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El hijo de la bestia

Sexo y terror, la pareja perfecta

El hijo de la bestia

Historias de terror y sexo extravagante, escalofríos entre las piernas. El inicio de cada cuento puede parecer el típico escenario: la campiña desierta, la reliquia olvidada, la casa victoriana… pero el sexo ejerce de catalizador y la situación común del género de horror se transforma en una pesadilla húmeda, nos despertamos entre sábanas pegajosas. Añada una gota de humor negro, y un chorrito de absenta, para obtener unos magníficos relatos que no temen ser duros, explícitos, inquietantes, extraños, exacerbados y terroríficos.

El Doctor Sexo

Graham Masterton, autor británico de la antología que nos ocupa, es reconocido en el mundillo por su éxito de ventas – obviamente no hablo del planeta España – y un buen número de galardones a sus espaldas, pero sobre todo por su afición a introducir dentro de sus narraciones el sexo como motor principal. Es más, ha escrito un buen puñado de manuales sexuales para parejas; así que el asunto no debe ser banal para el bueno de Masterton. Afortunadamente, nuestro hombre siempre se ha sentido más a gusto dentro del campo del horror, como buen amante declarado, incluso adaptador, de Lovecraft… ni más ni menos que más de treinta novelas y antología han salido de sus manos.

Su primera novela, Manitou (1976), es quizás también la más famosa de sus obras, pero yo destacaría por encima de todas su faceta de cuentista. Dicha novela, adaptada con bastante éxito al cine y el inicio de una longeva saga, ya despuntaba por los elementos que han hecho famoso a su autor: un grado de violencia explícita mezclado al alimón con tórridas escenas de cama. Sin embargo, no es hasta cuando se pone frente a su máquina para escribir historias cortas en que la magia de lo aberrante y lo macabro se mezcla con líquidos preseminales y lubricación vaginal – por citar dos de los elementos más prosaicos de su obra –. Aquí en España hemos podido disfrutar de relatos diseminados a lo largo de las distintas antologías que pulularon por el mercado durante la década de los ochenta, principalmente las editadas por Martínez Roca; y no es un dato baladí que éstas fuesen muchas veces recopilaciones de lo mejor del terror anglosajón de su época.

Pesadilla a 20.000 pies

y otros relatos insólitos y terroríficos

Pesadilla a 20.000 pies

Richard Matheson nació en New Jersey (Estados Unidos) en 1926 y estudió periodismo en la universidad de Missouri. Como no encontraba un trabajo fijo en ningún periódico, decidió convertirse en “freelancer”. Envió un primer relato, “Nacido de hombre y mujer”, una recreación moderna del clásico “Frankenstein” de Mary Shelley, a la revista Magazine of Fantasy and Science Fiction, que lo publicó con gran éxito en 1950. Seducido por el mundo del cine, escribió guiones, y en 1957 llegó a un acuerdo con la Universal para adaptar su novela “El hombre menguante”, película esencial en la historia del cine fantástico.

“Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos” reúne los mejores cuentos de terror de Matheson (algunos de ellos convertidos en episodios de la serie televisiva de culto The Twilight Zone, emitida en los sesenta, y ahora en DVD) y se publica en la colección Gótica con la intención de dar a los aficionados una visión más amplia del género, de la mano de sus principales continuadores contemporáneos, como Lovecraft, Howard o Blackwood, presentes también en la Gótica.

Zothique

El último continente

Zothique

C.A. Smith fue junto a Lovecraft y Howard (creador de Conan y de otra docena de personajes no menos memorables) uno de los buques insignia de la famosa revista Weird Tales. Los “tres mosqueteros” los llegaron a llamar bienintencionadamente. Sin embargo,Smith es de los tres el más desconocido para el lector hispano, situación que las dos últimas décadas han venido a paliar un poco. Y eso que podríamos decir sin temor a equivocarnos que el californiano Smith gozaba de la pluma más acerada y de mayor dominio del lenguaje entre sus compañeros. Autodidacta – rechazo acudir a la escuela secundaria formándose el mismo de manera loable -, aprendió varios idiomas y cultivo con mimo no solo la literatura si no también la poesía y la escultura. Siendo siempre capaz de trasmitir a sus obras un aire de decadencia cósmica que ni siquiera el maestro de Providence pudo alcanzar. Tal vez el desconocimiento de su obra, cada vez menor afortunadamente, se debe a que dentro de su obra nunca pergeñó una comosgonía propia o desarrolló personajes que le diesen pie a una saga identificativa. Él se centró en recoger pasajes y cuentos de continentes y regiones (Hyperborea, Xiccarph, Averoigne…) imaginarios como si de un historiador, o mejor un bardo, se tratase. Así sus cuentos disfrutan de la patina del narrador experto que nos lleva, sin mucho esfuerzo por representar el marco de la ficción, por terrenos imposibles usando una vaga forma de añoranza que permite al oyente imaginar con más fuerza que si de obras explicitas se tratase. No hay concierto temporal claro en sus historias, solo una fuerza sobrenatural para describir lo decadente y lo exótico, superior incluso a la de Poe.

Permitidme reproducir el poema que abre esta antología y que sintetiza lo que encontraréis en los mejores relatos de uno de los mejores fantasistas “pulp” que alumbró la Norteamérica de principios del siglo XX, solo comparable en importancia a Lovecraft y Howard, y superior en cuanto a manufactura técnica: