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Oso

No tenía nombre y era un osito de peluche. Y en cierto sentido, era capaza de hilar fragmentos pensantes en la cavidad rellena de algodón que le servía como cabeza. Desconocía si todos los juguetes eran poseedores de aquella extraña conciencia ó el era un caso particular. Le costó muchas tardes darse cuenta de que el “era”, al principio su personalidad solo estaba conformada por pequeños destellos eléctricos inconexos. Al poco de, digamos, despertarse, sintió una enorme molestia. Una sensación agobiante que tu y yo llamaríamos “aburrimiento”. No podía hacer nada, ni moverse, ni bailar; ni siquiera podía respirar y el polvo flotaba muy despacio delante de su caja de cartón. El tiempo no existía para el. En los primeros días de su despertar imágenes borrosas se entremezclaban con sus propias ideas borrosas. Las imágenes eran difusas como si una barrera le separase de ellas.
Las semanas pasaban y hasta sus ojos marrones de plástico, llegaron el reflejo de los cientos de hermanos que soñaban en las estanterías del viejo almacén de juguetes. La intermitente luz de las lámparas que colgaban en el techo marcaban un ritmo desacompasado que el aprendió a entender como un cambio. Insensible al calor que reinaba dentro de su caja de alegres colores, esperaba a que su inquietud detonara.

Un día, ó una noche, notó movimiento en su frágil mundo. Un terremoto provocado por unas pequeñas manos que el veía como las de un Dios furioso.

-¡Este, este! ¡Yo quiero este, papa!

El sonido fue tan intenso como liberador, por primera vez en los siglos que llevaba acompañando al polvo en sus salvajes piruetas por los pasillos del destartalado almacén, todo había cambiado. De una forma irreflexiva estuvo a punto de atrapar el concepto de tiempo en sus pensamientos; porque supo con firmeza que nada sería igual. No obstante, solo era un objeto inanimado y tampoco necesitaba de filosofar mucho.

Empaquetado y con la ventana de plástico, su única fuente de imágenes, cubierta por papel decorativo; lo dejaron en el cuarto de un niño. El cuarto era el paraíso de los juguetes. Dinosaurios de felpa, coches de carreras, puzzles por terminar y una colección de libros de aventuras envidiable. Cuando una cara pecosa lo miró directamente a los ojos, tras sacarlo de su caja, comenzó una época maravillosa. Los frágiles pensamientos del osito intentaban equipara confusamente su antigua caja con un ataúd. Con el niño, como eterno compañero de juegos, siempre al otro lado de su pequeño brazo cosido, recorrió los cráteres de la luna, leyeron juntos su primera historia de miedo, rescataron a la princesa Famosa del castillo de los vampíricos Tente. Incluso una noche mágica, llegaron a compartir los mismos sueños, donde el osito no solo se movía si no que además, salvaba a su dueño arrancándole el cerebro a un cocodrilo, que los amenazaba en los extraños pantanos surgidos alrededor de la cama. Con una lanza imaginaria el osito trepanó el cráneo del cocodrilo, que exhalo su último aliento en un gruñido similar al de un cerdo. Cubiertos de sangre y fragmentos grises de cerebro, volvieron a la cama bailando y aullando entre las malas hierbas de la tierra fangosa.

Pero el oso no entendía de segundos, minutos u horas y estos pasaban dándole al rostro pecoso otra forma; otra simetría que aterraba al peluche cuando dormía en el cajón de los trastos. Si hubiera disfrutado del sentido del olfato se habría dado cuenta de que la casa olía igual que el día en que fue a parar a casa del niño. Un aroma hogareño impregnaba todos los objetos de la casa. Apoyado en un rincón atendía a la épica declamación de su dueño cuando la persona más grande (aquel-al-que-lamaban-“papa”) trajo un utensilio cuadrado y no muy grande, del que colgaba un largo cable negro. Los ojos del muchacho se agrandaron como si un tornado esperase a nacer bajo las pupilas.

- ¡Gracias papa! ¡Es la consola qué quería!

Fue el principio del fin para el peluche. Pudo comprobar que el infierno nunca se haya muy lejos del paraíso, desterrado al fondo de un armario apenas usado, con decenas de trastos viejos desarrolló cierta capacidad para escuchar. Como tortura privada le llegaban sonidos electrónicos que por un lado lo asustaban y por otro, lo enojaban.
“¿Por qué? ¿Por qué el niño me desprecia? ¿Por qué no me quiere?”, se preguntaba el osito una y otra vez. Nunca había sentido un vacío tan grande en su interior, de nuevo estuvo cerca de entender como se escapan los minutos en momentos efímeros, pero el prefirió aferrarse al desprecio.

El tiempo pasó de nuevo sin que el peluche se apercibiera de ello. Concentrado en su ira creciente que el visualizaba como un punto rojo en los abismos del oscuro armario, dejo llevarse por su odio. Desconocía el bien y el mal, pero su actual soledad era cruel. Eso lo enfadaba. No era justo que ahora le olvidase y con el fuego de tales pensamientos, notó el crecimiento de su voluntad de trapo. Y con este nuevo poder observó que podía invitar a sus bracitos a temblar. De momento solo un leve temblor estremecía su blando cuerpo. En su mente obsesiva y unidimensional se fijó una meta. “Moverme, salir…venganza”. Los pantalones vaqueros y las camisetas desteñidas lo observaban mudamente con algo de envidia.

El tiempo es la corriente de un arroyo. Dos hojas caen y siguen juntas el curso marcado por el agua, danzando alrededor la una de la otra, pero una roca ó un mero capricho líquido, las separa y nunca vuelven a juntarse. Capricho, azar, momentos malgastados y un millón de consecuencias solo explicadas cuando todo acaba en la muerte…todo eso es la perra llamada “Tiempo”.
Sin embargo, cuando es Navidad, el tiempo se convierte en un osito de juguete algo despeluchado y raído que contempla ensimismado el giro de su brazo bajo la tensión de los hilos que lo sujetan al cuerpo. Cuando afuera nieva, el tiempo se vuelve traidor y recompensa los instintos más bajos, sean humanos ó solo lo parezcan. Los años de amargura se transforman en un peluche separando el alambre de una percha dejando la punta afilada bien doblada y punzante para algún misterioso uso. Las camisetas y los pantalones aguardaban expectantes los actos de su único entretenimiento.

La blanca puerta del armario se abrió. Salieron en tropel todos los pensamientos malvados del osito. Acabar con el niño, matar a su dueño para que nunca lo abandonase. Corrió hacía la siniestra unión que la irracionalidad le presentaba tan dulce: Dos seres inertes que pudiesen jugar juntos en sueños acaramelados.
¿Un juguete puede sentir sorpresa? Nadie está de acuerdo al respecto. Pero seguro que al menos nunca tanta sorpresa como la de un universitario que empaqueta sus cosas para alistarse en el ejercito, y contempla como un oso de peluche sale de su armario con una percha como lanza y un rostro de tela conformando una mueca de diabólico odio; reservada esta solo para curas, dictadores y borrachos.

El oso de peluche había aprendido solo tres cosas en su larga vida (larga para los cánones de un animal relleno de algodón). Una era el propio goce de tener conciencia, disfrutó del amor de su dueño mientras la providencia quiso. La segunda era odiar, el injusto premio para con su entrega le enseñó como focalizar sus sentimientos en un ascua enorme que todo lo quemaba. La tercera…la tercera fue una lección más bien…práctica.

Mientras el joven militar desgarraba el vientre de tela y desparramaba los pedazos de algodón por todo el suelo de su habitación, el sentido del olfato del osito despertó.

“¡Qué maravillosa sensación!”, pensó cuando inundaban su mente los efluvios del pavo, las galletas y el chocolate bien caliente de la Navidad.

Su cabeza rodó hasta dar con la consola llena de polvo que aguardaba en un mueble bajo una televisión, uno de los botones marrones, que una vez simbolizaran ojos, se desprendió y se deslizó en giros caóticos por la moqueta. Las pesadas botas militares pulverizaban el resto de su cuerpo y los hilos, que una vez le dieron presencia, se arrugaban sucios por todas partes formando una especie de nido de gusanos. La mano sin dedos, que aun aferraba el alambre de la percha, fue pateada contra una pared cubierta de posters de grupos de rock. Tras el impacto, su voluntad claudicó y soltó el alambre sobre un reguero de bolitas de blanco algodón. Todo el osito quedó desmenuzado ante la atónita mirada de su propietario, el cual respiraba agitadamente con ganas de chillar histéricamente. Había olvidado completamente su existencia desde el día que lo aparcó en el armario. Pobre peluche psicótico. Meneó la cabeza con resignación, agarró su petate y bajó corriendo a despedirse de sus padres. Mejor no pensar mucho en lo ocurrido antes de volverse loco.


