Nothing bad can happen

Durísima película que nos evoca a la Alemania profunda y malhechora de la mano de la debutante Katrin Gebbe. Nothing bad can happen es una de esas películas en las que debo esforzarme por no contar prácticamente nada; ni siquiera hacer mención a los créditos iniciales. Una de esas películas que hay que ver para creer, y que en todo caso luego ya habrá tiempo para los comentarios. Así que de este escrito, que funciona más como epitomo por respeto al lector, puedo aseguraros que no saldrá spoiler alguno, ni frases que puedan condicionar ese visionado virginal que merece tener todo espectador ante una obra de las características de Nothing bad can happen.

Cuando Nothing bad can happen se proyectó en Cannes por primera vez probablemente hubo la sensación, más o menos generalizada, de que podía tratarse de un drama adolescente sobre creencias religiosas alejado del cine de terror y de la tortura. Sin embargo no era, ni mucho menos, una sensación veraz; por lo que, obviamente, no sorprende que un público, con escasas ganas de soportar el tipo de vejaciones que se dan cita en Nothing bac can happen, abandonara en manada aquella proyección. Los límites que infringe Nothing ban can happen son demoledores, terribles y absolutamente aviesos. Es un p*to infierno de película. Mucho peor que un torture porn al uso. Y lo digo porque he sido de los pobres incautos que cometieron el infortunio, no solo de engancharse a la trama, si no de encariñarme con los protagonistas por lo que representan y lo que son; y eso, por ende, deja huella. Al torture porn vas mentalizado. Esperas lo peor y quieres experimentar sensaciones grotescas, por lo que es tremendamente arduo que consiga sorprender si eres un experto en la materia. Habitualmente esperas lo peor (de ahí el título irónico del filme que traducido sería “Nada malo puede ocurrir”), pero cuando no lo esperas - como en esta ocasión – todo se multiplica por dos y eso hace de Nothing bad can happen un drama llevado al extremo y con el que hay que ir con sumo cuidado porque puede herir sensibilidades.

Evidentemente las reminiscencias a Martyrs, Snowtown y al cine de Gaspar Noé resultan obvias; en especial con respecto a Martyrs, quizás no en su argumento, pero sí en su trasfondo y plasmación, aunque para apreciar las diferencias que existen entre ambas propuestas – que las hay – , no tendréis más opción que ver Nothing bad can happen. No obstante, me parece importante recalcar la interpretación sobrenatural que Gebbe aporta a la historia, no únicamente con la intencionalidad de darle un sentido a semejante inhumanidad y compartir con el espectador su propia visión de los hechos; sino también para intentar comprender a los personajes, más que justificar sus acciones - o al menos quiero creerlo de ese modo – , desde esa perspectiva sobrenatural que apuntaba anteriormente que, además, le confiere al argumento cierta originalidad. El problema es que a pesar de ser bastante somera, esa perspectiva sobrenatural al final acaba restándole parte de ese realismo tan potente que consigue transmitir la película. Y siendo meticulosos, si desbancamos dicha perspectiva que ofrece Gebbe de la historia hay situaciones determinadas que resultan, en su conjunto, incongruentes, lo que es una auténtica lástima.

Por último quisiera destacar la labor del actor Sascha Alexander Gersak (Benno en la película) que como villano de la función resulta excelentísimo. Hay momentos en los que su sola presencia me puso los pelos como escarpias, y él es en buena parte responsable de que cuando terminas de ver Nothing bad can happen, acabes con un malestar inconmensurable. Todos los que os decidáis a verla no podréis sacaros la película de la cabeza. Es de esas obras que obsesionan, que carcomen y hacen escombros al espectador. Perturbadora a más no poder. Sin duda alguna, la corono como la película más burra de este 2013; impactante y muy espeluznante. Esto es terror y lo demás son nimiedades.