1917

Cuando estaba viendo 1917 me preguntaba continuamente ¿qué es realmente el cine de terror? Quiero decir, estaba viendo dos personajes, dos soldados, andando por unas trincheras en la Primera Guerra Mundial. No, no eran los primeros compases de la guerra, sino que estaba terminando. Para entonces, dichas trincheras se habían convertido en largos pasillos que conducían al infierno. Interminables recorridos llenos de muerte, locura, desesperanza y putrefacción. No imagino escenario más terrorífico. Imaginad según estáis leyendo…

Estáis andando y, cada cinco pasos, te encuentras con miembros perdidos. Miembros descompuestos, algunos ya convertidos en calavera, que podrían pertenecer a algún compañero de batalla, o incluso a alguien que vivía cerca de ti, antes del conflicto. O puede que sean desconocidos, o de un animal. Sea como fuere, vas con cuidado de no pisarlos, hay que guardar un mínimo de respeto, aunque esto no les sirva a estas alturas. Los que siguen vivos, quizás preferirían la suerte de los muertos. Entre ellos, observas desolación, locura, ni una sola mirada limpia. Tú no lo sabes, pero los que te observan saben que eres como ellos: tu gesto es de agotamiento, de desorientación. Ya tienes la mirada de los mil metros. Espera ¿eso que ha pasado correteando era una rata? No puede ser, las ratas no son tan grandes. Luego caes en la cuenta, que sí, que aquí todo es posible, y que esas ratas llevan desde el principio de esta maldita guerra alimentándose más que nunca. Son gigantes. Casi, parecen mutantes. Ellas, se están dando un festín a nuestra costa. Aún tienen cuerpos disponibles a los que hincar el diente. Muchos, demasiados ¿Cuántos más tendrán hasta que termine esta maldita guerra? Yo, me alisté soñando con medallas, con honrar a mi familia, con que me vieran como un héroe. La guerra no es lo que pensaba. Mierda, el olor es tan nauseabundo que, en ocasiones, como si de un dolor de muelas se tratase, se me olvida. Ya es parte del lugar.

¿Seguís conmigo? Bien, seguro que por un momento me habéis entendido. Esto es cine de terror. De hecho, el terror más puro. En concreto, el survival más puro. Y 1917, la película, es quizás el máximo exponente, la cumbre, del género bélico concebido como terror. Lo es, porque aquí no priman batallas, ni tiros, ni acción. No esperéis eso. Aquí, prima un viaje junto a dos personajes rodeados de horrores: pasillos infernales, cadáveres, ratas gigantes, sangre, descomposición y tensión, mucha tensión.

Seguro que habéis oído elogiar en muchos sitios en largo plano secuencia con el que está rodada 1917. En realidad, y esto lo dice el propio director, falso plano secuencia. Hay cortes, vaya. Pocos, pero los hay. Muy bien disimulados, eso sí. Y, aun así, el logro es tal, no solo por la portentosa utilización del sistema, sino también por su inteligencia para crear un suspense que va creciendo hasta sus últimas consecuencias, que, en unas cuantas ocasiones a lo largo de dos horas, somos conscientes de estar viendo historia del cine. Planos y situaciones que van a ser recordados por muchos años, por varias generaciones. Sam Mendes, director, Roger Deakins, fotografía, y Thomas Newman, banda sonora, unen talentos en estado de gracia para subirnos a los cielos (cinematográficos) sin dejar de recordarnos que, en realidad, nos están llevando al infierno.

Así que, por mi parte, sí, 1917 es terror. Y posiblemente, no veamos película más intensa y terrorífica durante este año, que acaba de comenzar.