Pay the Ghost

Cada vez que se acerca octubre empiezan las ganas de pasar miedo de la sociedad occidental (aquella que puede permitirse distraerse con chorradas así, para que nos vamos a engañar) y con ellas aparecen películas de terror que aprovechan tal fervor pasajero. Esto no es intrínsicamente malo, aunque sí lo es el abandono de muchos de esos títulos, productos prefabricados que son el equivalente cinematográfico de las hamburguesas envasadas de las gasolineras. Lo único que consiguen es calmar el hambre de la manera más burda y defraudar a todo aquel que espere deleitarse lo más mínimo.

Lo peor es que este título partía con buenas premisas, aún dejando a lado la presencia de Nicholas Cage, que pierde la virginidad como protagonista en el género del terror más puro (Wicker Man se suele considerar más una película de suspense). Es cierto que siempre ha sido motivo de chiste por su voz y su lenguaje corporal, pero Hollywood no sería lo mismo sin el bueno de Nick. Aparte de que nunca usó en su favor ser sobrino de Francis Ford Coppola (al menos del modo más evidente) ha probado saber actuar (Leaving Las Vegas, Joe) y su contribución al cine de acción noventero no dista mucho de la de un Bruce Willis (Con Air, La Roca). Aquí, además, su peculiar rictus de incredulidad ayuda, en un papel que le exige perplejidad por una inexplicable desaparición.

Las citadas premisas interesantes son por ejemplo el material literario, cortesía del autor británico indie Tim Lebbon, un tipo que podría hacer buenas migas con muchos de los que escribimos en Almas Oscuras. Prueba de ellos son sus reputados libros sobre zombies o las novelización de películas como 30 días de oscuridad o Depredador. El guionista Dan Kay adaptó su relato Pay the Ghost, una historia moderna de fantasmas que, como tantas otras, bebe de mitos del folclore, en este caso irlandés. He aquí la ligazón con Halloween, ya que estamos ante una celebración fundamentalmente celta que ahora se celebra sin su connotación pagana original.

También agrada el comienzo de la película, bastante cuidado, haciendo hincapié en esa ley de Murphy que hace que nuestro prota se convierta en catedrático de universidad y pierda a su hijo (causando la ruina a su matrimonio) en un mismo día, la noche de Halloween. Aquí se entreve esa línea argumental explorada muchas veces antes, de individuo a quien todos toman por loco o loca, y que sólo cuenta con la empatía del espectador. Es una vía explorada en películas como Plan de vuelo: Desaparecida, y sobre todo la saga Insidious, de la que bebe bastante.

El buen ritmo inicial continúa con una sabia resolución de la desaparición del pequeño, gracias a pequeños pero siniestros avisos, como la presencia de unos inquietantes cóndores (ave poco utilizada para dar miedo, aunque aquí funciona). Acaba Halloween y se nos informa que ha pasado un año, en el que el personaje de Cage se ha obsesionado con encontrar a su hijo, hasta el punto de convertirse en una base de datos de niños perdidos andante. Unas extrañas visiones de su hijo le llevarán de nuevo a tratar con su ahora ex-mujer (la televisiva Sarah Wayne Callies, de Prison Break o The Walking Dead) La ridiculez empieza a asomar aquí cuando Cage se percata de que en Halloween desaparecen más niños, y su perspicacia sorprende al detective del caso. ¿Soy sólo yo o es algo lógico, ya que hay más niños en la calle? Es como decir que en Noche Vieja hay más comas etílicos que en otra noche.

Por desgracia no es una falsa alarma, y en ese momento será donde ocurrirán dos cosas: el comienzo de la fase sobrenatural de la historia y el progresivo empobrecimiento de lo que parecía una cinta decente. Sus recursos están tan manidos que hacen poner los ojos en blanco de desesperación.
Sustos con cuentagotas y bajo esquemas más que regurgitados (algo en la calle visto fugazmente desde la ventana, flash de cara maléfica a centímetros de la nariz, luces que van y vienen en una sala revelando apariciones espectrales…) La maldición que propicia todo está más que vista también, aunque no la desvelaremos para no aguar la fiesta a potenciales espectadores.

Hasta parece que otras áreas se desinflan igualmente, como las interpretaciones (con la germana Veronica Ferres soltando sus frases como en una telenovela mala) y los efectos por ordenador, sobre todo en el desenlace final, donde rayan a niveles de películas de The Asylum.

En definitiva, una película muy limitada que da la sensación de “quick buck”, como se dice en Norteamérica, esto es, “dólar fácil” para Nick Cage y unos productores que creen que, en Halloween, todo el monte es orégano en la industria del cine de terror.