The Curse of Downers Grove

La curiosidad me puede ante una película como The Curse of Downers Grove. Por un lado, Anchor Bay, encargada de la distribución, la ha promocionado abiertamente como un título de género enfocado al público adolescente. Por otro, también ha publicitado a bombo y platillo que se trata de un guión escrito por Bret Easton Ellis, coronado enfant terrible literario vía American Psycho, y cronista del nihilismo de las clases altas y las sociedad contemporánea en general. A priori, no parece la figura más adecuada para este tipo de producto, pero quién sabe: quizás Ellis sea un Larry Clark en potencia.

La premisa es género cien por cien: sobre Downers Grove, una zona residencial de Chicago, pesa una macabra maldición: todos los años, antes de la graduación, muere uno de los alumnos que está a punto de terminar el instituto. A veces es un mal resbalón, a veces es vícitma de una pelea… pero siempre, pocos días antes de esta fecha, se añade un nuevo cadáver al cementerio local. A seis días de la graduación, no se ha producido aún ningún deceso, y los alumnos empiezan a ponerse nerviosos. Chrissie (Bella Heathcote) parece ser la única alumna que no cree en la maldición. Su madre tiene que irse fuera de la ciudad unos días, y ella ha de cuidar de su hermano pequeño, Dave (Martin Spanjers). Chrissie comenzará a preguntarse si no es ella la próxima víctima cuando acude con su amiga Tracy (Penelope Mitchell) a una fiesta organizada por Chuck (Kevin Zegers), y éste intenta abusar de ella. Para defenderse, al chica le revienta un ojo; éste será el comienzo de una espiral de violencia.

The Curse of Downers Grove tiene un problema de identidad bien gordo, como si fuera uno más de los adolescentes protagonistas. Por un lado está la historia de género: la maldición que pesa sobre el pueblo; por otro, la historia tipo Easton Ellis: jóvenes de dudosa moral, sexo y violencia. Y estas dos fuerzas estarán en constante lucha durante toda la película. En ningún momento encontrarán un encaje adecuado, y entre ellas no hay ningún tipo de simbiosis. O sea, por un lado tenemos una película de género al uso para adolescentes, con sus fiestas en casa cuando no están los padres, su banda sonora con los últimos hits, y sus diálogos estereotipados, y por otro una suerte de intento de actualización del subgénero de venganza entre víctimas y un grupo de paletos locales (el personaje de Kevin Zegers es hijo de un ex policía chungo que se cree con derecho a tomarse la justicia por su cuenta, y ha traspasado este pensamiento a su prole). La referencia más clara es, inevitablemente, Perros de Paja (Straw Dogs, Sam Peckinpah, 1971) pero la más directa es La Gran Revancha (The New Kids, Sean S. Cunningham, 1985), en la que dos hermanos recién mudados a un pueblo tenían que hacer frente a unos pandilleros salvajes encabezados por un joven James Spader. A estas alturas, por tanto, habrá quién se pregunte, con toda la razón del mundo, qué pinta aquí en medio la historia de la maldición. Y la respuesta es muy sencilla: para quien escribe, sobra. Es un buen concepto para vender una película, pero absolutamente prescindible en la misma.

…Sin embargo, de vez en cuando se ven obligados a recordarla y traerla a primer plano, y siempre es de un modo tosco y artificial, puesto que la narración pide seguir en la otra dirección. Y esto mismo sucede ya no sólo con la historia, sino con el tipo de película. Por ejemplo, en el tramo final, Chrissie y su hermano organizan una fiesta en su casa, evento absolutamente innecesario para montar el clímax que se busca y que, además, resuelven en un par de minutos, evidenciando lo innecesario de esta acción. Pero, claro, ¿qué es una peli de terror adolescente sin una fiesta? The Curse of Downers Grove gana puntos en los pocos momentos en los que encuentra su propia voz, lo que generalmente sucede en los encuentros entre Chrissie y Bobby (Lucas Till); ambos tienen un romance creíble y reconocible, donde los lugares comunes del cine de adolescentes juegan a favor y no en contra. La película también remonta un poco el vuelo cuando se recrea en los pequeños detalles que marcan la vida cotidiana de una comunidad cerrada como parece ser Downers Grove; así, el personaje del padre de Chuck (que sólo con su primera reacción cuando ve que su hijo ha perdido el ojo ya reconstruimos cómo han debido ser los años de convivencia del adolescente con ese hombre) o el vecino raro de Chrissie (Mark L. Young), dan más personalidad al relato que la presunta maldición.

¿Y qué pinta aquí en medio Bret Easton Ellis? El material original no es suyo, es una novela de Michael Hornburg, y el guión lo escribe mano a mano (o se reescriben entre ellos) con el director de la película, Derik Martini. A un servidor no se le olvida la anterior película escrita por Ellis, The Canyons (Paul Schrader, 2013): aquello no había por dónde cogerlo. La historia hacía aguas por todos lados a pesar de la dirección de Schrader o las generosas raciones de sexo. En definitiva: llegué a Downers Grove buscando redimir a un autor que me ha proporcionado grandes momentos como lector… pero aún no se merece la absolución.

The Curse of Downers Grove es un producto que nunca encuentra su personalidad, que cada vez que deseas que se centre en un punto de interés, gira y cambia su rumbo, sin explorar nada de lo que encuentra en su camino. La explosión final de violencia funciona sólo a medias porque se llega a ella de un modo neutro y sin ninguna elaboración dramática, lo que le hace perder gran parte de su impacto. Y al intento de redondear la historia de la maldición se lo ve venir desde mucho antes. Es una pena, porque realmente creo que en la versión teenager de Perros de Paja hay una película muy interesante, pero no es ésta.