DIVERSIÓN: |
|
TERROR: |
|
ORIGINALIDAD: |
|
GORE: |
|
Pocas películas de Sitges me sorprendieron tanto y me causaron tanta tensión y escalofríos como la polaca “Post Mortem”. Por eso me sorprendió mucho que se polarizasen tanto las opiniones a su salida del cine. La mitad, entre los que me incluyo, opinábamos que era todo un espectáculo de truculencia y sobresaltos, desatado y sumamente simpático. La otra mitad, que era un experimento fallido que trataba de crear la típica montaña rusa de sustos del cine norteamericano en una trama que dejaba de funcionar en su tercio final; vamos lo que se dice un ladrillo. Como suele pasar en estos casos, una parte es incapaz de ver las virtudes o los defectos que aprecia la otra. Pero en lo que casi todos coincidimos, era en que osada lo era un rato. A mí me fascinó pues, si hay algo que me produce malestar y mal rollo son los muertos. No los zombis, ni los vampiros, sino los cadáveres cuando están pálidos y quietos. Es esa inquietud, que produce lo que antes estaba lleno de vida y ahora permanece inerte y frío pero en apariencia podría despertar, de donde tira esta cinta para ponerte hasta el último pelo del cogote de punta.
La película nos sitúa en Europa recién acaba de finalizar la primera guerra mundial. Hungría es un país deprimido donde se amontonan no sólo los cuerpos que ha dejado la contienda, sino también todas las víctimas que se ha cobrado la pandemia de la gripe española. Tomás es un fotógrafo que recorre las aldeas ofreciendo sus servicios de imagen post-morten (esas estampas antiguas en las que, a modo de último recuerdo, se fotografiaban a los muertos en actitudes y compañía de vivos). Un día entra en su gabinete una niña, que le invita a fotografiar la ingente cantidad de cuerpos que se amontonan en los helados graneros de su aldea. Existe un extraño vínculo entre la pequeña y nuestro protagonista, algo que termina por decantarlo en la decisión de acudir al pueblo. Una vez allí, descubrirá que una fuerza muy oscura y letal ronda a los aldeanos, que se verán sumergidos en una espiral de sucesos inquietantes.
Lo mejor: Inquieta de verdad y con pocas cortapisas.
Lo peor: Su tramo final resulta extenuante.