Vuestros comentarios

1. 19 mar 2010, 17:09 | Natalia

Bob Rock, muy bueno, me ha hecho pensar que debo sacar del armario a mis peluches, no vaya a ser que me suceda lo del relato

2. 19 mar 2010, 17:21 | Bob Rock

Natalia.- Gracias!! Y ten en cuenta que a los peluches no les importa el tamaño del sexo de su victima ;P

3. 19 mar 2010, 23:55 | Almas Oscuras

Genial. Debo confesar que me esperaba un desenlace con baño de sangre incluído. Pero este final me ha encantado. Me ha sorprendido. Muy bueno.

saludos

4. 21 mar 2010, 00:27 | Natalia

jajaja, ok…pero…are you sure?:D

5. 21 mar 2010, 16:34 | Bob Rock

Joan.- Ya sabes que tú eres en parte “culpable” de que el final haya ido por otros derroteros más irónicos que sangrientos,

Natalia.- La relación de un hombre con sus peluches tiene que mantenerse en la oscuridad. Pero desde luego, ellos no tienen ninguna queja ;P

Saludos

6. 21 mar 2010, 21:25 | Missterror

…y entonces “Oso” con la percha afilada,desfiguró a su dueño,se extrañó por el color de la sangre,siempre había pensado que los dueños de los osos también están rellenos de algodón.El dueño del oso atónito ante el ataque ,se cubrió la cara con sus manos,pero “Oso” apretaba y apretaba la percha contra la carne,desgarrando todo lo que pillaba por medio,las manos en carne viva ya no tenían fuerza,el dueño del peluche solo esperaba que “oso” recordara lo felices que habían sido juntos tiempo atrás,pero “oso” le arrancó un ojo,no le dolió tanto como cabía esperar,fué más bien como un golpe seco.
“Oso” se dió la vuelta,tenía un ojo humano…se sacó su ojo de plástico y se colocó el ojo de su dueño,ahora él era su propio dueño,ahora lo veía todo a través de los ojos de su dueño…se giró y “oso” vió con su nueva mirada un gran muñeco desangrándose en la alfombra…le gustaba su nuevo peluche,bueno,mañana le dirá a mamá que lo limpie…

Te confieso que mi mente ha visualizado la carnicería del oso y te confieso también que tu final me ha gustado mucho más que el que precipitadamente imaginé.

Felicidades Bob.

7. 22 mar 2010, 02:08 | Elizabeth

Pobre osito de peluche…sus sentimientos han sacudido mi corazon de algodon.

A mi como a Missterror, se me cruzaron otros delirios mientras avanzaba en la lectura pero está en la habilidad del autor, no darte lo que esperabas, sino, algo más.
Como siempre, impecable!

8. 22 mar 2010, 19:41 | Bob Rock

Elizabeth.- Ummm, no me fío yo de los sentimientos de tu sanguinario corazón ;P

En serio, gracias. Me alegro no haberos dado la sangre que queríais XD

Missterror.- Efectivamente por ahí iban los tiros. Como el oso no era consciente del paso del tiempo, probablemente acabase realizándole una trepanación (acuérdate del cocodrilo de los sueños) a un dueño que no reconoce y que sin embargo teme como si fuera el usurpador de la habitación de su amo. Pero preferí tirar por el lado triste y melancólico (vale, a otros la primavera los motiva; a mi me deja “off”); además es cruelmente realista dentro de su absurdez. Como ya he comentado me gustan las películas de “juguetes asesinos”, pero siempre me ha costado entender porque no los aplastaban sus victimas con un simple gesto. Es una lección que yo aprendí de pequeñito cuando me partió la cara gente más grande y fuerte que yo. Un día tenemos que animarnos a escribir una colaboración. Montaríamos la Krustyburguer del terror.
Esta claro que tu pones el ketchup XD

Un saludo

9. 22 mar 2010, 21:56 | Missterror

tendríamos que escribir un relato entre muchas personas,por capítulos,comienza uno,sigue otro,luego otro…y así hasta que alguien decida concluir.
NO es mala idea Bob!algún día comienzas y a ver qué sale,cada uno en su estilo,la krastyburguer puede resultar jugosita!

saludos y ánimo con la primavera!

10. 23 mar 2010, 19:03 | Bob Rock

Missterror.- Me ha gustado la idea de la cadena narrativa. Cualquier día te llega un párrafo y a ver que pasa!!!

11. 23 mar 2010, 19:20 | MaRiaNa

Yo por eso he desechado todos los peluches desde hace años..jeje..
Me encantó como siempre Bob¡¡

12. 23 mar 2010, 19:43 | lady necrophage

Bueno, no tengo el problema de Mariana, yo de pequeña jugaba a que operaba a mis peluches, ahora me temen ellos a mi..

13. 26 mar 2010, 15:23 | Bob Rock

Mariana.- Ummm, entonces tus peluches están planeando venganza entre los detritus de algún vertedero. Volverán más sucios y depravados que nunca.

Lady Necrophage.- Vaya pieza estás hecha!! XD

14. 16 ago 2010, 17:33 | David liu

Estimado Director:
¿Cómo estás? Somos fabricante de juguetes de peluche en China.Hope podemos colaborar de ahora en adelante.
Gracias y saludos cordiales.

Dear Manager:
How are you?We are manufacturer of plush toys in China.Hope we can cooperate from now on.
Thanks and best regards.

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