Undertaker
Una profesión con futuro
Los muertos han vuelto a la vida, terribles depredadores, los “regresados” se han esparcido alrededor del globo. Los escasos supervivientes se esconden lejos de las ciudades infestadas, asustados, solo existe un fino hilo de esperanza: el Enterrador.
Una figura solitaria que recorre las calles de las ciudades fantasmas, con una extraña pala en una mano y una bolsa para cadáveres en la otra. ¿Su ocupación? Enterrar definitivamente a los muertos, siempre por un módico precio. Sus clientes, los vivos, siguen viendo la apocalíptica realidad desde el egoísmo. Buscan que el Enterrador haga lo que ellos son incapaces. “Acaba con mi esposo, no puedo verlo así”. “Enterraría a mi hijo, pero no me atrevo a arriesgarme”. “Despedaza a mi vecino, siempre odie a ese cerdo”. El Enterrador sigue haciendo su trabajo entre las ruinas, solo, rechazando la compañía de aquellos que contratan sus servicios para enterrar un pasado como si los humanos fuesen quien para tomar esa decisión.
Undertaker (Sôginin – andâteikâ en japonés, lo que vendría a ser Enterrador) supone el debut tanto en la dirección como en la escritura de Naoyoshi Kawamatsu, cineasta japonés que ha llamado la atención de la prensa especializada por la intensidad de su breve mirada, poco más de sesenta minutos de duración, sobre el agostado mundo de los muertos vivientes. En los últimos tiempos, nos hemos acostumbrado a que desde Japón nos llegasen obras sobre zombis bastante irreverentes y gamberras (un servidor cree que el epítome de la comedia zombi podría ser la muy esperada Zombie Ass), y aunque no tratasen sobre redivivos, la verdad que lo más destacable de Japón viene últimamente de la mano del gore underground y el splatter cómico con gotitas de erotismo pinku.