Missionary

Resulta interesante analizar la carrera de Anthony Diblasi, director de Missionary. Lo digo porque la misma partió con uno de los debuts más grotescos que recuerdo: Dread, basada en el relato del mismo título de los Books of Blood de Clive Barker, cuyos lectores no recibieron con mucha devoción ni especial alegría. La cuestión es que, hace un año, protagonizó un giro completamente radical con uno de los títulos más pretenciosos que recuerdo: Cassadaga, película que para mí resultó equiparable a un puñal directo al corazón. El rechazo, por mi parte, fue absoluto. La combinación perfecta entre un exceso de expectativa y un auténtico despropósito de ambiciosas intenciones; aunque visto con otra perspectiva supongo que lo que pretendía Diblasi era reescribir y compartir con el público su propia visión del mundo sobrenatural (actitud loable, pero que no evitó que la de Cassadaga fuera una visión horrenda). Y por último llega Missionary, obra con la que, en mi opinión, nuevamente Diblasi pretende recorrer el mismo camino que con Cassadaga: reescribir sus propias bases del subgénero telefilm psicópata-amante que con tanta profusión invade nuestros televisores todos los fines de semana.

El subgénero es dantesco, lo reconozco. Un sinónimo de siesta a la vista; quita las ganas a cualquiera de ver cine. Sin embargo nunca es tarde para echar la vista atrás y replantearse el porqué de tanta abundancia de este tipo de telefilmes y de paso recordar la película que le otorgó fama: la gran Atracción Fatal. No nos engañemos, Missionary no deja de ser una versión en clave masculina del personaje interpretado por Glenn Close en la famosa película de Adrian Lyne. No es una propuesta original, no tiene salidas inesperadas ni nada que se aparte de lo habitual – una característica ciertamente frustrante y desalentadora, lo sé… – ; pero aun así Missionary sabe encandilar y jugar muy bien sus cartas. Diblasi ha sabido hacer en esta ocasión lo que no supo con Cassadaga, y es realizar un estudio mucho más complejo e intimista del género a desarrollar. Y es por eso por lo que no puedo evitar preguntarme qué era lo que de verdad hacía de Atracción fatal la obra maestra que es hoy en día; y creo que Missionary ha solventado la cuestión con una respuesta que subyuga: el apego…, y la lección os aseguro que está muy bien aprendida.

El reparto es excepcional, absolutamente brillantes todos y cada uno de los actores; tanto Mytch Ryan como Dawn Olivieri han logrado convertir el típico telefilm en algo real e intimista. Mi enhorabuena. Doy gracias a ambos por regalarnos estos pedazo de hercúleos personajes, principales causantes de que viendo Missionary, si algo he sentido, es mucha congoja. La película de Diblasi tiene aquello de lo que el resto de copias de Atracción Fatal carecen: pasión, dinamismo y mucho amor. No es la película perfecta; en realidad es completamente imperfecta y ahí es donde reside su triunfo: todo resulta más cercano. El guión, aun cuando no sobresale en nada - nada de nada – , anda muy bien encauzado y es capaz de aportar entretenimiento. Asimismo destacar algún momento realmente perturbador, y todo ello gracias a la capacidad de enganche que la película trasmite en todo momento. Todo transcurre con muchísimo dinamismo.

El único problema que le veo a Missionary es que, en última instancia, se acoquine de forma tan mezquina. Cumplía con todos los requisitos para dar ese paso más allá que todos esperábamos y acercarse al terror puro y duro – llamémosle el paso hacía la provocación/excelencia – ; y más aún viniendo del director de un filme como Dread, que proponía uno de los finales más dementes de los últimos años. Sin embargo reniega en última instancia de ese giro hacia al terror y acaba tirando de unos clichés que debería haber relegado de manera mucho más contundente; y eso me enerva. Aun así, Missionary nos regala un final muy emotivo y dramático, digno de mención y correctamente hilvanado, por muy previsible que resulte la elección tomada.

En resumen, si Missionary se ha quedado en un notable es porque no ha querido aventurarse a por más. Y esto primordialmente lo digo porque creo realmente que podía haber ido más allá. En cualquier caso es una película que transmite humildad por todos sus costados y conquista al espectador de una forma muy hermosa. Tiene al espectador ahí, en la palma de la mano, durante 90 minutos, contándole una historia clásica y apocada que se sabe hasta el cuentacuentos más limitado, pero consiguiendo que permanezca en vilo como si fuese la primera vez…, realmente fascinante. Quiero y debo recalcar, que todos nos imaginábamos lo previsible y monótona que sería Missionary, pero lo que nadie imaginaba es que también fuese lo dulce, lóbrega y emotiva que ha acabado siendo. Y es que al final, con un poco de brío y de fe, se puede encontrar uno con una auténtica joyita. Altamente recomendable.