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Strange Blood

Mutación rarica

Strange Blood

Un brillante pero obsesivo científico cree haber encontrado la cura para todas las enfermedades, la panacea, aunque desgraciadamente es infectado por un extraño parásito en el proceso. La infección va arruinando su cuerpo hasta transformarlo en un demente sediento de sangre, las horas se convierten en una carrera contra reloj para encontrar una manera de detener a ese monstruo interior que amenaza con “curar” a todo el planeta.

La sombra de David Cronenberg es muy alargada, tanto que, alrededor de treinta años después, películas como “Videodrome” o “La Mosca” siguen extendiendo su influencia sobre obras actuales. Sin ir más lejos, el propio hijo del famoso director canadiense, Brandon, retomaba el lado más plástico de la filmografía de su padre con “Antiviral”, un proyecto que pese a no ser perfecto fue injustamente infravalorado, y me remito a un segundo visionado para apreciar justamente sus muchas bondades.

Pues bien, esta influencia vuelve a revelarse de vez en cuando con propuestas como “Cell count” o esta misma “Strange Blood”; cintas que precisamente apelan a la faceta gráfica como gran explotación de ese concepto que fue “la nueva carne” (véase “Videodrome”), creación casi en exclusiva de Cronenberg. De hecho, Chad Michael Ward no reniega de estas influencias sino que las expresa en voz alta, potenciándolas, cuando debate sobre su ópera prima; sacrificado debut tras realizar un importante número de cortometrajes en vídeo. Que detrás de “Strange Blood” existe un limitado presupuesto no se le escapa a nadie, ni siquiera a los que ya han podido verla en algún festival especializado, de los que por cierto no ha salido muy bien parada. Esta escasez económica no debería ser óbice, como se demostró con maravillas del calibre de “Rabia” o “Cromosoma 3”, para la realización de un largometraje interesante, pero parece difícil captar la esencia del maestro y, esto es pura especulación personal, la cinta que hoy nos ocupa no presagia una nueva obra de culto.

Celuloide de hemoglobina

Reflexiones sobre el gore y la nueva carne

Celuloide de hemoglobina


Blood Feast, de Herschell Gordon (1963).

“Cine gore para acabar un siglo, filmación de la muerte como único camino de escapar de ella, de hacerla irreal, catarsis en lo atroz/ficción de lo sencillamente atroz, o quizás incitación circular.” Rosa Mª Rodríguez Magda, El modelo de Frankenstein. De la diferencia a la cultura post.

Este artículo no pretende ocupar el engorroso papel de una historia del cine gore, pero sin duda es un acercamiento inicial al comienzo de un cine que más tarde vino a formar la estética splatter, salpicadura, y que no solamente dio sus sangrientos frutos en el Séptimo Arte, sino que también conformó un estilo literario conocido como splatterpunk formado oficialmente en los años 80. En mi opinión, y como defenderé en adelante, la literatura de estética splatter debe ser entendida como una literatura latente, cultivada desde el siglo XVIII —enfocada desde diferente temática—, siempre producida como algo al margen, casi clandestino —de nuevo la frontera—, “iniciada” de algún modo por el marqués de Sade. El pensamiento conservador unido a otros factores ideológicos y religiosos hizo que el horror extremo buscase cobijo en pequeños círculos, siempre con la censura pisándole los talones y la amenaza de herejía. Tuvo que esperar hasta el siglo XX para poder resurgir con un poco de libertad.

Pero no puedo hablar del cine gore sin antes retrotraerme a fines del siglo XIX, cuando el cine todavía estaba gestándose. Entre 1889 y 1895 se fundó el Théâtre du Grand Guignol en Francia: de lo que allí fue representado surgió el germen de lo que después conoceríamos como gore. Las pantomimas truculentas que acogía este escenario, algunas tomadas de ideas de Poe, conformaba un programa lleno de simulados crímenes familiares, decapitaciones y violentas muertes. Estas pequeñas obras teatrales comenzaron a alimentar un tipo de gusto que el público francés demandaba. Francia siempre ha sido un origen y un destino para lo macabro en el arte, aún hoy, que desde 2003 existe una generación de cineastas dedicado al arte de las vísceras y la sangre. Este movimiento, conocido como Novelle Horreur Vague, que arranca con Haute Tension (A. Aja, 2003), parece extenderse dentro del cine de nueva cuña francófono, ya que incluye films belgas y canadienses. Continuando con el origen dramático de lo truculento, el Grand Guignol conseguía mostrar violencia cruda y grotescos asesinatos haciendo de los actores marionetas vivas.