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Tu lindo pie

Me encuentro en el hospital debido al accidente de esta mañana. Aquí están conmigo mi adorada esposa Violette y mi mejor amigo Armand. Tumbado como estoy y con la fina ranura que puedo conformar con mis parpados, apenas puedo distinguir los detalles de mi habitación. Curiosamente Violette está nítida en mi visión, supongo que lo que el ojo no capta, el cerebro se encarga de completarlo dando rienda suelta al deseo. Si pudiese moverme, seguramente me asustaría por los tubos y las maquinarias que rodean mi cama. Siento líquidos entrando y saliendo de mi viejo cuerpo maltratado por los conductos de plástico que me ayudan a seguir viviendo: el tubo que bombea mi sangre, el que respira por mí, el que extrae mi orina y excrementos…

Afortunadamente la imagen más perfecta empalidece las demás sensaciones: mi preciosa y hermosa mujer, antes una chica guapa pero pobre y, a día de hoy, la esposa de un hombre feo pero rico. Sin embargo, no penséis mal de ella. Siempre fue dulce conmigo, antes y después de saber que yo era el más poderosos e importante terrateniente de Aquitania. Nunca me exigió nada, le gustaba vestir modestamente; al fin y al cabo su familia la educó para ser una chica humilde.

Mirad su cara de preocupación, mirad con que fuerza aprieta temblorosa la mano de mi buen amigo Armand. El gerente de mi explotación vitícola se ve más difuso en mi escaso radio de visión, lo que explicaría la poca definición de sus rasgos, su falta de expresión. ¡Pobre! Se estará preguntando como podrá llevar en las próximas semanas el peso de toda la empresa el solo. Si pudiese hablar le diría que no se preocupase, sigo sintiendo dentro de mí esa energía descontrolada que me catapultó a lo más alto. El doctor ha entrado y me está auscultando, abre la boca muy tranquilamente y examina mis pupilas con una pequeña linterna. Sé que está hablando pero no puedo oírle, desde el choque solo un pitido inunda mi cerebro como el único sonido audible.

Todo sucedió cuando me dirigía al château principal de mis explotaciones con mi Lamborgini Murciélago Roadster. Cuando salí del garaje de la mansión que construí en honor de Violette, está se encontraba en la puerta despidiéndose de mi con la mano. La escena casi puedo reproducirla mentalmente a cámara lenta. Que bonita era su enigmática sonrisa. Imaginando las cosas que haría en su delicado cuerpo y las marcas que dejaría en su blanca piel cuando volviese del château, alcancé la incorporación a la autopista a bastante velocidad. Un camión de carga impedía mi acceso a la autopista así que intente frenar. Una burbuja de aire empezó a palpitar en la boca de mi estomago cuando comprobé que ni el pedal ni el freno de mano reaccionaban a mis violentos pisotones y manotazos. La imagen del camión se congeló cuando el metal de mi coche y mi carne se fundieron con uno de sus laterales. Lo último que pensé fue en Violette, ¿como iba a sobrevivir sola tan delicada criatura en este despiadado mundo?

El doctor se ha marchado dejándonos solos a Violette, a Armand y a mí. Mi amada esposa aprieta con más fuerza la mano de mi joven pero dinámico amigo. Insisto, ¿por qué pensáis mal de ellos dos? Su sufrimiento es obvio, su deseo de verme mejor evidente. Violette cierra los ojos y suspira resignada por algo que ignoro. Da un paso hacia mí, ¡qué maravilloso ángel! Aun viendo semi-inconsciente y destrozado, a su feo marido; se acerca para consolarme con su sola presencia.

De repente y por sorpresa una punzada atraviesa mis pulmones. ¿Dónde está el aire? No puedo respirar, ¿por qué? Si pudiese moverme, agitarme, llamar la atención de los azules ojos de mi querida Violetta. Fijaos con que compasión me contempla ignorante de mi sufrimiento. Deseo gritar, pero sin oxigeno resulta tarea imposible. La ranura de mis parpados tiembla, lucha por desaparecer. ¡No! Quiero contemplar por siempre la enigmática sonrisa de mi amada. Los tubos se alargan ante la mirada desvanecida de un desgraciado moribundo, pero…ya…entiendo el horrible accidente. ¡Violette, Violette! Tu lindo pie, enfundado en esos seductores zapatos de cuero negro cubiertos de brillantes…tan…poco…tan poco propios de mi humilde esposa. ¿No te das cuenta? Pisando, uno de los tubos…creo que un gemido apagado ha surgido de mi boca…y Violette…se reclina hacía mí…continua pisando accidentalmente el tubo pero su sonrisa se hace más amplia…sí tu supieras del error…oh, oh mi amor…


Vuestros comentarios

1. 31 mar 2010, 18:56 | Natalia

Felicitaciones Bob Rock! has sabido captar y plasmar lo que haría, creo yo, cualquier fémina sabia en la situación de Violette.

2. 01 abr 2010, 13:36 | Bob Rock

Natalia.- C’est l’amour

3. 05 abr 2010, 19:29 | lady necrophage

Magníficamente plasmada la ignorancia de un tío que no es capaz de ver que se los están poniendo delante de sus propias narices, y que zorra ella…muy bien, Bob.

4. 05 abr 2010, 19:45 | Bob Rock

Lady Necrophage.- ¡Je, je! La crueldad de las chicas Almas Oscuras a veces me asusta. Por si acaso no dejéis que vuestr@s chic@s lean vuestros comentarios ;P

5. 05 abr 2010, 20:01 | lady necrophage

Yo no se las demás, pero el mío sabe de sobra lo “fina” que soy…

6. 05 abr 2010, 20:30 | Bob Rock

Lady Necrophage.- Me reitero: C’est l’amour

7. 05 abr 2010, 23:56 | Almas Oscuras

Muy bueno Bob. Ya lo dicen… el cornudo es siempre el último en enterarse… y a este pobre desgraciado más le valdría no haberse enterado nunca :-)

saludos

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