Abraham Lincoln: Cazador de vampiros

Ya no saben que inventar. Seguro que la típica frase de marras la habéis oído en la sala de cine cuando proyectaban el tráiler de Abraham Lincoln: Cazador de vampiros. Seguro que vosotros mismos la soltasteis. Sin embargo, cuando aparecía el nombre de Tim Burton como productor y el de Timur Bekmambetov como director, puede que unos cuantos devolvieran la ceja a su posición. Quieras que no, tener dos nombres de peso en los créditos ayuda a la credibilidad de la propuesta. Y eso sucede aunque no te guste el trabajo de dichos pesos pesados. Por mi parte, con Burton siempre he tenido altibajos de interés que van del entusiasmo al hartazgo, pero el cineasta ruso, salvo la entretenida (mejor no comparemos con el imprescindible cómic de Mark Millar en que se basa) Wanted (2008), el resto de su trabajo, o al menos lo que he podido ver, me ha parecido de ampire lo más cruel para la salud del cerebro humano. Por ello, mis esperanzas en que algo de su nueva película saliese bien no eran demasiadas. Estaba en lo cierto.

Lo primero, reconocer que no he leído la novela homónima, escrita por Seth Grahame-Smith, firmante de la exitosa Orgullo, prejuicio y zombis que también tendrá adaptación para la gran pantalla. Así, mi opinión sobre este Cazador de vampiros se centra exclusivamente en la experiencia como película sin entrar a valorar la adaptación. ¿Y qué nos ofrece la película?

Nos encontramos con Abraham Lincoln siendo todavía un niño. Durante su infancia, es testigo de la agónica muerte de su madre a manos de un vampiro. Pasamos a su adolescencia. Un crecido Lincoln piensa que ya es hora de hacer realidad su venganza. Sin embargo, se da cuenta de que persigue algo que no es humano y que no puede vencer sin ayuda. Así, pide entrenamiento a un experto en cazar vampiros llamado Henry Sturgess, que previamente le había salvado la vida del ataque de un chupasangre. Cuando Lincoln aprende todos los trucos necesarios para combatirlos, Henry le deja que siga su camino en solitario.

Luego entra en escena la chica de la película, el mega-villano, el colega negro y la Guerra Civil Americana. Como si se tratase de un biopic en clave ficticia, recorremos su vida a base de brochazos, por lo que nunca llegamos a conectar con ninguna de sus etapas. Tampoco ayuda el increíblemente soso Benjamin Walker, al cual el papel de Lincoln le queda demasiado grande. Y ahora me pregunto, ¿en una película en la que dicho presidente se pone a cazar vampiros utilizando coreografías donde no existe la gravedad, tiene sentido quejarse de la interpretación? En este caso sí. Me explico: el principal problema de Cazador de vampiros es que, por extraño que parezca, se toma muy en serio así misma.

Al principio, digamos que durante los primeros treinta minutos, parece que asistiremos a una de acción/terror del montón, más o menos entretenida. Un Resident Evil o Underworld cualquiera. La cosa es que a Bekmambetov, al guionista (el mismísimo escritor de la novela), a Burton en la trastienda o a todos juntos, se les metió en la cabeza que había que a partir del nudo en una especie de drama histórico (a su modo, claro) con los dilemas morales del Lincoln anciano y su mujer (una Mary Elizabeth Winstead que hace lo que puede para resultar creíble como jubilada con un maquillaje del todo a cien). Para colmo, lo poco aprovechable de la función, el personaje de Henry (un carismático Dominic Cooper) y la escenificación de la guerra introduciendo el elemento vampírico, están poco desarrollados.

Nos quedan dos set pieces, la de los caballos y la del tren, tan digitalizadas y ralentizadas que terminan cansando, y la sensación de haber perdido la oportunidad de hacer una serie B tan cafre como divertida.