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Buenas noches, Señor Monstruo

9 seres adorables

Q, La Serpiente Voladora de Larry Cohen (“Q”, 1982)

MASP nos presenta al Dios azteca que reparte manteca

Extrañas muertes y desapariciones de personas coinciden con una serie de asesinatos rituales en Manhattan. El detective Shepard descubrirá que todo tiene conexión: los ritos han servido para invocar al dios azteca Quetzalcoatl, un gigantesco monstruo prehistórico mezcla de ave y reptil, culpable de los sanguinarios crímenes para su alimentación. Jimmy Quinn un delincuente harto de su mala suerte, descubrirá la guarida del monstruo y, aunque no de buena gana, es el único que puede ayudar a la policía…

Ser pionero en cualquier tipo de arte tiene un mérito innegable, pero casi igual de edificante es la labor continuista de quien se siente heredero del mismo. Pues si aún hoy para los más talluditos del lugar el inefable “King Kong” de 1933 creado por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack sigue siendo toda una delicatessen sazonada por la maestría de Willis O’Brien y un joven alumno llamado Ray Harryhausen, no menos gustosa resultaba la experiencia de encontrarse en las estanterías de los videoclubes más barriobajeros a directores como el mítico Larry Cohen, que en plena efervescencia animatrónica se gastaba la macarra chulería de seguir utilizando la añeja técnica del “stop-motion” para epatarnos con visiones prehistóricas de tiempos remotos. Demos gracias a Cthulhu porque los grandes del género hayan sabido saldar cuentas con sus maestros y algunos sigan contando con ambas técnicas para ciertos momentos de sus producciones en vez de empalagarnos con insulsos “cromas” programados por becarios a golpe de tarjeta gráfica. Y así nos encontramos con un excelente reparto encabezado por un David Carradine que a estas alturas había decidido colgar sus hábitos de monje shaolin (Serie “Kung Fu” de 1972 a 1975) y bárbaro macarrilla (“El Círculo De Hierro” de 1978) para cambiar de miras y dedicarse a la caza mayor… ¡de serpientes sagradas voladoras! Todo ello en compañía de algunos secundarios de lujo curtidos en una y mil lides cinematográficas entre los que destaca el inocentón de Michael Moriarty ejerciendo su consabido papel de perpetuo perdedor y Richard “first black action hero” Roundtree que allanaba el camino para los posteriores “blaxploitation” a manos de Carl Weathers, Samuel L. Jackson y compañía.

Nos encontramos pues en la ciudad de la “gran manzana” carcomida por un gusano-dios Quetzalcóatl gigantesco, cabreado con tanto colonialismo occidental, que pretende cobrar venganza a base de una selectiva dieta de “hombres blancos” a falta de Cortés, Orellana y Pizarro a los que echar el diente. Y aunque los FX nos parezcan hoy algo pueriles, poseen ese necesario aire “naif” de traicionera nostalgia con la que encandilarnos durante todo el metraje. Pero tampoco debemos confiarnos y siendo honestos, reconocemos que el film no ha envejecido demasiado bien, debido especialmente a unas actuaciones impropiamente amateurs y un guión que parece sacado de “Hora De Aventuras”. Pese a todo, el film cuenta con algunos hallazgos marca de la casa “Larry Cohen” que había roto moldes en 1974 con su incipiente saga “Está Vivo”. Y así nos topamos con una pareja interracial de polis duros remedos de Roger Murtaugh y Martin Riggs como precedente de las futuras “buddy movies” consagradas con la mayestática “Arma Letal” del grande Richard Donner, cuyas pesquisas les llevan a hilar cabos y descubrir el “bicho”, al cual no apreciamos de cuerpo completo hasta la consabida batalla final como manda el género y que termina con atisbos de una segunda parte que nunca llegó a rodarse y que quizá en estos tiempos de remakes encubiertos (¿estamos seguros de que la fuerza ha despertado, J. J. Abrams, o nos has vendido una nave interestelar usada?) podría recuperarse para un bonito revival. El lote se completa con un acertado y truculento maquillaje y un magnífico “top less” entre bigotes setenteros sin trampa ni cartón en primerísimo plano. En definitiva, un film a revisitar pero sin grandilocuencias.

