The Lords of Salem

Dee Wallace, una de las protagonistas de The Lords of Salem a la que todos recordaréis por ser la madre de Elliot en E.T (Spielberg, 1982), subió al escenario del Retiro en Sitges para recordarnos cómo Bob Dylan, en uno de los momentos más álgidos de su carrera musical, abandonó momentáneamente el folk más clásico para acariciar un sonido rock más eléctrico, ganándose una severa reprimenda por parte de la crítica y de un gran número de sus seguidores. En realidad la simpatiquísima Dee Wallace nos estaba avisando a todos de la que se nos venía encima. El de The Lords of Salem iba a ser un Rob Zombie distinto al que conocemos. Un nuevo Rob Zombie que poco o nada tiene que ver con sus anteriores obras. Un Rob Zombie que, en realidad, ha seguido un camino -siempre hablando desde un punto de vista cinematográfico – similar, pero a la inversa, del recorrido por Bob Dylan: del rock duro ejecutado con maestría en La Casa de los 1.000 Cadáveres y Los Renegados del Diablo, al folk melódico de The Lords of Salem. Ha transitado de La Matanza de Texas a La Semilla del Diablo.

Heidi, DJ de una emisora de radio local en Salem, recibe una caja de madera en cuyo interior hay un disco. Al escuchar los extraños sonidos que emergen de sus surcos, Heidi empieza a tener extrañar visiones del violento pasado de la ciudad. El grupo que figura en la portada del disco, The Lords, anuncia un único y gratuito concierto en Salem.

Todo el mundo tiene derecho a reinvertarse. A abrirse nuevos caminos. A perseguir nuevas metas. A cambiar de estilo o de registro. Al fin y al cabo, de la etapa más eléctrica de Bob Dylan surgió un himno generacional como Like a Rolling Stone, abucheado, en 1965, por el público del Festival Folk de Newport, cuando Dylan lo interpretó por primera vez sobre un escenario.

De manera que si Rob Zombie estaba decidido a abandonar el rock duro - repito, siempre hablando desde un punto de vista cinematográfico – , y acariciar un destino que, a priori, se antojaba – creativamente hablando – como su proyecto más ambicioso hasta la fecha; un servidor, sin duda, iba a emprender el viaje a su lado. Expectante, eso sí. Pero convencidísimo, a fin de cuentas, de que Rob Zombie se ha ganado a pulso la oportunidad de, al menos, intentar ofrecer a su devoto público algo distinto.

Y Lords of Salem es ese algo distinto. Rob Zombie deja a un lado la contundencia, la visceralidad y la violencia explícita de sus primeras y aplaudidas obras e intenta construir una película a golpe de atmósfera, de sutileza, y de tomarse su tiempo para contar una historia que, a priori, no requiere de espectaculares golpes de efecto y que, por el contrario, admite un ritmo más sosegado, más calmado y reflexivo. Hasta aquí todo perfecto. El arranque de Lords of Salem, en todo lo que concierne al misterioso vinilo que emite unos extraños sonidos y deja en estado catatónico a buena parte de la población femenina de Salem (en la que sin duda alguna es una de las mejores secuencia de la película), logra meternos dentro de la historia y nos predispone, de buena gana, a ser cómplices del personaje interpretado por una atractiva Sheri Moon Zombie (esta señora ha hecho realmente un pacto con el diablo) en el que promete ser un terrorífico viaje a los infiernos de Salem.

Llegados a este punto las expectativas, supongo que benficiadas por la fe inquebrantable que un servidor tenía (y en realidad sigo teniendo) en Rob Zombie, seguían siendo altas y firmes. Pero desgraciadamente, cuando todas las cartas se colocan sobre la mesa, empieza el auténtico calvario para The Lords of Salem. Lo que prometía ser un complejo y fascinante relato sobre brujería, satanismo y música rock, que ciertamente parecía ajustarse como un guante tanto a la personalidad como a la capacidad creativa de Rob Zombie; pronto deviene una dolorosa travesía por el desierto plagada de cansinas oraciones satánicas, flashbacks reiterativos y aburridísimas secuencias oníricas. Una vez planteada la premisa básica de la historia que nos cuenta The Lords of Salem, ésta pierde todo el interés debido a un desarrollo lento y agotador, en el que los supuestos puntos álgidos (apariciones satánicas de diversa índole), lejos de sobrecogernos o ni tan solo alterarnos en modo alguno, acaban poniendo a prueba nuestra paciencia por repetitivas y poco afortunadas.

La rabia de Rob Zombie no asoma por ningún lado. Su estilizada y celebrada manera de plasmar la violencia en pantalla no tiene cabida en The Lords of Salem. Y su empeño por dotar a su nueva obra de una atmósfera de pesadilla que consiga abrazar al espectador y sumergirlo en una experiencia entre angustiosa y lisérgica, fracasa estrepitósamente. Todo acaba siendo lento y aburrido. Tanto la historia como los personajes que subyacen entre tanta imagen alegórica, viajes oníricos y plomizos flashbacks; carecen de interés. La película no cautiva, no engancha, de manera que somos testigos de una historia que pasa ante nuestros ojos sin dejar ningún tipo de secuela, sin que sea capaz de provocarnos prácticamente ninguna reacción - de ningún tipo – , y que desemboca en unos últimos 15 minutos en los que Zombie inunda la pantalla de simbología pagana y presumiblemente provocativa dentro de un marco onírico que, personalmente, me dejó frío como un témpano de hielo.

Como dije anteriormente Rob Zombie tiene todo el derecho del mundo a reiventarse. O al menos a intentarlo. Con The Lords of Salem lo ha hecho, lo ha intentado. Pero el resultado final no me ha convencido. En realidad me ha decepcionado. No me ha gustado The Lords of Salem. No me ha gustado la última película de Rob Zombie… ¡larga vida a Rob Zombie!