The Disappointments Room

El señor de las ferias, con su dulce voz amplificada por un megáfono de juguete, cantaba las glorias de la tómbola regalando perrito tras perrito piloto, y alguna muñeca chochona para evitar la saturación popular. Al fondo de la rifa, poblada de jamones de pega, entre el ecosistema de patitos de goma de la piscina y los arrebatos epilépticos del Gusano Loco, encontramos La Mansión del Terror: papel maché, maniquíes con capa y peluca, colores chillones y vagonetas disfrazadas de fosforescente adentrándose en una oscuridad plagada de carcajadas y alaridos de pega. Daba igual la ciudad, el pueblo, fiestas regionales o trashumancia por delante de los recaudadores del ayuntamiento… todos hemos estado dentro de una de ellas, asombrándonos del escaso precio que tiene el terror, cuestionando el roce de los murciélagos de plástico. Esas casas encantadas que sólo son fachada y tras la carcasa ni un mísero ático donde descubrir los secretos de la familia. ¿Dónde están? ¿Se han perdido bajo una tonelada de recuerdos adolescentes? ¿Dónde están? ¿Siguen viajando a lomos de la nocturnidad, esperando el público invisible de un pueblo abandonado que los acoja? ¿Dónde están? ¿Oxidándose en cementerios de elefantes metálicos? Repito, porque los descampados desiertos ya no huelen a dulce de algodón, ¿dónde están?

Seguro que no están en “The Disappointments Room”. No pueden estar en un thriller sobrenatural de corte comercial que, cual digna prostituta, sólo anda tras el dinero. Esta furgoneta de acabados dorados está dirigida por otro tipo de señor de la feria: D.J. Caruso, el cual tiene que pagar el caldo para su transporte, al parecer no ha sido bastante “Apostando al límite”, “Disturbia”, “Soy el número cuatro”. Con los grandes nombres detrás, los empresarios no tienen problema en vallar alrededor de la feria, así ”Relativity Media” produce mientras otros cuervos la depositan en los cines norteamericanos este próximo 9 de Septiembre.
¿Dentro de una historia con menos aristas que un globo está la magia de los trenes embrujados? El cadáver del adolescente que maté con la mayoría de edad se revuelve dentro de mí, se niega a creer en los milagros rebozados en palomitas: “una madre y su hijo liberan inimaginables horrores cuando abren una habitación secreta en el ático de su nuevo hogar, una casa rural alejada de la gran ciudad”. El adolescente muerto me lanza un guiño y señala tatuajes menos permanentes que ese argumento. La misma historia de siempre, los mismos hechos reales como inspiración… ¡la realidad no es una opción cuando corres a montarte en tu atracción favorita! Quizás esta habitación tenga maniquíes de lujo, dicen los carteles. ¡Oh, sí! Kate Beckinsale con una peluca de pelo natural tan costosa como mis sueños húmedos, pero yo prefiero roñosos muñecos jorobados y vestidos con bata. Deseo, y lo hago con todas mis fuerzas, cerrar los ojos y mirar a través de la cerradura, para encontrarme con todas esas memorias que ninguna de estas películas modernas de casas encantadas consigue reavivar…