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Metamorphosis, de George L. Eastman (“Metamorphosis”, 1990)

Cheesy-Mosca italiana, por Manu.

En 1986, David Cronenberg estrenaba su contundente remake de The Fly. Daba una vuelta de tuerca a la historia clásica del mad doctor al equiparar la mutación con una enfermedad de transmisión sexual y centrarse más en la transformación que en el resultado final.

Como cualquier película de éxito en los ochenta y noventa, The Fly generó una serie de obras de segunda fila cuya única finalidad era aprovecharse del tirón de la original y arañar algunos dólares a la taquilla. Si al año siguiente podíamos “disfrutar”, por ejemplo, de Mindkiller (aka Mind Killer, Transformator,1987, Michael Kruger), una americanada que cambiaba al científico de La Mosca por un bibliotecario salido pero sin ningún éxito con las mujeres, Italia no tardó en subirse el carro y, cuatro años después, nos ofreció esta “Metamorphosis”. Podría decirse que es el primer y único largo de George L. Eastman (Luigi Montefiori), más conocido por su faceta de actor (sin embargo, en Aquarius, el slasher de Michele Soavi, nunca pudimos verle la cara: es el asesino enmascarado), y desde luego llegó tarde: la fiebre “mosca” ya había pasado. Además, para más inri, en nuestro país fue titulada, para darle una vuelta de tuerca más al espíritu de copia de la cinta, “Reanimator 2”: total, había un científico y una jeringuilla en la portada, ¿qué más hacía falta?

Metamorphosis cuenta la historia de Peter Houseman (Gene Lebrock, el clon perfecto de Tom Cruise), un científico que lleva trabajando varios años en el desarrollo de un suero anti envejecimiento para combatir enfermedades asociadas a la vejez. Cuando su investigación se queda sin presupuesto, decide probarlo en sí mismo para demostrar su eficacia… provocando un proceso degenerativo en su cuerpo cuyo resultado final es…

…Madre mía, el resultado final… digamos que si en The Fly eran los genes de una mosca los que se mezclaban con los de Seth Brundle, aquí recurren a una suerte de teoría de la evolución para justificar que el protagonista acabe convertido en un animal.

Se trata de un rip off de La Mosca italiano… si te decides a verla, ya sabes lo que te vas a encontrar, ¿no? Presupuesto reducido pero, curiosamente, suficiente para medio salvar los muebles, actores que nunca se llevarán un Óscar, algo de sexo, algo de gore, y efectos especiales no especialmente sofisticados. La película es una tontería, eso es innegable, pero tiene ese algo ingenuo de la época: mientras Cronenberg y Charles Edward Pogue, su guionista, se empeñaban en darle cierta verosimilitud al proceso de degradación, acompañado también de un viaje “moral” de Brundle, Eastman, quizás por cuestiones de presupuesto, se conforma con una inyección para iniciar el proceso, copia el intento fallido con un mono y el que su héroe/antihéroe se convierta en un imán sexual para las mujeres; sustituye los dilemas morales de Brundle por lagunas mentales, más fáciles de solucionar; llena su película de diálogos “gloriosos” (What was it? A nightmare… from the past!) y ofrece un monstruo final (pero final-final: sale en los dos últimos planos; si queréis ahorraros hora y media, aquí podéis ver su momento) de vergüenza ajena. Sus valores cinematográficos prácticamente no existen; sin embargo, es un ejemplo paradigmático de cómo eran las descaradas copias italianas que desde mediados de los setenta hasta los noventa inundaron los videoclubs, y no podía faltar una de ellas en este especial sobre monstruos.

