Cult of Chucky

¿Quieres ver una película seria? Vete. ¿Quieres ver una de terror? Vete. ¿Quieres ver una continuación que dignifique la longeva saga de “Muñeco Diabólico”? Vete. ¿Quieres ver un “slasher” lleno de emoción? Vete. ¿Quieres disfrutar de un guion bien estructurado, profundo y coherente? Vete. ¿Sexo? Largo. ¿Quieres ver una secuela que prolongue de forma sólida lo visto en “Curse of Chucky”, la última de la franquicia antes de esta sabrosa filtración? Vete.

¿Quieres ver una cinta basura con aires de telefilme de los noventa, actuaciones tan malas que dan risa, una historia reducida a su mínima expresión, las reglas de un universo cinematográfico volar por los aires, la fiesta de un director de casting y script girl puestos de tequila, una producción realizada única y expresamente para satisfacer a sus propios creadores… o, lo que realmente importa a estas alturas, una ristra de ocurrencias de dudoso gusto por parte de Chucky mientras reparte muerte de las formas más rebuscadas? Entonces date un paseo por este manicomio, porque estás demasiado jodido para quitarte la camisa de fuerza.

Nica pasea sus penas por el manicomio donde ha sido internada con su silla de ruedas, acusada del asesinato de su familia. Bajo los “atentos” cuidados del Doctor Foley ha terminado por creer que sufre esquizofrenia, y por ello escondió sus crímenes tras la falsa creencia de que fue Chucky, un muñeco de los ochentas con vida propia. Pero la llegada de uno de esos muñecos al manicomio, repleto de pacientes con menos credibilidad que un banquero simpático, dará el pistoletazo de salida a otra serie de asesinatos que son sólo el preludio de unos títulos de crédito como otros cualesquiera, incluso aunque Andy, el primer “amigo” de Chucky, ande por ahí igual de despistado que el resto.

“Cult of Chucky” lleva la saga al farragoso terreno de la caspa, donde tomarse demasiado en serio la película provocará urticaria al respetable. Se trata de un buen resumen del ambiente que ronda la película, uno que os invitará continuamente a preguntaros por qué. Evitad dicha pregunta y dejaros llevar. Como digo, cachondeo, de esto trata ver a Chucky en acción, pero no al de la primera parte, los términos nos llevan a una vuelta del humor negro que a muchos, esperando un estilo más cercano a la tampoco espectacular “Curse of Chucky”, ha llevado a echar bilis por la boca. Si consideramos a “La Semilla de Chucky” una especie de “spoof”, y darle cualquier otra interpretación sería caer en las garras del caos, la presente es la que devuelve la comedia y el patetismo del cine de terror de los primeros noventas a la saga. ¿Bueno, malo, regular? Yo que no esperaba nada digno me he entretenido una barbaridad. Pero, ¡dios!, que horrible es a tantos niveles. Claro que si tan lejos queda el arranque de la franquicia, quizás lo mejor haya sido precisamente “alocar” a un personaje demasiado carismático como para devolverlo al terror puro.

Después de casi treinta años no merece la pena ponerse muy duro con estas continuaciones directas a video, bastante es que vengan rodadas por su creador original aplicando un mínimo de dignidad. Es más, a pesar de una banda sonora y fotografías que aluden directamente a la falta de presupuesto, la película se rodó en poco más de un mes, Don Mancini intenta arroparse de un empaque visual que le viene grande. Por ejemplo distinguimos una obsesión por el blanco –un manicomio perdido bajo una nevada eterna– que obviamente pretende ser artística, pero que la fotografía reduce a una textura grumosa de baratillo. También, en los límites de lo absurdo, una escena está trasladada a pantalla partida, ¿para qué? Absolutamente para nada, sin guardar relación con el estilo general, más bien chabacano, del resto del metraje.

Alardes imposibles de contemplar sin una carcajada sarcástica, por suerte los efectos especiales se basan principalmente en “animatrónicos”, mezclados con unas gotitas de CGI, dando como resultado un auténtico muestrario de muñecos cabrones, lo que siempre hemos buscado –no nos pongamos elevados– cuando alquilábamos tal o cual continuación de “Muñeco Diabólico”. No hablamos de un festival gore, la saga siempre guardó distancias con lis límites del exceso visual, ¡a pesar de presentar sexo entre muñecos de látex!, pero la versión uncensored que se ha filtrado satisfará a los que nos criamos con los slashers de los ochentas: para un futuro mejor, muertes increíbles de personajes intrascendentes.

