Lost River

La cara guapa del cine independiente más mainstream, Ryan Gosling, se estrena en la dirección cinematográfica con este Lost River y demuestra que no se limitó a repetir sus frases con cierto carisma durante los rodajes con autores de talento: Ryan se empapó también de la forma de hacer y narrar de los grandes maestros y en este primer trabajo ha abierto el frasco de las esencias del mejor cine norteamericano para realizar un pedante, pretencioso, extenuante pero objetivamente sobresaliente ejercicio de cine.

A punto de perder su casa, Billy (Christina Hendricks) se ve obligada a trabajar en un sórdido y misterioso club nocturno, mezcla de burdel y macabro cabaret burlesque, dejando a su hijo pequeño al cuidado de su otro hijo más mayor: Bones (Iain De Caestecker). Por su parte Bones trata en lo que puede de ayudar a su desvalida madre y trapichea con chatarra y restos de su ruinosa comunidad, granjeándose peligrosos enemigos. Cuando su vecina (Saoirse Ronan) le hable de la existencia de una ciudad engullida por el rio, Bones divisará una posible solución a los problemas de la familia.

La Norteamérica profunda y pantanosa, en este caso Detroit - aunque bien podría haber sido Nueva Orleans -, y la profunda crisis americana se mezclan para crear un escenario singular donde cualquier elemento disonante cobra verosimilitud en pocos segundos y donde realismo y magia son dos dimensiones coplanares por las que los personajes deambulan a capricho. Un mundo suburbial, desolado, hostil, hermoso y decadente que remite a tiempos mejores y a la muerte (o al menos enfermedad grave) de lo que se ha dado en llamar “El sueño americano”. La familia protagonista se encuentra peligrosamente a punto de despertar de ese sueño y opta, antes de hacerlo, por la pesadilla. Mantener lo poco que les queda les llevará a dejarse literalmente la piel contra la adversidad. La reiteración musical del tema clásico “Deep Purple” nos habla de tiempos mejores y de ese sueño que cada vez se aleja más de los dedos de nuestra generación.

Lost River es un cuento oscuro, una fábula que contiene sus hadas buenas, brujas malas, lobos feroces, dragones con sus tesoros, princesas y castillos malditos. Todo con una pátina de modernidad y con la textura de los sueños. Cinematográficamente es un mundo que nos remite al de David Lynch en Corazón salvaje, Terciopelo azul o Mulholand drive y al del Tim Burton de Big fish en versión febril. Gosling deslumbra nuestras pupilas con las texturas y los sonidos de los sueños y con una desbordante y extenuante sucesión de escenas estéticamente atractivas a las que acompaña una historia en la que, como en todos los cuentos, la belleza de la narración esconde una historia muy sencilla si se la desnuda de florituras.

La influencia de otros dos directores se suma, también, a la iconografía de Ryan Gosling en su forma de hacer. Por un lado de la de Terrence Malick (La delgada línea roja, El libro de la vida) toma todos los aspectos sensoriales… una influencia que veremos clara desde los planos iniciales de la historia en los que un niño recorre un campo de espigas y disfruta de roce del las mismas sobre su cuerpo. Y de Nicolas Winding Refn (Sólo Dios perdona, Drive) toma la forma de dibujar los personajes y su entorno; también toma el movimiento de la cámara. Es quizás ésta la influencia más clara y la más acertada; así los personajes de Lost River no necesitan diálogos para darnos a conocer sus historias, sus paseos en largo planos nos hablan de sus pensamientos; sus miradas, los objetos que les rodean y cómo interactúan con ellos son casi siempre más locuaces que la trama en sí. Pero aún hay más: también veremos atisbos de Derek Cianfrance, de Gaspar Noé (al que le roba su director de fotografía: Benoît Debie), del Leos Carax de Holy motors y hasta juguetea con el guiallo italiano.

Pero este sabor a cine independiente, esta poesía y esta mezcla de referencias, dotan este primer trabajo de un aire pedante y presuntuoso también innegable. Tanto virtuosismo, tanto “más difícil todavía” secuencia a secuencia, hacen que, pese a que el producto tenga un empaque homogéneo, el espectador desee que no sea así… que la imperfección asome por algún lado… Es decir que ¡¡¡Ryan Gosling termina por ser el típico repelente redicho que cuanto mejor lo hace más te toca las pelotas!!! Confieso que me encantó su cinta pero, de alguna forma, terminé odiando su constante alarde.

También en la dirección de actores Gosling brilla con luz propia; su protagonista, que es como su alter ego en versión adolescente, tiene un carisma innegable. También lo posee la televisiva Christina Hendricks, que demuestra que funciona igual o mejor en la pantalla grande. Destacar la aparición de la siempre interesante Eva Mendes (que tiene un par de escenas tan sangrientas como rocambolescas) y una de las musas del cine de horror clásico: Barbara Steel, transformada para la ocasión en una Norma Desmond perdida en tiempos mejores…

Indiferentemente de la sensación que os transmita esta reseña recomiendo navegar y profundizar por este río perdido… es la única forma de saber si conectarás con lo que Gosling, ese puto cabrón con talento, tiene que mostrarte. Lo que tienen las apuestas difíciles es eso: que en el caso de que las ganes el premio suele ser apabullante.