Monstruoso, de Matt Reeves (“Cloverfield”, 2008)

Bob disecciona a Godzilla 3.0

La fiesta de despedida de un grupo de amigos neoyorkinos se ve interrumpida cuando un monstruo gigante comienza a destruir sin piedad la isla de Manhattan.

Al menos para el que suscribe, estamos ante uno de los tres mejores “found footage” de la historia del cine, y además una monster movie original y espectacular a partes iguales. Un perfecto trabajo de planificación que catapultó a Matt Reeves, su director, a otros trabajos igualmente comerciales, pero muy jugosos económicamente: “Déjame Entrar” y “El amanecer del planeta de los simios”. Con un presupuesto de veinticinco millones, al mando de J.J. Abrams, asistimos al ataque de una gigantesca bestia parda sobre la isla de Manhattan. Lo novedoso del asunto es que no lo hacemos desde la perspectiva de los militares, si no que adoptamos la vista subjetiva de la cámara portada por distintos personajes que asistían a una fiesta, los encargados de soportar la subtrama dramática que da sentido al ataque, en último término, desde una perspectiva más intimista y terrorífica. Dichas grabaciones han sido recuperadas por el gobierno como testimonio de los hechos acaecidos en Nueva York, de tal forma que mezclan tanto las acciones en la fatídica noche como los preparativos de la fiesta de despedida del protagonista principal.

Veinte minutos iniciales sirven para presentarnos a los personajes de una forma absolutamente natural, culpa de unos jóvenes actores los cuales han ocupado puestos destacados en importantes producciones hollywoodienses: Lizzy Caplan, Jessica Lucas, T.J. Miller, Michael Stahl-David y Mike Vogel. Tras la necesaria introducción, llega una criatura que podría rivalizar con Godzilla en cuanto a poder destructivo, lo hace sin piedad, erigiéndose de forma inmediata en uno de los iconos del terror de este siglo XXI: un dios oscuro cuyo paso deja cenizas y desolación. La distancia entre la búsqueda de los protagonistas y la devastación de la ciudad complementa una bienvenida sensación de credibilidad. Por si fuera poco, el pánico se ve incrementado por unos parásitos agresivos y venenosos que van cayendo del gran engendro, aportando un plus de tensión durante escenas de carácter más claustrofóbico. El diseño de este ser es otro de los puntos fuertes de la película, difícil de ver en toda su gloria gracias a la visión subjetiva del portador de la cámara, hasta que algunos planos nos revelan una mutación digna de los maestros japoneses de las “kaiju-eiga”. A lo que habría que añadir la inteligente decisión de no descubrir nada en absoluto sobre su origen, un truco muy económico que aumenta a niveles lovecraftianos la dimensión de la amenaza; algo que debemos agradecer a un inspirado Drew Goddard (escritor también de “La Cabaña en el Bosque”, “Guerra Mundial Z” y “The Martian”).
Preparos para el 2018 porque su secuela está en ciernes…

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Baby Blood, de Alain Robak (1990)

Sangrientos cuidados prenatales, por MASP

Una joven embarazada sabe que es portadora de una criatura monstruosa, pues desde el seno materno recibe órdenes imperiosas del feto para que lo alimente con sangre humana.