Sin embargo que no os engañe su inminente proyección en el festival de Sitges, la última entrega de la única obra creada por Don Mancini –a ver si ahora lo vamos a alzar como maestro del género cuando el buen hombre no ha sabido salir de la sombra de Chucky– sólo puede entenderse vista en un canal de mala muerte como complemento nocturno poco antes de salir el Sol. Eso sí, cualquier aficionado longevo, dícese “yo mismo”, sabrá disfrutar todas las referencias al resto de entregas de la serie –aunque tranquilos, aquí el niño Bowie se ha quedado en el cajón del ventrílocuo–, mezcladas con ciertas novedades tan rocambolescas como la inclusión de varios muñecos “good guy”, todos ellos poseídos, algo que el destripador tráiler revelaba. Lo surrealista, destruyendo lo que era la base tras Chucky, sería la capacidad de este para saltar de cuerpo en cuerpo: ¿voodofordummies.com? ¡¡Qué puta locura!!

Además, “Cult of Chucky” busca de manera premeditada ahondar y revolver, para incomodidad de muchos, la mitología que rodea a Charles Lee Ray, explotando hasta el último resquicio de la saga, en una conclusión donde asistimos al paso del testigo entre padre e hija. Me refiero en concreto al papel que termina interpretando una poco creible Fiona Dourif, la hija del intérprete/voz encarnando al asesino atrapado en el muñeco “good guy”. También reencontrarnos con Andy, Alex Vincent ya no es el niño que manipulaba Chucky allá por 1988, demuestra la insistencia por aunar las diferentes tramas y protagonistas de la saga en una única dirección coherente.

Misión que fracasa cuando observamos la irrelevancia de Andy o como todas las pistas desencadenan uno de los finales más abiertos de la historia del cine, así como la inclusión de ciertos personajes, Jennifer Tilly haciendo de Jenniffer Tilly sin muchas ganas, presentados con el fin de suponer un descafeinado homenaje para los fans, creo que más preocupados en otros aspectos cinematográficos aquí dejados de lado. Hasta una vieja conocida, un guiño que reconozco emotivo, tiene su minuto de gloria en la escena post créditos.

Estirar tanto el chicle parece una opción poco deseable si hablamos del formato largometraje. Recientemente Mancini comentaba la posibilidad de enfrentar a su sangrienta creación con el no menos terrible Freddy Krueger; así que en busca de mezclas rocambolescas, excusa para seguir pagando facturas a costa de la nostalgia ajena, bien podría continuar esta historia en formato serie, con más espacio para los personajes surrealistas y las sobreactuaciones.

Pero, dejando aparte todas las sensaciones negativas que no deberían ser óbice para la diversión más infame y propia de la serie B barriobajera, la verdadera sensación sigue siendo Chucky, de nuevo desbordando carisma por cada centímetro de su piel de látex. Y tanta culpa tiene el veterano Tony Gardner, genio tras el muñeco (o muñecos) “good guy”, como Brad Dourif, poniendo voz de esa forma maniaca que tiene ya medida con el paso de las décadas. Sólo por seguir viendo al Chucky de siempre, quizás menos intimidante de lo que nos gustaría, merece la pena pagar el peaje de aguantar a una paralítica inverosímil rodeada de una pandilla de locos tan ridículos como el psiquiatra “cara de cartón” que los estudia. De nuevo la sórdida influencia de los noventa, en este caso de sus peores thrillers, queda claramente aireada.

Una producción que no puede ser entendida fuera de su saga. Un servicio al fan que tampoco se tome en serio ya la séptima parte de una franquicia que hace tiempo dinamitó la barrera de lo cómico. Más casposa de lo que a muchos hubiese gustado, al menos conserva el ritmo y la diversión de sus dos primeras entregas. No me ha disgustado pero reconozco el factor íntimamente personal en la experiencia, es lo que tienen las (humildes) opiniones.