2. 04 feb 2010, 23:43 | Bob Rock

Missterror.- Jo, gracias!! Eres un cielo!! Por cierto, esta semana salía el Hellbilly Deluxe 2 noooo? XD

3. 05 feb 2010, 16:59 | Missterror

sí,ya está en mi poder y solo puedo decir Wuaaaauuuuuuu!

4. 06 feb 2010, 13:44 | Vicent

Me ha gustado esta mu chuloooooo me a parecido muy bizarro jijiji
por cierto hoy es mi cumple joannnnnn ya 23 primaveras jijijiji
un saludeteeee

5. 07 feb 2010, 00:12 | Bob Rock

Missterror.- Intuía que te gustaría el disco de Zombie ;P

Vincent.- Gracias mil!! Felicidades, espero que hayas quemado bien el día XD

6. 09 feb 2010, 23:54 | Almas Oscuras

Por fin me he puesto al día con los relatos… genial Bob, como siempre. El más poético y evocador de los relatos que has publicado en Almas.

Vicent!!!!!!!! Se me pasó tu cumple! Muchísimas felicidades (con retraso).

saludos

7. 13 feb 2010, 03:17 | Elizabeth

Me encanta! qué voy a decir? El talento es indiscutible…

8. 14 feb 2010, 14:23 | Bob Rock

Elizabeth.- Gracias, este cuento solo es un entretenimiento con cierta moraleja pero me divertí mucho escribiéndolo

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