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Afilado Verano

Un terror veraniego por Jorge P. López

“Ten cuidado, no te cortes”

Con siete años metes la mano donde no debes, ¿cómo evitarlo? Es casi una enfermedad, lo haces a sabiendas y nadie puede detener tu curiosidad. De esa forma lo vive el Niño, secuestrado por sus propias extremidades llenas de una voluntad y vigor irresistibles.

Una vez tuvo un nombre, pero se difuminó entre los títulos que sus hazañas conquistaron: Azote de los gatos, Rey Pirata de los mares del Sur, Emperador Galáctico, Señor del sofá, Condenado Pequeñajo…

El verano se agostaba y ningún rincón del jardín se había librado de las pisadas de aquel Atila en miniatura; los árboles, llenos de temor, intentaban ocultar sus amados nidos de las manitas pegajosas, pero los huevos eran unas gemas difícil de ignorar; el césped, ya cansado de torturas, raleaba allí donde se había enterrado un hámster o una botella con monedas de céntimo; el tejado se combaba quejumbroso a causa del peso de los balones y las cometas… Incluso fuera de su territorio, heredado por derecho propio, se dejaban ver las improntas de su silueta, si los perros guardianes del vecindario pudiesen hablar pedirían la jubilación anticipada junto a los buzones de toda la calle, hasta las narices de toser debido a los petardos de aquella bestia de menos de un metro.

“Te vas a cortar Niño”

Las advertencias siempre estaban allí, ejerciendo de agradable cantinela, pues le encantaba demostrar a sus mayores lo equivocados que estaban sobre su fragilidad. La juventud es acero, el reflejado en su mirada inyectada de adrenalina. No, no se hubiera cortado ni con vidrios rotos, y así la imprudencia se adueñaba de sus tardes lejos de la escuela, cabalgaba furioso encima de actos impensables hasta para un derviche:
Olas de piedra besando la vía del tren…
Cabriolas mortales desde lo alto de la mesa…
Ranas desnudadas bajo la mirada del pantano…
Aprendiz de carpintero con las herramientas del abuelo…
Brillos cegadores saludando dentro del cajón secreto de las costuras…

“Niño, te vas a tronchar un dedo en la siguiente”
El final de la niñez suele llegar con los truenos.

Esos que se convertían en jinetes de la típica tormenta de verano en casa de la abuela. La enorme mansión que siempre le produjo una extraña fascinación, sobre todo debido a los olores desprendidos desde cada polvorienta esquina: desagradablemente misteriosos.

Fascinación que se trocaba obsesión allí, junto a la escalera que comunicaba el primer piso con el segundo. Recia madera negra impregnada con la fragancia de los siglos, las tablas de su fortín particular, espectadora de las películas abstractas emitidas dentro del tierno cerebro.

La última mañana nació encapotada de una forma que no había visto nunca; con las nubes negras como moscas llegó la inquietud de un despertar de pesadilla. Unas sensaciones equívocas palpitando cerca de las ingles, luchando por alzarse. ¿Era el cambio que otros compañeros de colegio susurraban a escondidas de las niñas?
Con ese malestar febril martilleando en las sienes decidió bajar hasta la cocina como siempre lo había hecho: deslizándose por la barandilla de la escalera. Otro insulto al destino.

“Un día vas a abrirte la cabeza, Niño”

Sentía que algo había cambiado en el caserón, no acertaba a saber si dentro de él o lejos, reptando por el sótano. Cómo definir el negro ánimo que lo retenía contra la cama, ese esfuerzo era tarea de gatos y animales tontos, el Niño brincó y se convirtió en una centella rubia, el pasamanos entonaba su nombre, uno de tantos. El aroma a café había vuelto a ejercer de despertador, cubriendo los tonos a vejez habituales; su cuarto permanecía desordenado, tal y como se acostó; las estampas religiosas custodiaban la encimera del rellano; y otra multitud de detalles permanecían igual. Por un momento lo supo: la mutación lo controlaba, no sé reconocía a sí mismo, había nacido de los llantos, el plañido sempiterno que tiznó la madrugada de una tristeza a la que rechazó, sumergiéndose en sueños de piratas intrépidos y otros héroes de la antigüedad a los que encarnaba mejor que Errol Flynn.
Con todo, la preocupación era demasiado intangible como para alterarse por los lloros que estuvo escuchando a lo largo de la tormenta nocturna. Aunque entre sueños, blanda arcilla, los palpos de la pesadilla llorona quisieron robarle la alegría. Sin embargo, la vida siempre seguía a cada amanecer inalterable, plena, triunfante, rubia…

Incluso estando el firmamento cortado por afilados rayos y la casa aparentemente vacía, el estampado de su pijama irradiaba felicidad: caballos que pedían a gritos trotar encima del pasamanos color marrón. ¡Trota Niño, trota hasta el infinito!

