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Un cura atormentado por su pasado advierte a unos estudiantes de las consecuencias que puede llegar a tener la práctica de la Ouija. Para ello les muestra una serie de cintas. En ellas se puede ver a unos estudiantes de periodismo dispuestos a grabar una sesión. ¿Es un mito, un simple fraude, o realmente podemos llegar a contactar con entes de otra dimensión? Con esta pregunta comienza una de las cinco cintas. Las cintas grabadas muestran todo lo sucedido tras una aparentemente inocente y fallida sesión de Ouija. Tres días encerrados en una buhardilla, rodeados de oscuridad, tensión y terror.

Entiendo que andar trasteando con una tabla ouija, sin tener ni puñetera idea de lo que estáis haciendo, pueda pareceros una manera tan buena como cualquier otra de pasar un sábado noche en compañía de vuestros amigos. Pero hacedme caso, olvidadlo. No puede acabar bien. De ningún modo. Antes de cometer semejante estupidez tendríais que tener clara una sola cosa acerca de las tablas ouija: las carga el mismísimo diablo. Y esta es una lección que podéis aprender por las buenas… o por las malas. Los protagonistas de la producción española Sesion 1.16, dirigida por José Javier Hernán Cobo, parece que han escogido el más duro de los caminos para aprender la lección.

José Javier Hernán Cobo ha dirigido varios cortometrajes, entre los que destaca Sesión de Noche, premiado en el Festival de Cine de Sitges en 2002 o Oberto Carlos, Premio Fotogramas 2005 al Mejor Cortometraje. Ahora le llega la hora de su puesta a punto como realizador y guionista de largometrajes con Sesion 1.16, la terrorífica epopeya de un grupo de jóvenes universitarios encerrados en una buhardilla y sometidos a los terribles y diabólicos peligros que se esconden tras una inocente sesión de ouija.

Sesion 1.16 constituye una orquestada pesadilla, rodada al más puro estilo found footage (en un momento del metraje uno de los protagonistas alude directamente a La maldición de la Bruja de Blair), cuyo mayor aliciente es su capacidad para mantener en tensión al espectador trasportándole al interior de un claustrofóbico escenario en el que nada es lo que parece y tras el que se esconde más de una terrorífica sorpresa.

Raúl, un joven en paro, es el ganador de un concurso sin precedentes: vivirá una semana en el edificio de un gran centro comercial de nuevas tecnologías, de donde no podrá salir bajo ningún concepto. Su único contacto con el exterior será a través de las redes sociales. Su odisea será retransmitida por internet para obtener la máxima “viralidad” posible. El problema es que Raúl tendrá que enfrentarse a varios retos: conquistar el amor de su vida, una de las cajeras de la tienda, superar su miedo a los espacios cerrados y averiguar la verdad sobre el pasado del edificio. Por la noche, en el edificio, pasan cosas raras…Puede que todo sea parte de la campaña de marketing o quizás el fantasma de una niña que busca justicia sea real…

Leyendo esta sinopsis y sabiendo además que se trata de una nueva producción española de terror/suspense en busca del público juvenil, cualquiera mínimamente ducho en la materia sabe que hay que salir corriendo. Al menos, eso podría parecer. No es que guarde muchas esperanzas, pero hay que dar una oportunidad al proyecto después de leer el nombre del director: Lucas Figueroa. ¿Quién es este tipo? Pues bien, Figueroa es el director de “Porque hay cosas que nunca se olvidan”, que con más de 300 premios recibidos está en el libro Guinness de los Récords como el corto más premiado de la historia.

Cuando Jess, una niña de siete años, y su madre alcohólica, llegan a Haslem, ambas no tardarán en sufrir el acoso y la intimidación de la gente del pueblo. Pero hay algo diferente en Jess. Ella puede ver y oir cosas que otras personas no pueden. Cuando Jess es atacada en una vereda rural, espíritus ancestrales despertarán con una terrible sed de venganda. Los lugareños se tomarán la justicia por su mano y cometerán un terrible acto sobre un inocente, a imagen y semejanza de la brutal caza de brujas ocurrida siglos atrás.

Presente y pasado se dan la mano en Molly Crows, película británica independiente escrita, producida y dirigida por Ray Wilkes en la que una jovencita de 8 años será el detonante de una vendetta espiritual cuyo orígen, por lo visto, deberemos buscarlo en la caza de brujas del s. XVII. Desde luego un primer mérito hay que atribuirle al bueno de Wilkes: si el éxito de su Molly Crows dependía, en gran medida, de contar con una actriz infantil que lograra comerse a la cámara gracias a su perturbadora mirada, el director y guionista (junto a su equipo de casting), parece haber dado en el clavo al reclutar a la joven y debutante Mercy Gaiger.

