Thanatomorphose

Con motivo del pase de Thanatomorphose hoy mismo en el marco del Cryptshow Festival de Badalona (a las 17h), y la posterior presentación del DVD de la película, reeditamos la reseña de nuestra compañera Samdra.

La muerte, para muchas culturas, incluida la nuestra, sigue siendo un gran tabú. Enfrentarse a su sentencia y a todo lo que ello conlleva genera angustia e incomodidad para la gran mayoría de los mortales. El vacío existencial, la distancia entre cuerpo y alma, lo físico y lo tangible por un lado y la nada. Todos esos conceptos filosóficos, que a un nivel espiritual, forman parte de un gran misterio indescifrable. Pero, ¿y qué hay del cuerpo? El cuerpo es nuestro enlace directo con la vida, es a través de él por donde experimentamos el placer y el dolor. Incluso muertos, muchos optan por la incineración, que –simplificando- es la no tolerancia a la idea de la descomposición orgánica del cuerpo. Las heridas del cuerpo provocan sufrimiento porque nos conectan con la muerte, del mismo modo que el placer sexual (otro tema tabú) lo hace con la vida. Sexo, vida y muerte, tres conceptos que dialogan entre ellos y a los que el debutante Éric Falardeau recurre en esta inspirada y extrema historia de muerte en vida no apta para todos los estómagos. A modo de apunte, Thanatomorphose se llevó el premio a Mejor Película según el jurado de la reciente edición del Festival de Cine de Terror de Molins de Rei.

¿Qué ocurriría si un día te despiertas y ves cómo tu cuerpo empieza a descomponerse hasta la putrefacción? ¿Cómo reaccionarías? Esa es la simple y única premisa de Thanatomorphose, película canadiense independiente y de bajo presupuesto protagonizada por la actriz y modelo Kayden Rose, quien se enfrenta al papelón de mostrar su cuerpo desnudo desde el primer minuto y carga prácticamente sola con todo el peso de una película muy explícita en todos los sentidos. Laura es una joven y bella mujer que mantiene una relación con un tipo mezquino. No sabemos mucho más de ella, excepto que es escultora y que tiene un grupo de amigos entre los cuales se encuentra un chico que intenta seducirla para acostarse con ella (una vez más, el ‘cuerpo’). Contemplamos su día a día, una rutina en la que reina la apatía y la insatisfacción. Falardeau nos acerca sin reparo a su intimidad: la vemos comer, dormir, ducharse, compartir una velada con amigos, mantener relaciones sexuales e incluso ir al baño. La narración de una cotidianidad a través del silencio y la contemplación. Y es precisamente ese choque entre la aparente normalidad y el inicio del proceso insólito de descomposición donde la película capta nuestra atención.

Un día, Laura se despierta con moratones en el cuerpo. Pronto, los moratones se extienden y se convierten en heridas que, gradualmente, empiezan a sangrar y a infectarse. Su cuerpo experimenta todas las fases de descomposición de un cadáver. El proceso descrito por el director incluye vómitos y todo tipo de fluidos desagradables, no en vano, Falardeau concibió la película mientras trabajaba en una tesis sobre fluidos corporales en el cine porno y gore. El trabajo de David Scherer y Rémy Couture en el apartado de maquillaje y efectos es excelente y no solo a nivel físico, también en el apartado artístico, consiguiendo un escenario acorde con la degradación de Laura. Lo mostrado llega a un nivel de detalle repulsivo y a su vez necesario para entender la perspectiva del realizador sobre la fragilidad de la carne. La sexualidad, en un abanico que va desde la masturbación hasta el sexo oral (con ecos a la necrofilia), complementa esa fisicidad y sugiere constantemente un estado emocional de insatisfacción. Al estado de deterioro, además, súmenle primeros planos de gusanos y moscas para poner la guinda al pastel. No hay tampoco concesión a las escenas escatológicas, es un proceso que se muestra sin censura, obligándonos no solo a mirar, sino también a escuchar.

