Baskin

Hace un par o tres de años, Diego López, programador del espacio Brigadoon en Sitges y buen amigo de este blog (perdona la indiscreción Diego) me confesaba que lo mejor que había pasado por el Festival en aquella edición era un cortometraje turco sobre un escuadrón policial que acude a un edificio en ruinas, escenario de todo tipo de excesos satánicos. El cortometraje en cuestión se titulaba Baskin. En 2016, convertido ya en largometraje, Baskin regresaba a Sitges con la promesa de devenir una de las experiencias más intensas y extremas de la pasada edición del Festival. Por cierto, sospecho que el equipo de aquel laureado cortometraje se sintió en Sitges muy bien acogido, de otra manera es complicado entender cómo una de las primeras frases que pronuncia uno de los policías protagonistas de la adaptación al largometraje de aquel Baskin, ante la sorpresa y algarabía del respetable, sea… “me gustan los catalanes” (divertidísima la secuencia en la que cuatro policías apuestan en una quiniela de la liga de fútbol española y deben decidir qué signo adjudicarle al partido FC Barcelona – Atlético de Madrid).

Un escuadrón de la policía recibe, en mitad de la noche, un aviso de refuerzos. Su destino es un antiguo y deshabitado (supuestamente) edificio situado en una zona en la que abundan todo tipo de oscuras leyendas. Tras sufrir un aparatoso accidente, dejan abandonada la camioneta en la que viajaban y se trasladan a pie hasta su destino. Una vez dentro del edificio iniciarán un terrorífico descenso a los infiernos.

Al abandonar el Auditorio de Sitges tras el pase de Baskin tuve, en aquella lejana ocasión, la oportunidad de escuchar una breve conversación entre dos de los asistentes al mismo. Uno de ellos afirmaba: “Me ha encantado. Es lo más hardcore que he visto en mucho tiempo”; a lo que su colega le respondía: “Pues a mí no me ha gustado nada. Vacía y gratuita.” Pidiendo disculpas, de antemano, a este par de colaboradores anónimos de cuyas impresiones acabo de apropiarme, lo cierto es que sus palabras me parecieron una síntesis perfecta de hacia dónde pueden ir los tiros con Baskin.

Efectivamente habrá quiénes más allá de su evidente poderío visual, de su abigarrada puesta en escena y de su ingente cantidad de sangre, tan sólo vean en Baskin un inmenso… vacío. El guión de Can Evrenol establece una dicotomía entre los demonios interiores, privados y oníricos, de uno de los policías; y el infierno físico, corpóreo, real, con olor a sangre, sudor y sexo, que se encuentra el escuadrón en los pisos subterráneos del edificio. Personalmente, la relación que se establece entre ambos universos se me hizo confusa, lo que en última instancia provocó que el desenlace de la película me dejara algo… desconcertado. De manera que así estaban las cosas: ante la perspectiva de una historia que no pude asimilar todo lo que me hubiera gustado, lo único que me quedaba era todo ese poderío visual al que os hacía referencia y que Baskin exhibe sin remilgos durante buena parte de su metraje. Y si nos centramos únicamente en la bajada a los infiernos turcos, lo cierto es que no queda otra que darle la enhorabuena al bueno de Evrenol. Su visión del averno es excesiva, barroca y sucia. Abrumadora, en cierto modo. Sexo, violencia, sangre y tripas se dan la mano en lo que parece ser un ritual de iniciación liderado por un enano sádico y cabrón que ejerce como maestro de ceremonias. Todo realmente impactante. “Hardcore”, como decía aquel espectador entusiasmado con la experiencia que Baskin acababa de proporcionarle.

La pregunta, llegados a este punto, sería… ¿Es suficiente? Toda esta experiencia cuyo objetivo pretende, sin lugar a dudas, epatar nuestros sentidos, ¿es suficiente para sobreponerse a una historia que, personalmente, me pareció confusa y enmarañada? Arggghhh… es una auténtica lástima, pero para mí no fue suficiente. Quizás si un servidor fuera algo más inteligente o perspicaz y hubiera entendido la historia que (supongo) pretendía contarme Baskin, todo hubiera cuadrado y la propuesta de Evrenol me hubiera convencido a todos los niveles. Pero, repito, no fue así. Este infierno turco llamado Baskin es, en ciertos aspectos, salvaje, brutal y sorprendente; sin embargo pierde buena parte de su “encanto” cuando la película, en su conjunto, no funciona. O al menos a MÍ no me funcionó.

Me quedo con el arranque de Baskin. Con esa divertida e intensa secuencia en el bar que sirve para presentarnos a unos protagonistas con placa que demuestran no tenerle demasiado apego a la ley. Y me quedo también con la entrada al edificio y ese inicio del descenso a las profundidades, en el que descubrimos, asombrados, los primeros detalles de esa antesala del infierno que pronto se desatará ante nuestros ojos. Y por supuesto también me quedo con parte de esa visión abigarrada del infierno que nos regala Baskin. Pero, por desgracia, no compro una película que, en definitiva, me está contando una historia que no me engancha y que prácticamente no me aporta nada.

A pesar de todo creo, firmemente, que Baskin tiene su público. Tanto espectadores a los que la historia que cuenta la película les convenza y no les parezca confusa; como aquellos otros espectadores que sepan o quieran prescindir de la historia y tengan más que suficiente con esa experiencia atávica que nos ofrece este particular descenso a las puertas del infierno.