Otros que son inmunes al desaliento son nuestros amigos de Spooky Cinema. En su XVI edición, Spooky Cinema nos invita a pasar una inolvidable jornada en un par de mansiones malditas de añejo aroma ochentero: House, Una Casa Alucinante (House, Steve Miner, 1986) y La Matanza (Carnage, Andy Milligan, 1984). Esta suculenta sesión tendrá lugar el próximo domingo 10 de febrero a partir de las 17h., y la entrada es gratuita, de manera que no tenemos excusa.

El lugar de encuentro será el habitual: Espai Jove La Fontana, C/ Gran de Gracia 190, Metro L3 Fontana, de Barcelona. Y para no perder las buenas costumbres, los chicos de Spooky amenizarán la velada con una ración extra de trailers, cortometraje, palomitas, golosinas, cervezas, refrescos, stands y un sinfín de terroríficas sorpresas…

House, Una casa alucinante

Un escritor de novelas de terror de gran éxito sufre un bloqueo creativo tras separarse de su esposa, una actriz de televisión, y de que desaparezca su hijo. Decide dedicarse entonces a escribir sus recuerdos de la Guerra de Vietnam y para ello se traslada a la mansión de su difunta tía, que se suicidó. Allí sufrirá todo tipo de pesadillas sobrenaturales y será acosado por unos extraños demonios.

Matanza

Carol y Jonathan son una pareja de recién casados que se trasladan a su nuevo hogar. En la casa donde empiezan a vivir habitaba un matrimonio que se suicidó tres años atrás. A los pocos días empiezan ha experimentar extrañas apariciones de los difuntos, que poco a poco iran desencadenando un horror demencial…

¡Qué recuerdos! Corrían finales de los años noventa cuando una niña con larga y oscura melena provocaba defecaciones masivas en medio mundo. Luego vino todo lo demás: los niños con rímel de ojos, las pelucas asesinas, los fantasmas que viajan a través de los sistemas eléctricos o los que viven en fotos, manchas de humedad o incluso pelucas (¡!). Y aunque haya variedad bizarra para dar y tomar, al final del día la mayoría basa su estructura y golpes de efecto en un esquema al que, pocos años después, no le quedaban venas para seguir inyectando la aguja. Ojo, que de ahí, con esquema o sin él, salieron películas tan interesantes como Ringu (1998), Kairo (2001), Dark Water (2002), The Eye (2002), Dos hermanas, Shutter (2004), y alguna que otra más. Todas ellas contaron con los correspondientes remakes estadounidenses que, salvo en el caso de la más o menos correcta The Ring (2002), cogieron todo lo peor de aquellas y se olvidaron de lo bueno. El resultado: tedio y bochorno.

Aunque han continuado haciendo películas de este tipo, la cantidad cada vez es menor, al igual que es menor la fama que consiguen en el marco internacional. No obstante, el tipo que empezó todo, el japonés Hideo Nakata, tiene intención de volver a la carga. Y es que el director de las citadas Ringu y Dark Water, además de secuelas y precuelas varias de la primera, incluida la aburridísima secuela yanqui The Ring 2 (2005), ya tiene preparada The Complex.

Con esta saga me pasa algo curioso. A cada entrega, bajo las expectativas para amoldarme al producto y, de esa forma, poder verlo con otros ojos que me animen a entender el fenómeno social que han originado. Sin embargo, cada vez que me enfrento a la nueva entrega con las expectativas mermadas respecto a la anterior, me doy cuenta que debería haberlas bajado todavía más. Y así sigo, cuatro películas después, sin comprender qué gusta tanto y a tanta gente. Creedme, lo intento, pero no hay manera. No soy ningún detractor acérrimo de los mockumentary. Al contrario, algunos de ellos, como El proyecto de la bruja de Blair (1999), REC (2007) Cloverfield (2008) o Trollhunter (2010) me parecen muy interesantes, alguno incluso excelente. Claro que, dentro de este estilo, esta reeditada moda, hay mucha más morralla anual que productos interesantes. Ahora bien, ¿por qué Paranormal Activity 4 se estrena en cines, recaudando alrededor de 140 millones de dólares a nivel mundial, cuando es la misma basura que engendros directos a video como Gacy House (2010) y Área 407 (2012)? Coño, si incluso la copia de turno de los sinvergüenzas de Asylum, Paranormal Entitity (2010)… ¡le da mil vueltas a esto!

El primer Paranormal Activity, producido en 2007 aunque conocido masivamente en 2009, me pareció un experimento curioso y, a ratos, efectivo en su construcción del terror sobrenatural. La segunda y la tercera se empeñaban en jugar al típico “a ver quién la tiene más grande”, contando igualmente con presupuestos ínfimos, pero jugando la baza de multiplicar lo que ya funcionó anteriormente: más puertas abriéndose y cerrándose, más pasos en la escalera, más sabanas que vuelan de repente, más gritos, etcétera. Vamos, multiplicar cosas que sale barato multiplicar. La novedad, salvo en cambio de formatos (en la tercera se utilizaba presuntamente el difunto VHS) o el añadido de personajes vulnerables (niños y perros) venía a ser lo mismo, pero cada vez más cansino. Puro desgaste formulario.