Rent-a-pal

La cinta que os estoy reseñando es de esas que concurren a los festivales de cine fantástico y que, tras su primer pase, empiezas a escuchar hablar de ella en las colas de entrada y salida y en las recomendaciones de los corrillos. Es de esas que, cuando te estas tragando un ladrillo que pintaba estupendo, una voz dentro de ti te dice que tenías que haber elegido esta otra. Me la perdí en Sitges 2020, pero me recomendaron que le siguiera la pista. Ahora, gracias a los productores del título, he tenido la oportunidad de verla y la verdad es que me ha sorprendido muy gratamente.

La acción trascurre hace treinta años, en los últimos coletazos del mundo analógico. El protagonista es David (Brian Landis Folkins) un solterón entregado en cuerpo y alma al cuidado de su madre (Kathleen Brady) enferma de demencia senil, que pasa su día a día sentada frente al televisor viendo cine clásico en su VHS sin tener muy claro si su cuidador es su hijo o su marido. La vida de este abnegado personaje es asfixiantemente monótona. Él también desea que alguien le cuide. Sueña con encontrar una pareja mientras se desahoga por las noches recurriendo al onanismo y al cine porno en super 8. David se ha apuntado a un servicio de citas por video. Todas las semanas alquila cintas de mensajes de posibles pretendientas y cruza los dedos para que una de ellas también encuentre atractivo su desastroso video de presentación. Un día, en la oficina de esta agencia de citas, descubre una cinta titulada “Rent-a-pal” (alquila un amigo) y decide comprarla. Al llegar a casa, conoce en el video a Andy (Wil Wheaton), un personaje que desde la pantalla simula conversar, escuchar, e interesarse por la vida de quien sea su espectador, comenzando una extraña amistad.

Rent-a-pal se cimenta sobre dos potentes pilares. Un guion muy trabajado en la construcción de sus personajes. Y unas interpretaciones sensacionales. Con estos dos ingredientes se fragua, necesariamente a fuego lento, un drama cada vez más oscuro, que puede presumir de hacer verosímil una de las relaciones de amistad más enfermizas y extrañas del cine reciente (con permiso de Jumbo, también proyectada en Sitges). Una cinta que usa como gasolina la necesidad de comunicación y la sed de cariño. El personaje de David, rápidamente te conmueve. Sus secuencias grabando el mensaje para sus pretendientas, o estallando ante los constantes desprecios de su madre, te atrapan y te hacen entender a la perfección el abismo de tristeza a sus pies. La química entre Brian Landis Folkins y Wil Wheaton (el protagonista de Stand by me) es brutal pese a no compartir físicamente ninguna secuencia. También acertada será la interpretación de Amy Rutledge, la chica que vendrá a agitar el avispero mental del protagonista.

El punto de partida de esta enfermiza amistad puede recordarnos a la secuencia en la que Julie Christie y Oskar Werner veían la televisión en Fahrenheit 451: la emisión iba dejando huecos para que la esposa contestara preguntas sin que estas realmente cambiaran el devenir de la trama. En esta ocasión sucede lo mismo. Pero el protagonista decide jugar de forma más decidida y simular la ficción de que alguien al otro lado de la pantalla le escucha hasta convencerse de que es atendido realmente. La inteligencia con la que la cinta de video va atrapando a su presa es hipnótica: en pleno monologo de David suena un teléfono en la grabación y el personaje en la televisión finge no querer cogerlo para seguir atento a su espectador. Son estos brillantes detalles, esos gestos que abundan en la historia, los que amplifican su resultado pese a lo humilde que es la propuesta y los que van haciendo compresible el descenso a la locura de David.

La película supone el debut de Jon Stevenson (también firma el guion) en la dirección. Pese a transcurrir casi únicamente en dos localizaciones, ha logrado, mediante un buen uso de la edición e insertos de planos recursos, que estos dos escenarios no se antojen demasiado reiterativos. Stevenson ha sabido dosificar los giros e imprimir un buen tempo a su historia. Los sintetizadores, que actualmente se usan de forma un tanto abusiva por el cine, en esta ocasión ayudan a fijar la ambientación temporal de la historia, como también lo hace el uso del color en toda la cinta.

Rent-a-pal resulta más terrorifico en el viaje que en su llegada al cine de horror. Su pesadilla es tan intimista que puede saber a poco a un amante de la sensaciones intensas. Es de esas películas donde, a la vez que esperas que se desate la tensión, el personaje te ha ganado tanta simpatía que cruzas los dedos para que su destino no sea demasiado cruel.