Con el permiso de la prometedora El terror (adaptación de la sensacional novela ononima de Dan Simmons), de Fargo y de la brillante Trapped, Fortidude se postula como una firme candidata a ocupar el trono de las series que transcurren en paisajes fríos donde la violencia campa a su aire.

La llegada del tráiler de su segunda temporada, con la aparición en sus imágenes de personajes que quedaron en el aire (como el de Veronica Echegui), nos confirma que la trama va a continuar explorando los flecos que quedaron sueltos en su anterior entrega. Aquellos que siguieron la serie recordarán como el policiaco fue dando paso al cine de terror y cómo con el transcurrir de los episodios la amenaza y el mal rollo fueron tomando los hogares de este remoto pueblo. Los que han visto ya parte de su segunda temporada confirman que, lejos de bajar el listón, la cosa gana en interés, violencia y mal rollo y eso que el factor sorpresa ha desaparecido…

Cuando tres estudiantes universitarios se mudan a una vieja casa fuera del campus, sin querer liberan a una entidad sobrenatural conocida como “Bye Bye Man”, que se apodera de los que descubren su nombre. Ellos intentarán salvarse mientras al mismo tiempo mantienen la existencia de su atormentador en secreto para salvar a otros de la misma suerte.

No sé en qué punto, entre que conocí de la existencia de la norteamericana “The Bye Bye Man” y pude llegar a verla, que pensé estar frente a un slasher sobrenatural de pura cepa, uno que claramente iba enfocado al público post adolescente. Craso error, esta película dista mucho de las aventurillas del bueno de Freddy Krueger, pareciéndo antes una reinterpretación de “Candyman” o, si preferís la versión escrita, “The Forbidden” de Clive Barker. El paralelismo literario no termina aquí, pues la presente serie B, aunque con resultados varias letras inferiores, también está basada en un relato breve. De hecho, debía ser tan corto que alargar la historia hasta el formato largometraje ha resultado la peor decisión posible.

Cuando el terror es vehículo para contar otras cosas gana, en mi opinión, muchos enteros. La cinta de la que nos ocupamos hoy es una película de miedo, con sus sustos, subidas de volumen, pasillos a recorrer y presencias… pero también es una metáfora del miedo a los cambios, en este caso los que sobrevienen a un estilo de vida occidental, que pronto sufrirán los protagonistas de la historia.

Una madre y su hija en el Teherán de 1983 se quedan aisladas en la ciudad cuando el cabeza de familia parte como médico a la guerra. Entre bombardeos, la marcha de sus vecinos a zonas fuera del conflicto y la imposición de un régimen cada vez más restrictivo, la madre tendrá que enfrentarse a una extraña presencia, envuelta en un velo islámico, que acosa a la menor cada vez de forma más intensa…

Baltimore, siglo XIX. Una chica afectada por la muerte prematura de sus padres se ingresa voluntariamente en el Instituto Rosewood. Allí termina siendo víctima de experimentos pseudocientíficos cada vez más extraños y violentos, ahondando en la modificación de la personalidad, el lavado de cerebro y el control de la mente como terapias. Ahora la muchacha tendrá que escapar de la institución para llevar a cabo una sangrienta venganza sobre sus torturadores.

James Franco (“Superfumados”, “La Entrevista”) es un polifacético actor que ha visto su carrera opacada por una merecida fama de gamberro y fumador compulsivo de marihuana. Pero también es cierto que, paralelamente a la creciente lista de comedias de encefalograma plano en las que participa, deberíamos añadir una fructífera trayectoria como director de productos independientes, especialmente cortometrajes. Lo que tampoco hace menos cierto el hecho de que dichas obras sean tan independientes que pocas veces asomen la cabecita por el panorama internacional. Sin embargo, el caso que hoy nos ocupa destaca por un motivo: hablamos de su primer largometraje de terror; cinta de escaso presupuesto, tres millones de pavos, co dirigida junto a su compañera de estudios, Pamela Romanowsky.

Dana Milgrom ha estado muy cerca de la muerte tras sobrevivir a un aparatoso accidente de coche. Ahora se encuentra paralizada y atrapada dentro de su propio cuerpo. Forzada a comunicarse a través de un programa de voz artificial y enganchada a una máquina de respiración artificial, Dana está convencida de que una presencia aterradora llamada “Nails” reside en el interior de su habitación de hospital. Nadie la cree, ni siquiera su propio marido. Los médicos que la atienden creen que está sufriendo una crisis mental.

“Muchas películas de terror giran alrededor de la idea de escapar… Nails es lo opuesto: trata de quedarse atrapado en tu propia piel conviviendo con el horror.” Estas son las palabras con las que el debutante tras las cámaras Dennis Bartok (su filmografía incluye el guión de Trapped Ashes) define su ópera prima Nails, un prometedor tour de force de la actriz Shauna MacDonald (The Descent, 2005 y The Descent: part 2, 2009) que en esta ocasión abandona la cueva para dar con sus huesos en un lúgubre hospital que parece materializar sus terrores más profundos.

Doce años después de descubrir el suicidio de su madre, Claire, de 17 años, es intimidada en la escuela secundaria, así como avergonzada por su maniático padre, Jonathan. Todo eso cambia cuando su padre llega a casa con una vieja caja de música cuya inscripción promete conceder a su dueño siete deseos. Mientras que Clare se muestra inicialmente escéptica, finalmente se deja seducir por el poder de conseguir sus más íntimos deseos. Ella obtiene la vida que siempre quiso y todo parece perfecto, hasta que las personas más cercanas a ella comienzan a morir de manera violenta después de cada deseo.

¡Qué buenos ratos me reportó el terror adolescente durante la década de los noventa! No es que fuese la panacea, y además servidor ya contaba con una buena provisión de vello púbico cubriendo sus vergüenzas, pero la saga “Scream”, “Sé lo que hicisteis el último verano”, “Juego Mortal”,“The Faculty” o, especialmente, “Destino Final”, trajeron algo de alegría a una década que aislaba el terror cinematográfico bajo la sombra del bigote de Aznar. Menos adolescente pero especialmente brillante en ese panorama desolador, se estrenaba en 1997 “Wishmaster” para placer y gozo de los amantes de los efectos especiales de la vieja escuela. Una pieza de auténtica serie B que lamentablemente no ha corrido especial suerte entre el aficionado.