Este es el camino. No cabe duda. Desde finales de los noventa, aunque sea con cuentagotas, una serie de talentos locales se están haciendo notar en el panorama del cine de género. No siempre los resultados artísticos y/o comerciales han ido de la mano, pero ya es un paso. Desde el éxito a todos los niveles de Juan Antonio Bayona, Alejandro Amenábar, Jaume Balagueró o Paco Plaza, hasta nombres, esperemos en próximo auge, como Eduardo Chapero Jackson o Paco Cabezas, pasando por oportunidades perdidas, aunque no sin falta de (agradecido) riesgo, como José Luis Alemán, la cantera de nuevos valores empieza a tener notoriedad. Otros han emigrado, como el cada vez más interesante Juan Carlos Fresnadillo o el más irregular Luis Berdejo. Y otros no han trabajado nunca en España, aunque no les va nada mal en Estados Unidos, como es el caso de Jaume Collet-Serra. A todos estos nombres, y algunos que faltan, unamos ahora con fuerza el de Miguel Ángel Vivas.
No cabe duda de que este cambio generacional, esta nueva mina de talentos relacionados con el cine fantástico y el terror, se debe a que los jóvenes directores actuales llevan consigo unas influencias, un recorrido como aficionado, muy diferente al de las llamadas viejas glorias (o, en todo caso, directores veteranos). Esta gente, al fin y al cabo, es como nosotros. No todos, aunque en su mayoría, se nota a la legua que eran y son fans y consumidores compulsivos del cine que nosotros, al menos el que esto suscribe, nos llevamos tragando desde la adolescencia. Ese cine de casas encantadas, de zombies, de psicópatas. Ese Giallo de hace unas décadas, o el Torture Porn actual. Y, en el caso de Miguel Ángel Vivas, casi puedo afirmar que se ha visto unas cuantas de la llamada Nouvelle Horreur Vague, y también de aquel movimiento de violencia hiperrealista y contenido social/auto-critico iniciado, o puesto de moda, por Funny Games (1997).