El Hombre de las Sombras

“The Tall Man” es una de esas películas que, desde el punto de vista de quien escribe, es a la vez un triunfo y un fracaso. Mitad culpa de su lanzamiento (ese terrible tagline, “fear takes a new shape”), mitad culpa de sus responsables, como película de terror sobre un personaje siniestro y muy probablemente sobrenatural se queda corta; sin embargo, parece que, tras verla, no se puede negar que Pascal Laugier es un tío listo y no tiene miedo de meterse en cuestiones espinosas. La cuestión es si a uno le satisface más un relato de terror lleno de escalofríos o una aproximación a un tema más terrenal con bastantes ángulos de reflexión, sin menosprecio de una opción sobre otra (y lo digo completamente en serio: soy de los que piensan que una de las vertientes menos valoradas de la imaginación es la capacidad de crear clima o encontrar los momentos de una historia de los que puede surgir un buen susto).

A estas alturas, el argumento es ya de sobra conocido: Cold Rock es un pequeño pueblo al borde de la desaparición. Tras el cierre de la mina, fuente de trabajo de la mayoría de lugareños, se ha ido despoblando. Y, a esto, hay que sumar en la actualidad un nuevo problema: los niños están desapareciendo, y la opinión popular se inclina por responsabilizar a una figura casi mitológica a la que han convenido en llamar El Hombre Alto. Julia Denning (Jessica Biel) es la enfermera del pueblo, respetada por todos los habitantes; una noche tendrá que hacer frente a la peor de sus pesadillas: el Hombre Alto se lleva a su hijo.

La primera hora de película, desde mi punto de vista, funciona bastante bien como película de terror. Ofrece los suficientes giros como para mantenerte atento y cavilando posibles soluciones para la trama, y aunque no es muy prólija en secuencias de tensión (realmente, hay sólo dos: el Hombre Alto y el niño, y la del edificio abandonado), son suficientes para seguir bien la historia y mantenerte sentado. Pascal Laugier hace gala de su poderío visual: realmente, vale la pena ver “The Tall Man” en cine o, en su defecto, en una copia de la mejor calidad posible, pues la fotografía es espectacular, al igual que los escenarios naturales y decorados. Al tratarse del siguiente proyecto del director galo tras Martyrs, conviene hacer tábula rasa y no esperar lo mismo que en aquella: aquí no hay violencia extrema. Pero está justificado: en “Martyrs”, la violencia tenía un fin en la trama, pero ésta va por otros derroteros. De alguna manera, una de las posibles lecturas de “The Tall Man” es cómo se crea una leyenda urbana (muy acertada metáfora, por ejemplo, que el pueblo esté sobre un laberinto de túneles, siendo éstos una suerte de encarnación del mundo mitológico sobre le que se asienta la sociedad). En este sentido, realmente lo importante de la historia es recrear el mecanismo que lleva a una comunidad a inventarse un “mito” para explicar algo que escapa a su comprensión.

Los cuarenta minutos finales son los más conflictivos. Prevenidos estáis: se abandona por completo el tono de película de terror y entramos en otro género.

Resulta curioso como este segundo tramo, más corto, se come, literalmente, al primero, más largo y de notable alto. Al finalizar “The Tall Man”, la sensación que queda, te haya gustado o te haya horrorizado, es la de esta segunda parte. Y es, por tanto, la de que ésta no es una película de terror. Aquí empiezan a encajar las piezas: desde detalles que aparentemente no tienen importancia y que sólo son percibidos en un segundo visionado, a un prólogo que, en una primera impresión, no se entiende muy bien su porque. Sin embargo, aunque tal vez no está todo lo bien ajustado que debiera, sí que parece acertado: la pregunta de la película no es “¿quién es el hombre alto?” sino “¿qué ha pasado con todos los niños desaparecidos?”. Insisto: probablemente, el prólogo no funciona del todo a nivel narrativo, pero sí, digámoslo así, a un nivel más filosófico.

Creo que, por mucho que intento ser objetivo, se me ve el plumero: a mí me ha encantado la película. Me parece un claro caso en el que una historia potente y bien contada, con sus recorridos y sus giros de guión, consiguen que se pasen por alto algunos “recursos” un poco torpes (¿de verdad alguien puede conducir un coche sin darse cuenta que hay una persona escondida en el asiento trasero?). Se centra en un tema que me apasiona: pensamiento científico frente a fanatismo, y no lo hace ni con demagogia, ni para condenar la catetería ni para alabar las virtudes de la razón. Plantea algo que sucede a muchos niveles: que los extremos se tocan. No están tan lejos el fanastismo extremo del raciocinio extremo. Pero ilumina la exposición con una claridad inusitada: como leí una vez en un manual de guión, “una buena historia cuenta cosas que sólo puede contar una buena historia”. Es evidente que Pascal Laugier se basa en la realidad para alimentar su imaginación, que la observa desde un punto de vista crítico (aparece aquí, otra vez, esa obsesión/apreciación de que la clase alta es realmente la única que disfruta al cien por cien de los derechos que se nos presuponen a todos), y no tiene miedo, si no a responder preguntas complejas, sí a exponerlas en toda su magnitud: cuánta bondad hay en una decisión perversa, y cuanta maldad puede albergar una acción altruista.