No hay peor castigo para un genio que ser víctima de su propio malditismo por haber cometido el pecado imperdonable de haberse adelantado a su tiempo. Y si no que se lo digan al mismísimo Nicola Tesla, o para el caso que nos ocupa al bueno de Alain Robak que sorprendió a propios y extraños con el escopetazo a bocajarro de esta psicotronía gore pionera de la tan idolatrada “Nouvelle Horreur Vague”. Detonación de la que muchos no pudieron más que atisbar sus lejanos ecos hasta la llegada de Alexandre Aja y su “Alta Tensión” de 2003 o Bustillo y Maury en 2007 con su espeluznante “A L’intérieur”. Cuando en realidad no eran más que alumnos aventajados que tuvieron el acierto de haberse encontrado en el momento preciso, cuando el género daba señales de franco agotamiento en sus propuestas, y en el lugar oportuno, con un cine de terror francés que no en vano toma su denominación iconoclasta de la “Nouvelle Vague” sesentera con Truffaut y sus “400 toñinas” a la cabeza. Pues ya en los pretéritos años 90, el señor Robak decidía rebelarse como “l’enfant terrible” de la industria con esta imposible cinta de sexo, gore, y fluidos todas las clases y texturas habidos y por haber, que además contaba con un componente humorístico realmente cafre y lisérgico bien aprendido de su “homólogo tromero” Lloyd Kaufman allende los mares. Y es que siendo sinceros, no hay muchas “monster movies” que comiencen a modo de “flashback”… ¡con la voz en off del propio engendro narrando su historia a ritmo de “vocoder”!
El film está protagonizado por una neumática Emmanuelle Escourrou, una “tía jamona” conforme los cánones rubensianos de la época, mucho más saludables que esos yogurcitos desnatados de apenas 50 kilos que nos venden ahora como falso epítome del bienestar físico, que se pasea media película mostrándonos con oronda generosidad mucho más que su sonrisa conejil mientras se cepilla (tanto literal como bíblicamente) a cuanto ingenuo se le pone por delante. Y todo ello aderezado por unos FX que por momentos rozan el histrionismo “cartoon” del Tex Avery más desatado y una banda sonora que combina a partes iguales teclados ominosos marca de la casa y ritmos tribales que parecen sacados de una “jam sesión” de Paul Simon en pleno subidón de ayahuasca. Pero ojo, que la hemoglobina no nos impida ver el tajo, pues detrás de esta aparente misoginia machista, se escondía una interesante segunda lectura reivindicativa con la liberación femenina, el aborto y otras lindezas igual de amnióticas en manos de su director, pues nuestra antiheroína no deja de ser una ninfa bárbara en un infierno urbano de dinosaurios masculinos en extinción. ¿Cómorrrrr? ¿Cine gore con mensaje sociointelectual? Pues sí, vivir para ver hijos míos. Ahora sólo queda que algún buen samaritano se decida a realizar un remake como Mefistófeles manda. ¡¡¡Por favor, que Pascal Laugier nos esté ahora mismo leyendo!!!

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Pacto de Sangre, de Stan Winston (“Pumpkinhead”, 1988)

Manu nos presenta al xenomorfo-calabaza.

For each man’s evils a Demon exists… y el de la venganza es Pumpkinhead. Tras un fatídico accidente, fallece el hijo de Ed (el gran Lance Henriksen), y éste, cegado por al ira, convoca a un sangriento demonio para que lleve a cabo su venganza. Eso sí, Ed no cuenta con que todo, absolutamente todo, tiene un precio…

Pumpkinhead supuso el debut en la dirección del mago de los efectos especiales Stan Winston, y aportó a la imaginería terrorífica del pasado siglo uno de sus monstruos de segunda fila más queridos: Pumpkinhead (en España, el Cabezón, pero me niego a usar ese nombre…), una suerte de híbrido de secano entre Alien y una calabaza. Sin duda, son sus dos referentes: Winston se encargó de los cientos de aliens de la secuela dirigida por James Cameron, y en su película, el ser yace semilatente en un cementerio repleto de calabazas. He aquí, de hecho, otra de las claves de Pumpkinhead: es, junto con Hellraiser, el ejemplo más claro de aplicar la fórmula de un cuento infantil a una película de terror sin voluntad metacinematográfica, sino con la convicción de alguien que se ha criado escuchando o leyendo viejas historias inocentes, y en su edad adulta rellena sus esquemas y recursos con sangre, asesinatos y demonios que irrumpen en el mundo de los vivos. El guión de Gary Gerani y Mark Patrick Carducci va directo al corazón del cuento sin perder apenas tiempo, pero aprovechando cualquier recurso que encuentra por el camino para, por ejemplo, describirte a sus personajes (sí, son quizás demasiados para una película de apenas 85 minutos, pero a todos les da algo). La primera mitad de la película, además, es un gran ejemplo de cómo dosificar la información para generar un clima malsano: una vez que Ed decide convocar al demonio, pasa por distintos estadios que nos van proporcionando poco a poco información sobre sus intenciones (el vecino que no quiere ni oír hablar del tema; el hijo de éste, que le indica el camino pero no quiere hacerlo con él porque le da miedo “la vieja”; la vieja, la bruja mala, que le manda al cementerio de las calabazas…). Además, su historia se eleva por encima de otras al revestirla de un componente moral (la venganza también perjudica a Ed)… lástima que la dirección de Winston no esté a la altura: la mayoría de los crímenes son fuera de cámara, se muestra incapaz de hacernos sentir la tortura que atenaza al protagonista, así como de transmitir mínimamente la sensación del paso del tiempo o, incluso, la situación espacial dentro del bosque…

