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Habitacion numero 25

Pesadillas, en mi cama, confusión, deleite, malestar, sudor, silencio, respiración agitada….

Estaba frente a la habitación 24, los pasillos eran oscuros. Las monjas pequeñas y hombrunas me perseguían. A la vieja de la habitación 37 hacía rato que la había dejado atrás. Me intentaba confundir con sus molestas historias: “El ala del piso dos estaba maldita. No podía existir. Había desaparecido en un incendio parcial. No vayas”

¡Calla!

¿Como había llegado a ese edificio de cristal? Se trataba de unos aparta-hoteles de reconocido renombre en la ciudad. Pertenecían a la cadena NH, solo que no era consciente de este dato. Yo estaba de viaje por incomprensibles motivos, ¿qué mejor lugar para hospedarse? Había paseado ensimismado por diversos puentes de cemento interconectados, para llegar finalmente a la estructura metálica. Dentro, todo era una confusión de estrechos pasillos y luz difusa. Las paredes tenían ese viejo empapelado de los hoteles setenteros, flores ameboideas. Había llegado con un compañero de cara distorsionada, imposible reconocerlo. El se alojaba en la habitación 24, yo en la 25. Sin embargo, estaba solo por los pasillos, esquivando a las monjas que lo regentaban, ansiosas por… ¿convertirme? ¿Devorarme? ¿Aterrarme? Hasta que por fin, enfurecidas me localizaban y un par de ellas me llevaban a un pasillo que apenas existía. La oxidada maquinaria de los ascensores rechinaba inquietante. Por fin, estuve delante de la puerta: 25, rezaba la maldita. La presión en mi pecho era insoportable, una tensión ultraterrena me apuñalaba. La habitación estaba viva pero me amaba. Justo bajo el umbral, las monjas me dan alcance como si siempre hubieran estado a mi lado. Empujo a una monja por la puerta abierta de la habitación 24. ¡Dejadme en paz! Esta sala no es tan amable, por fin recuerdo como mi compañero murió allí. En su vida intangible, ese cuarto ha generado odio por los humanos, envidiosa de nuestra falsa libertad de acción. Su objetivo es matar todo lo que entra, y así lo hace. La monja empujada se desvanece en un brillo, solo quedan restos de sangre y carne; es como su hubiese pasado por una rejilla de alambres al rojo. Restos. La otra monja grita alertada mientras lanza sus zarpas simiescas contra mí.

Entro en la habitación 25 y cierro la puerta con un fuerte golpe agudizado por la confusión. Solo puedo estar yo, es mi paraíso prohibido. La atmósfera es vibrante, eléctrica. De repente no estoy solo. Una chica rubia de ojos azules me acompaña. Podría ser una situación interesante pero la habitación centra toda mi atención. Una cama desecha con una colcha verde color moho, un espejo con manchas cetrinas, viejos crucifijos de madera adornando las paredes. Tengo miedo de seguir escrutando la cargada atmósfera. ¿Por qué? Porque veré reflejado lo que la habitación desea. Me ama, me busca. Todo toma un cariz carnal. En consecuencia, intento tocar lascivamente a la chica rubia. Se hace la reticente, pero no me rechaza del todo… Tengo miedo de los celos de la habitación… La chica toca mi entrepierna… Hay fricción pero se detiene de forma contradictoria. ¿Sí ó no? Nunca respuestas claras pero así es la vida real…

Me tumbo en la cama y las blancas sabanas me acarician impúdicamente. Quieren hacer lo que la chica no hace. “Ven aquí, hagámoslo los tres”. Es lo que la habitación quiere: un oscuro ménage à trois. La chica se desnuda y pone sus pechos en mi boca: Los lamo. Se incorpora y pone su vagina a la altura de mi cara: Intento libar la dulce y suave intimidad, pero ella se aleja indecisa. Me siento frustrado y ridículo, como si se rieran de mí. Casi puedo oír las risas enlatadas de fondo, pero el sonido es remoto y casi inexistente; una parodia de cine mudo. Las sabanas intentan retenerme atenazando mis miembros. Desconozco si saldré de la habitación. Sus paredes parecen respirar alteradas, combándose del exterior al interior, del interior al exterior y así sucesivamente. La siento más maligna a cada instante. La chica se viste y se niega a darme explicaciones. Ahora sí, ahora no. No me resulta importante de todos modos puesto que estoy asustado. Presiento claramente que algo va a pasar. La iluminación se vuelve rosada, más intensa. Como si un sol gordo y putrefacto lo iluminase todo. A ratos hay ventana, a ratos solo una luz artificialmente natural. Salgo de la habitación solo, libre de toda culpa pero alertado de posibles peligros. Esquivo las fauces de la habitación 24 y la 25 me dice “siempre te estaré esperando, no me moveré”. Creo que he dejado algo en esa habitación. Me ama y me resulta tentador. Aunque sea un ser inanimado podría ser feliz allí, mi útero amueblado particular. Salgo por pasillos más anchos y luminosos. Veo una monja con una clienta, me miran extrañadas. No ha pasado nada, ¿verdad? Por si acaso aceleró mis pasos sin doblar las rodillas, disimuladamente me deslizo luchando contra una extraña solidificación del aire…

Subo a la ranchera, todo se acelera por momentos, llegando a mezclarse los espacios temporales: No existe el tiempo. Mi mujer y mis tres hijos aguardan. Mi mujer me mira mal, como si la hubiese obligado a hacer algo sucio. Sin embargo, mi mujer no es la chica pequeña y rubia. Es la actriz de alguna película norteamericana y esta muerta; mis hijos también. No lograron salir de la habitación 25. Ahora estamos delante del edificio donde anida la habitación. Es un motel de carretera, ya no existe cristal como paredes. Todo ha tomado un color teja. Sé que los cuerpos destrozados de mi familia reposan en el suelo enmoquetado con color a bilis. En un cajón hay unas llaves. El cajón se cierra solo y tiene una cremallera. Lo veo todo simultáneamente…

Arranco la ranchera y mi mujer se va haciendo transparente. Solo estamos yo y mi hija de veinte años. Rubia, tan guapa, tan estadounidense, tan sonrosada y tan típica. Oigo reproches y llantos. Nos alejamos del motel maldito. Y la carretera es confusa; bordea los Monegros y al final del camino solo me espera un impacto que me matará. Luego seré mi hija y evitando las balas de un grupo de policías robóticos caeré por el precipicio de nuevo a la habitación 25. En diferentes formas, con diferentes llaves en el cajón. Pero siempre estará viva y me amará…

Despierto de nuevo a la vida y lo que me rodea debe ser la habitación número 25.


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