“Cuando te hagas daño ni se te ocurra quejarte, porque tú te lo habrás buscado”

¿Acaso podría imaginar un mínimo inconveniente si por delante quedaban horas y horas de juegos entre los aperos de la cocina, dentro de la caseta cubierta de hiedra, junto a los atizadores del hogar en desuso?

Tal vez, porque había algo diferente.

¿Qué era?

¿La ausencia del bullicio que siempre serpenteaba por la escalera para anunciar el desayuno de los abuelos?Puede que la escalera luciese apagada, más triste. “Será la oscuridad”, pensó sumido en la inercia del descenso

¿Serían los rayos que descargaban afuera, los intensos fogonazos que acompañaban el deslizar de sus nalgas por la madera encerada?

No.

Las dimensiones ya no eran las correctas, la madera se estrechaba y agudizaba su brillo.

Cuando el dolor se apoderó de sus atolondrara falta de conciencia, entendió porque el abuelo se había marchado para siempre. Las cosas cambian y ni la seguridad de la infancia es ajena a este hecho.

El pasamanos, hambriento bajo su tierno peso y convertido en fina cuchilla, desgarraba sus ingles en una caída imposible de frenar hasta el húmedo y pegajoso infinito.

Hogar, dulce hogar y caricia de navaja.


Vuestros comentarios

1. 20 jul 2015, 23:27 | Rago

Ouch.

Un abrazo almas, tiene rato que los leo, pero apenas que me animé a comentar.

Muy buena historia, aunque al pobre protagonista no le perdonaste la circuncisión sin anestesia.

2. 21 jul 2015, 11:03 | MASP

Bueno, bueno!! Cómo se nota que quien bien lee es quien bien escribe. Me ha gustado mucho ese tono onírico sesgado por un final biséctrico abierto a todo tipo de interpretaciones freudianas.

Verdad que resulta adictivo escribir sin diálogos? Te enfrentas al folio en blanco sin saber muy bien qué extraño fruto obtener y de improviso las ideas van surgiendo como una extraña multitud poblada de semántica rebelde. Y cuando te has querido dar cuenta, ya es demasiado tarde y las palabras han invadido tu vida con su ajena presencia como una febril hueste ávida de ignotos territorios.

Pues nada, a seguir cultivándose a base de abonos putrefactos, pues son los que mejor cosecha reportan.

PD: El mail era “bob*********ck@gmail.com” verdad? Es que pasé de Outlook a Thunderbird con el cambio a LibreOffice y como soy así de listo pues no hice backup de la Libreta de Direcciones. Sí, soy de los que sigue usando gestor de correo. Es que hay viejas costumbres que nunca se pierden, que uno ya va ciberchocheando. xD

Saludos!

3. 21 jul 2015, 22:01 | Mountain

buuuuf, pobrecito niño, menudo verano le espera! Buen relato Mr. Bob.

4. 22 jul 2015, 10:14 | Manu

Muy chulo, tío. Es curioso, pero es cierto que los veranos duran menos que el resto del año, pero son el momento de las pérdidas y las ganancias más importantes, al menos durante la adolescencia.

5. 23 jul 2015, 10:35 | nina

También me gustó tu relato, gracias!

6. 23 jul 2015, 16:26 | Bob Rock

Rago.- Serán traumas infantiles de carácter personal ;)

MASP.- Bueno, es un relato de entretenimiento, poco más, al menos para mí. Ahora lo releo y creo que me recuerda a un Bradbury muy oscuro (el de los primeros tiempos). Así que un homenaje involuntario… lo de los diálogos, pues según lo pida el cuerpo. Mi último cuento, que será publicado por unos buenos amigos pasado el verano, es sólo un dialogo de casi 8000 palabras. ¡Me encanta el exceso!

Nina.- Gracias a ti por leerlo.

Manu.- Las cosas que ocurren en verano durante las adolescencia son mágicas, me remito a la última reseña literaria de MASP y a “El vino del estío”. Al menos yo recuerdo que mi despertar sexual ocurrió en verano, en los vestuarios de la piscina… aaaahhhh, tierno, tierno…

Mountain.- No te extrañe, eso le pasa por no estarse quieto ;)

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