Por suerte, Pumpkinhead no aburre en ningún momento, el retorcido clima se mantiene durante casi todo el metraje y su monstruo sigue teniendo una presencia incontestable: motivos, para un servidor, más que suficientes para seguir revisándola cada cierto tiempo.

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Jeepers Creepers, de Victor Salva (2001)

Bob nunca se pararía en una carretera secundaria.

Trish y Darry vuelven a casa, pero su viaje por una carretera secuandaria los cruzará con una criatura caníbal al final de su último ciclo de alimentación.

Recuerdo ir al cine a ver “Jeepers Creepers” sin tener clara su trama, que buena idea, mejor ni saber de su director, Víctor Salva, o de sus devaneos con menores. Así, con la inocencia del que no sabe nada, pude disfrutar de una entretenida mezcla de monster movie y slasher que, por momentos, parece una capítulo alargado de “Tales from the Crypt”, tal es su fuerte aroma a serie B. Con una construcción magistral de la tensión y la ambientación, nos descubre un engendro sometido a una imparable pasión por la taxidermia y la carne humana. Aunque podría parecer un primo de Leatherface, nada más lejos de la realidad, Salva se muestra elusivo a darle un origen a la criatura, pero sabemos que es una despiadada máquina de matar que lleva haciéndolo durante siglos. De tal forma, ha desarrollado un gusto por los amaneramientos del cazador: le gusta sentir el miedo de sus presas y usa cualquier medio a su alcance, desde la fuerza bruta o sus alas, hasta un hacha o una oxidada camioneta robada al “Diablo sobre ruedas”.

Parte del encanto de este monstruo reside en su mutismo; en sus ropas propias del pasado; en la canción que lo identifica, bien la clásica “Jeepers Creepers” o la encantadora “Peek A Boo” de Siouxise; en su acojonante “casa del dolor”… un cabrón en toda regla que no se detendrá hasta conseguir lo que quiere, incluso si debe enfrentarse a una comisaría entera en una secuencia memorable, hasta alcanzar un convincente final. Quizás su aura misteriosa se pierda cuando adquiere mayor presencia asesina, en el último tramo de la cinta, pero nos ofrecerá momentos ya clásicos del cine de género, como cuando evita varios atropellos gracias a una agilidad felina, la decapitación de un policía o su primera aparición, un plano escalofriante.

Puede que Víctor Salva no sea el director más técnico del mundo, ni siquiera un gran guionista (pues todas sus películas tienen peligrosos agujeros e incoherencias), pero se nota su amor por las películas clásicas de terror, “Drácula” sin ir más lejos, porque resuelve con acierto la atmosfera. Claro que lo hace apoyado en unos actores que están a la altura de ese saborcillo a serie B: Justin Long y Gina Philips, esforzados en la tarea de transmitir horror al espectador. Un par de años después de parió una secuela menos efectiva, pues seguía sin indagar en el origen del “creeper”, como así se le apoda cariñosamente, perdiendo por el camino el factor sorpresa. Sin embargo, parece que Salva ha salvado su bache con la justicia y anuncia para 2017 lo que será la definitiva aproximación a este monstruo apasionado de los sombreros de ala ancha: “Jeepers Creepers III: Cathedral”.