El tratamiento del sonido en la película (a cargo de Paul Hébert) es realmente fascinante para su bajo presupuesto, confirmando esa máxima de que a veces es peor lo que se intuye que lo que se ve. En este caso, sin embargo, se ve, se ve y se oye. El olor, una de las pocos sentidos que no podemos experimentar en el cine, en este caso se sustituye por un aprovechamiento absoluto de las posibilidades que ofrece el sonido. Viscosidades, una respiración que presume un deterioro de pulmones y órganos internos que aún hace más angustioso el visionado, o el zumbido constante de las moscas en un ambiente podrido, redondean un acercamiento visual y auditivo más realista que el 3D. Otro acierto a mencionar en el plano auditivo es la banda sonora, formada en su mayoría por piezas que mezclan pasajes de violines con estridencias electrónicas que enlazan con la tristeza y la muerte en un espacio sórdido y claustrofóbico.

Frente a la exposición pornográfica de la descomposición con evidentes (y reconocidos por el propio cineasta) ecos al cine de Cronenberg, se opta por una sobriedad hanekiana en la puesta en escena. Planos largos y estáticos en los que Falardeau nos obliga a ser testigos incómodos del deterioro y el sufrimiento ajeno, y más adelante recurriendo al desenfoque y el movimiento abrupto de cámara para enfatizar la sensación de desasosiego y estado cercano a la locura, una locura inusualmente controlada.

No os quiero engañar, la película es lenta y contemplativa, apenas abunda el diálogo y el sentido del ritmo es prácticamente nulo. La narración avanza a merced de la descomposición gradual de su físico. La lentitud del metraje es paralela a la pesadez de sus movimientos, cada vez más torpes en un cuerpo cercano a la muerte. Una aparente calma que se ve interrumpida en varias ocasiones por la incursión en lo cotidiano de unos fragmentos oníricos estridentes y psicodélicos donde se reproducen a modo de videoclip imágenes saturadas de escenas de sexo. Para satisfacer el paladar de los semióticos, el director incluye en el montaje planos de una grieta en el techo de su dormitorio con forma de vagina en constante cambio que representa la evolución tanto física como psíquica que sufre la protagonista.

Toda la película transcurre en un solo espacio, el piso de Laura. Un ambiente que poco a poco va degradándose con ella, convirtiéndose en una tumba y enterrándola en sí misma, oculta de la luz del sol y los espejos que evidencian su deterioro. Una sensación de encierro que tiene su mayor exponente en el baño, la estancia más claustrofóbica de la casa y el lugar donde se hace más fuerte el contraste del blanco y el tono oscuro que alcanza su piel en el máximo estado de descomposición.

Pero nada de lo contado anteriormente, ni lo más explícito, resulta tan perturbador como la aceptación que la protagonista hace de su estado. La misma apatía y desánimo que muestra en un cuerpo sano se traslada al proceso anómalo que vive con total naturalidad. Pero es precisamente esa anormalidad la que exige un toque de atención y un ejercicio de reflexión sobre cómo consideramos nuestro cuerpo en relación con la muerte, y de ahí conectamos con el primer párrafo de este texto. El maltrato físico y sexual al que le somete su pareja, la pudre por dentro y por fuera. Falardeau propone una degradación física como manifestación visible de un deterioro psicológico, un abandono total al placer y la esperanza. Una cabeza de barro, proyecto de su vocación como escultora, funciona como espejo de su propio cuerpo, el que ella misma moldea, fotografía y repara como si se tratara de su macabra obra de arte cumbre.

En definitiva, un ejemplo infalible de que más allá de las vías habituales de distribución y generación de historias, hay otro cine que, apurando los límites de su presupuesto, plantea ideas arriesgadas que van mucho más allá de lo convencional para adentrarse en terrenos oscuros que conducen a la reflexión. Incluso si la queréis ver como un simple proyecto morboso, desagradable y provocativo, aún y así coincidiremos en su efectividad. Una rareza de cine extremo que no deberíais dejar pasar.