Strange Blood
Mutación rarica
Un brillante pero obsesivo científico cree haber encontrado la cura para todas las enfermedades, la panacea, aunque desgraciadamente es infectado por un extraño parásito en el proceso. La infección va arruinando su cuerpo hasta transformarlo en un demente sediento de sangre, las horas se convierten en una carrera contra reloj para encontrar una manera de detener a ese monstruo interior que amenaza con “curar” a todo el planeta.
La sombra de David Cronenberg es muy alargada, tanto que, alrededor de treinta años después, películas como “Videodrome” o “La Mosca” siguen extendiendo su influencia sobre obras actuales. Sin ir más lejos, el propio hijo del famoso director canadiense, Brandon, retomaba el lado más plástico de la filmografía de su padre con “Antiviral”, un proyecto que pese a no ser perfecto fue injustamente infravalorado, y me remito a un segundo visionado para apreciar justamente sus muchas bondades.
Pues bien, esta influencia vuelve a revelarse de vez en cuando con propuestas como “Cell count” o esta misma “Strange Blood”; cintas que precisamente apelan a la faceta gráfica como gran explotación de ese concepto que fue “la nueva carne” (véase “Videodrome”), creación casi en exclusiva de Cronenberg. De hecho, Chad Michael Ward no reniega de estas influencias sino que las expresa en voz alta, potenciándolas, cuando debate sobre su ópera prima; sacrificado debut tras realizar un importante número de cortometrajes en vídeo. Que detrás de “Strange Blood” existe un limitado presupuesto no se le escapa a nadie, ni siquiera a los que ya han podido verla en algún festival especializado, de los que por cierto no ha salido muy bien parada. Esta escasez económica no debería ser óbice, como se demostró con maravillas del calibre de “Rabia” o “Cromosoma 3”, para la realización de un largometraje interesante, pero parece difícil captar la esencia del maestro y, esto es pura especulación personal, la cinta que hoy nos ocupa no presagia una nueva obra de culto.