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THEM, La Humanidad en Peligro, de Gordon Douglas (1954)

MASP, doctor en entomofóbica paranoia atómica

El ejército americano realiza unas pruebas atómicas en un desierto del suroeste de los Estados Unidos. Como resultado de las radiaciones, las hormigas sufren una mutación que las hace crecer hasta alcanzar gigantescas dimensiones. Mientras el gobierno niega la existencia de la amenaza, los insectos mutantes se dirigen hacia las ciudades más cercanas. Un grupo de científicos y militares intentará impedir el desastre.

Resulta fundamental situarnos en el adecuado contexto histórico, pues nos encontramos nada menos que en 1954. Las terribles heridas de la Segunda Guerra Mundial continúan frescas y supurantes incluso para los mal llamados vencedores, pues en todo conflicto bélico sólo hay bandos perdedores. Las atrocidades nucleares cometidas “en nombre de la patria de las lustrosas barras y estrellas” provocan más vergüenza que orgullo y sobre todo generan un miedo atroz a las imprevisibles consecuencias de una tecnología de efectos aún hoy tan inciertos como devastadores.

Por tanto no resulta extraño el trauma generado por tan luctuosos suceso en un mundo que a toro pasado sólo deseaba recuperarse económica y socialmente del holocausto sufrido. Pero ello no iba ser óbice para que una pléyade de directores más listos que el hambre que algunos habían pasado en los años previos, aprovechasen el bache emocional para dar rienda suelta a todo tipo de terroríficos onanismos con los que hacer caja y de paso sentar las bases de un subgénero que debido a los apuntes antes mencionados les ofrecía una libertad creativa prácticamente ilimitada. Y así veremos como pululan por las grandes pantallas de los autocines a todo tipo de aberraciones impensables que comparten como efecto común su desmesurado tamaño. La semilla del subgénero bahía sido plantada y a partir de la misma germinarían en un futuro una variopinta diversidad de films que poseían como causa común la malsana energía nuclear y sus correspondientes residuos radiactivos para dar paso ya fueren a conocidos “Vengadores Tóxicos”, pasando por artrópodos con muy malas telas como los de “Arac Attack”, hasta llegar a sucedáneos mutantes del “pescaíto frito” en “The Host”.

cuando comprobamos que filmes con más de media centuria a cuestas como el que nos ocupa suplen la lógica falta de medios técnicos propia del momento con unos magníficos decorados y artesanales FX sin necesidad de tarjetas gráficas ni multiprocesadores de por medio. Pese a todo, la película no puede evitar ser hija de una época donde los policías son los buenos y los marines y la USAF mejores aún, como elemento propagandístico con el que lograr cierta redención ante un mundo horrorizado por las masacres de Hiroshima y Nagasaki.

En definitiva una deliciosa “monster movie” tan añeja como innovadora con esas hormigas “rogercormanescas” y deliciosos guiños de cara a la galería sólo apreciables por los más atentos como la utilización en varias ocasiones del inefable grito Wilhelm, cruzadas referencias ufológicas al no tan desértico paraje de White Sands, y cierta crítica velada al poder oscurantista de gobiernos y mass media. De obligada recuperación para tu videoteca.

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Con la Bestia Dentro, de Philppe Mora (“The Beast Within”, 1982).

Un Teen-Wolf bastante chungo, por Manu.

The Beast Within es lo más parecido a sumergirse de lleno en un cine drive-in americano de los 80. De hecho, ojalá existiera la posibilidad de verla en un coche, con una hamburguesa y patatas fritas en el salpicadero, junto a un altavoz mono.

