C.A. Smith fue junto a Lovecraft y Howard (creador de Conan y de otra docena de personajes no menos memorables) uno de los buques insignia de la famosa revista Weird Tales. Los “tres mosqueteros” los llegaron a llamar bienintencionadamente. Sin embargo,Smith es de los tres el más desconocido para el lector hispano, situación que las dos últimas décadas han venido a paliar un poco. Y eso que podríamos decir sin temor a equivocarnos que el californiano Smith gozaba de la pluma más acerada y de mayor dominio del lenguaje entre sus compañeros. Autodidacta – rechazo acudir a la escuela secundaria formándose el mismo de manera loable -, aprendió varios idiomas y cultivo con mimo no solo la literatura si no también la poesía y la escultura. Siendo siempre capaz de trasmitir a sus obras un aire de decadencia cósmica que ni siquiera el maestro de Providence pudo alcanzar. Tal vez el desconocimiento de su obra, cada vez menor afortunadamente, se debe a que dentro de su obra nunca pergeñó una comosgonía propia o desarrolló personajes que le diesen pie a una saga identificativa. Él se centró en recoger pasajes y cuentos de continentes y regiones (Hyperborea, Xiccarph, Averoigne…) imaginarios como si de un historiador, o mejor un bardo, se tratase. Así sus cuentos disfrutan de la patina del narrador experto que nos lleva, sin mucho esfuerzo por representar el marco de la ficción, por terrenos imposibles usando una vaga forma de añoranza que permite al oyente imaginar con más fuerza que si de obras explicitas se tratase. No hay concierto temporal claro en sus historias, solo una fuerza sobrenatural para describir lo decadente y lo exótico, superior incluso a la de Poe.
Permitidme reproducir el poema que abre esta antología y que sintetiza lo que encontraréis en los mejores relatos de uno de los mejores fantasistas “pulp” que alumbró la Norteamérica de principios del siglo XX, solo comparable en importancia a Lovecraft y Howard, y superior en cuanto a manufactura técnica: