Green Room

Dejémonos de historias: pocas cosas acojonan más que nuestros congéneres. Y no hace falta, siquiera, irse a los extremos: asesinos psicópatas, violadores… No. A veces, basta con tener la mala pata de empujar a alguien sin querer en una discoteca para saber qué es enfrentarse a una persona ciega de ira y violencia sin ninguna razón. Más que buenos por naturaleza, somos salvajes.

Green Room, el tercer largometraje de Jeremy Saulnier, director de la más que estimable Blue Ruin, es una auténtica pesadilla para los que creemos que, realmente, nada hay más peligroso que los seres humanos. Además, es un survival un tanto atípico, pues sustituye la naturaleza por un entorno urbano: una sala de conciertos. Y, por encima de todo, es una salvajada con la que lo pasarás muy mal. O sea, muy bien.

Pat (Anton Yelchin) y sus colegas tienen una banda de punk. Acuden a dar un concierto a un bareto de mala muerte que no les reporta ningún beneficio. Para intentar comprensarles, el chico que les había buscado ese bolo les facilita otro. Es en una sala de conciertos alejada de la ciudad, lugar de reunión habitual de skin heads. Los chicos ven en ello una oportunidad para recuperarse de esta mala experiencia, y aceptan. No pueden prever que se convertirán en testigos de un crimen, convirtiéndose en los nuevos objetivos de los perpetradores…

Saulnier tiene clarísimo que quiere que sus espectadores lo pasen mal viendo la película, y dedica gran parte del arranque a que conozcamos a sus protagonistas. Y el truco funciona. La banda punk cae bien; sus integrantes poseen unos perfiles un tanto tópicos, pero con la suficiente entidad como para despertar nuestro interés. El clima de amenaza y peligro inminente se va creando poco a poco, y tiene un falso clímax en el momento de la actuación, cuando los chicos interpretan una canción que insulta abiertamente a los skins. Aquí, el truco del director y guionista es de perro viejo: busca que relajes la tensión para dar el golpe cuando estás indefenso… y la jugada le sale redonda. Estos conflictos gratuitos y traumáticos con otras personas suceden de esta manera. Sin preparativos. De repente. Sin buscarlos. Basta con ir al baño en el momento menos oportuno o, como sucede en Green Room, con olvidar el móvil en una habitación, una suerte de camerino-despacho del gerente, y que uno de los miembros del grupo tenga que volver a buscarlo…

A partir de ahí, la banda queda encerrada en esa habitación, mientras al otro lado de la puerta, impidiéndoles salir pero también no pudiendo entrar ellos, hay un grupo de skins, capitaneados por Darcy (Patrick Stuart). Comienzan el impacto, la tensión y la sangre. Tras un primer tercio, donde todo se ha sembrado con mimo y cuidado, es el momento de que florezca toda la maldad de la que es capaz el ser humano. Y todo ello con un cuidado sentido del suspense y del ritmo. Que la mayor parte del metraje suceda en el interior de una habitación no es un impedimento. Tampoco sé si es una ventaja: simplemente, no me di cuenta de ello, lo que es buena señal porque implica que no es un lastre. Las muertes se van acumulando en uno y otro bando, generalmente con crímenes bien regados de sangre. Y los chicos actúan de un modo bastante ajustado a cómo se comportaría alguien en una situación extrema como la que plantea la película.

Este segundo tercio, como decimos, es prácticamente brillante. Una suerte de mazazo en el abdomen que hace que desees retirar la mirada de la pantalla pero, a la vez, no querer perderte nada. El tercer tramo de la función es, quizás, el más discutible. Desde la extrañeza que produce que los chicos decidan pintarse la cara con pinturas de guerra (lo sé, parece una tontería, pero estando en una situación tan complicada como en la que se encuentran, chirría un poco que se tomen su tiempo para hacer algo que no sea sobrevivir), a alguna que otra decisión, por parte del jefe de los skins absolutamente alejada de cualquier lógica (SPOILER: ¿de verdad tiene sentido retirar a algunos de tus efectivos cuando, sin lugar a dudas, no vas ganando la batalla?), da la sensación de que Jeremy Saulnier ha complicado tanto la situación de los jóvenes que no sabe cómo resolverla, y comienza a ponérselo un poco más fácil. Quizás sea eso, o quizás simplemente que baja un poco la intensidad, y se echa de menos el pellizco en el estómago del tramo anterior.

En cualquier caso, Green Room es una película que pueden y deben ver quienes disfruten con la crudeza y el terror realista. Quizás posee menor hondura que su anterior película, la ya mencionada Blue Ruin, pero parece que Jeremy Saulnier tiene claro cuál es el terreno en el que quiere moverse: el ser humano y los límites de su maldad. *Green Room coloca al espectador a la altura de las víctimas, sus ojos y los tuyos contemplan lo que acontece con el mismo pasmo y terror, *e igualmente hace que te asustes de lo que eres capaz cuando te vuelves (se vuelven) verdugos de sus propios verdugos.