El matrimonio MacCleary, en su luna de miel, se queda tirado una noche en mitad de una carretera perdida de Mississipi y, mientras el marido acude en busca de ayuda, la mujer es violada por una extraña criatura. 18 años después, Michael, hijo de aquel acto, comienza a sentir una extraña pulsión que le lleva a volver a Bolton, el pueblo en el que fue concebido, y donde comienzan a morir algunos de los lugareños relacionados, de una manera u otra, con lo sucedido tiempo atrás…

Un año después de An American Werewolf in London (1981, John Landis) y The Howling (1981, Joe Dante), Philippe Mora nos ofrecía una suerte de variación sobre las películas de hombres lobo. Mora es un viejo conocido de las estanterías de los videoclubs, su firma está estampada en obras como Communion (1989), quizás su película más famosa, pero también en secuelas que rozan lo exploitation como The Howling 2: …Your Sister is a Werewolf (1985) o The Marsupials: The Howling 3 (1987). Lo curioso es que, antes de dejarse llevar por esta deriva alocada, dirigía esta monster movie de serie B que, siendo un intento de copiar las pelis de licántropos de éxito que hemos mencionado, estaba muy por encima de las secuelas que luego él mismo dirigiría. Gran parte del mérito se debe al guión de Tom Holland (Fright Night, Childs Play…), que cocina una historia más sofisticada de lo habitual para este tipo de productos: además de una película de monstruos, es una venganza de ultratumba. La película se beneficia del carácter sureño de la zona rural del estado de Mississipi, donde está rodada, y durante su hora y media estamos realmente inmersos en esa pequeña comunidad que guarda un terrible secreto en el sótano de una casa abandonada de las afueras. Todavía es capaz de arrancar algún sobresalto, y su clima permanece intacto. ¿Y el monstruo? Probablemente, estemos hablando del eslabón más débil de la cinta. La criatura diseñada por Tom Burman y Garry Elmendorf tiene el encanto añejo del látex y lo que está presente delante de tus ojos, pero la inconsistencia de un híbrido humano-criatura que no conviene desvelar que difícilmente se sostiene. Como mandan los cánones, ofrece una transformación en el tramo final, pero tampoco está a la altura… y sin embargo, quienes la habéis visto sabéis que nada de esto enturbia la experiencia. ¿Por qué? Puede ser nostalgia, pero también que se trata de una película honesta, con unas interpretaciones sólidas, y ejemplo de un modo de hacer cine que permite que el producto aún se sostenga, a pesar de haber quedado en desuso.

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El Monstruo del Armario, de Bob Dahlin (“Monster in the Closet”, 1986)

Preludio a “Monsters S.A.”, por Bob

Un reportero investiga una serie de muertes que le llevan a sospechar de la existencia de un monstruo que reside entre armarios. Uniéndose a una científico, su hijo y demás variopintos personajes, se enfrentará, sin saberlo, al amor de su vida.

Aunque no sea la mejor película de monstruos de la historia, ni mucho menos, “El Monstruo del Armario” nos presenta una situación plagada de homenajes y de detalles curiosos que merecen tenerla más en cuenta de lo fue en su momento. Lo más importante, nos regala un monstruo que sintetiza todo el patetismo cinematográfico de estas criaturas, tanto en su aspecto físico como intenciones, que, en definitiva, serían la búsqueda de aceptación. Porque si hay monstruos auténticos esos serían los de la serie B, y nada más de serie B, podéis incluso avanzar alguna letra más en el abecedario, que el catálogo de la Troma. Sí, la película de Bob Dahlin, ayudante de dirección de un montón de cintas y que terminó diciendo “hola” y “adiós” con la presente, pertenece al emporio de Lloyd Kauffman, compartiendo con sus hermanas los bajos costes de producción y poco más. Pues planeada como una “spoof movie”, tributo/parodia del cine de los cincuenta, se aleja del gore y humor cafre de Vengadores Tóxicos y demás, provocando que en su día fuese atacada por el núcleo duro de fans de la productora. Sin embargo, y a pesar de que no tenga mucha gracia en el fondo, posee cierto encanto aunque sólo sea por la dirección que va tomando su historia a medida que avanza.

Mientras que en sus primeros compases se ajusta a las típicas bromas a costa del paranoico cine de monstruos de los cincuenta, incluyendo gags relativos a otras películas más famosas, como “Psicosis”, el tramo final nos regala otra perspectiva donde homosexualidad y amor se dan la mano para casi esbozar un mensaje digno de Woodstock. Nuestro monstruo destruye todo a su alrededor porque no entiende el mundo fuera del armario (ejem), y mucho menos que lo molesten en su guarida, hasta que la dulce mirada de un reportero de mandíbula cuadrada lo hace entregarse enteramente. Entre medias, científicos chiflados con pinta de Einstein, niños empollones bastante repelentes, militares esquizofrénicos y una población mundial dispuesta a destruir los armarios aunque sea con una katana.

Entre los actores un montón de caras secundarias conocidas – Donald Grant, Howard Duff, Denise DuBarry, Henry Gibson, Claude Akins, Donald Moffat y Kevin Peter Hall (¡el especialista bajo la piel del “depredador” original!) – y un muchachico actualmente de moda por las películas de “Fast & Furious”: Paul Walker. Todos ellos bastante perdidos dentro de sus líneas, demasiado insulsas para su cometido, pero gozosos de disfrutar una experiencia bastante loca.

Un cándido final a este especial que, a lo mejor, demuestra que bajo la apariencia de una coraza verrugosa se encuentra la fraternidad absoluta rodeada de amor y buenas intenciones. Antes que Disney lo hiciese con “Monsters S.A.”, la Troma se adelantó con su caspa habitual. ¡Qué bonito!

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Vuestros comentarios

1. 27 div 2015, 22:12 | Mounstro Horribilis

Excelente artículo (ejercicio nostálgico) rememorando los 80, se podrīa haber añadido “Razas de noche” y alguna otra, pero como dicen ‘no están todas las que son pero son todas las que están’ o algo asi era. Yo era especialmente fan de Jeepers Creepers y Pumpkinhead, k por cierto se hicieron 3 secuelas más pero a cual más mala ★☆★felicitations☆★☆

2. 28 div 2015, 11:43 | Manu

Eh, cómo mola!!! Enhorabuena, equipo!!!

3. 28 div 2015, 12:15 | MASP

Ha quedado genial!
Poner el clip de “Los Regaliz” ha sido la marca crápula de la casa. Jajaja!

4. 29 div 2015, 21:09 | Bob Rock

Manu, MASP.- Gracias a vosotros por participar, es un placer llevar tantos años a vuestro lado. MASP: esta vez te toca a ti elegir un especial, ¡dale duro!

Mounstro Horribilis.- A Razas de Noche le faltó algo en su momento, todavía no he visto la versión final que salió hace poco, quizás arregle un poco el desaguisado que se hizo con una historia genial. Yo todavía vivo en Midiam…

5. 29 div 2015, 23:05 | Mountain

Genial repaso a un género por el que siento debilidad. Mis favoritas siempre han sido la primera “King Kong”, aquí hay que hacer reverencias y la genial “Them” recuperada en Almas como tiene que ser, los que no la hayáis visto ya estáis tardando. Luego “Q” que casposos recuerdos, “Monstruoso” digna heredera de las mejores monster movies y seguramente mi Found Footage favorito, “Baby Blood” que locura y que baño de sangre, “Jeepers Creepers” los veinte minutos iniciales una verdadera genialidad. En fin, muchas gracias por este especial que se agradece un montón.

6. 31 may 2018, 14:47 | Santiago

Excelente blog. La estética, la selección de películas, las críticas, todo. Felicitaciones. Ah, Bob, tendrías que escribir un artículo sobre “FutureKill (1985)”. En Argentina es imposible hacerse de la peli. Tampoco puedo descargarla. Si llegaras a conseguirla, te agradecería que la cuelgues en Youtube, preferentemente doblada al español de España. Perdón por las pretenciones, es que me fumé todo el cine B doblado a ese lenguaje y ya me acostumbré. Salu2 y suerte!

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