Big Bad Wolves

¿Qué esperar de la que muchas voces señalaban como una de las mejores películas del año? Nadie se imagina la cantidad de veces que me hice esta pregunta antes de ver Big Bad Wolves. Cuando comentamos una película de la talla de Big Bad Wolves (ganadora en diversos festivales, como por ejemplo el Fantasia International Film Festival), generalmente tendemos a malcriar al espectador aumentándole esas odiosas expectativas – siempre y cuando el autor sea partidario de ésta, evidentemente – sin percatarnos en las consecuencias que ello conlleva, y que casi siempre culminan por incitar a los lectores a “recriminar” la crítica, puesto que en esta vida hay gustos y decepciones de toda clase. Yo, como hago siempre, no pretendo engañar a nadie, ni tampoco faltarle el respeto a mi propio criterio, y por lo tanto diré, en primera instancia, que el éxito de Big Bad Wolves no siempre estará garantizado. Empero cercioraré dos cosas más: la primera es que lo que se propone Big Bad Wolves no dista de todas aquellas películas sobre venganzas y pedofilia que hemos visto en ocasiones anteriores (tales como “Asesinato en 8 mm”, “7 days”, “Snowtown”… etcétera); y lo segundo, es que se trata de un ejercicio cinematográfico excelente.

Es inevitable no tener dudas o sentirse desubicado cuando la expectativa que arrastras a la hora de ver una película mide lo mismo que un rascacielos, y no negaré que hubo un par de momentos en los que miré a la pantalla decepcionado. Pero por suerte para mí supe pillar la donosura del juego con celeridad pasada la primera media hora. Entonces sí que tuve la oportunidad de recostarme en mi asiento, sonriente…, la cosa había dado un giro copernicano. Y ésa es la principal razón por la que no le he dado a Big Bad Wolves la máxima nota, precisamente porque la excelente película de Aharon Keshales y Navot Papushado espera con demasiada latencia al espectador bajo un ritmo algo vago – que no extremadamente lento…, en realidad ni siquiera lento – y eso le impide llegar a la deseada perfección. No es hasta bien entrados en la película cuando uno capta cuál es la trama que está siguiendo, y es entonces cuando uno empieza a ser consciente de la volátil bomba de relojería que tiene deslizándose entre las palmas de las manos: tic, tac, tic, tac… Dicho esto podríamos sucintarlo diciendo que Big Bad Wolves se mueve sigilosamente, quizá demasiado (lo que pretendo decir es que de su ritmo dependerá la parcialidad de todo su éxito, es el contrapunto crucial de la película), pero cuando ataca muerde donde más duele y con sangre de por medio.

Una vez aclarada la parte negativa de la película que, como se puede apreciar, es cuasi nimia; debo decir que Big Bad Wolves no tiene más contrapuntos. Todo en ella es absolutamente perfecto: reparto, guión, fotografía, su banda sonora de corte clásico… No falla nada, todo está donde debe estar. Cada actor en su correspondiente lugar, cada chiste esperando arrancar una sonrisa y cada puño impactando contra la cara deseada. Por un lado Big Bad Wolves es dulce, jocosa y adictiva, como el último caramelo con chicle que se desliza sobre nuestros paladares buscando sacar esa macabra explosión gustativa de turno que siempre culmina en una amplia y satisfecha sonrisa. Sin embargo, por el otro es una afilada hacha que va directa al cuello. No hay escapatoria ni tiempo para cobardías; desgarradora, malvada y mordaz. Big Bad Wolves lo es todo. Es una comedia, es un thriller de venganza, un drama parental y, en esencia, una magistral película de terror. Además de regalarnos a la mejor pandilla de cabr… de todos los tiempos.

Dicen que Big Bad Wolves sigue la estela de Tarantino, y es cierto, en cierta medida así es – recalco lo de “en cierta medida” principalmente porque este símil es francamente leve y redundante; no es una película rebuscada, ni estúpida y mucho menos podremos designarla con el eufemismo de “feliz”; tan solo satírica, intrépida y sumamente inteligente –. Al igual que ocurre en el cine de Tarantino, Big Bad Wolves logra que te rías de las cosas que no tienen ni puñetera gracia, pero no mediante un humor convencional o paródico, sino mediante un humor macabro. Big Bad Wolves se ríe de la tragedia del prójimo, lisa y llanamente, porque detesta a sus propios personajes. Les ridiculiza, se burla de ellos a cada momento y no duda en hacernos cómplices de ello; pero nunca – atención al dato – se olvida de que es un thriller de terror. Ése es el ardid de todo el asunto que subyace en Big Bad Wolves: pensar que somos libres de las leyes moralistas de la sociedad cuando en el fondo somos víctimas de éstas en cada segundo de nuestras vidas. La magia perceptible de la falsa y deseada libertad al sino de la sociedad, es decir, lo que coloquialmente conocemos como “karma” o “tócame los huevos y écha a correr”. A pesar de la mención a Tarantino, decir que asimismo he visto muchas más correlaciones con el cine del surcoreano Bong Joon-ho y algunos de sus thrillers: Memories of a murder o Mother, entre otros. Big bad Wolves se asemeja más a este tipo de thriller; un thriller lánguido y satírico, pero a su vez mordaz y trágico como ningún otro.

Una pequeña obra maestra y sin duda el mejor thirller de terror del 2013. Una película insidiosamente jocosa que hará las delicias de los amantes del cine de terror y también realidad las peores pesadillas de cualquier padre. Capaz de superar thrillers de la talla de Cold Blooded, The East o God Bless America entre otros. Me arrodillo ante los pies de Aharon Keshales y Navot Papushado, dos directores que, contándonos la misma historia de siempre, han conseguido sorprender, divertir, reír, desgarrar e indignar. Una bomba de relojería con la cuenta atrás borrosa a punto de estallar en cualquier instante. Además Big Bad Wolves es tremendamente adictiva. Es imposible apartar los ojos de la pantalla en uno solo de los 105 minutos que dura la película, lo que también la convierte en una cinta embriagadora e hipnótica. Definitivamente, un visionado obligatorio; por lo que me he decidido a finalizar esta reseña a la inversa de cómo empiezan muchas otras negativas: buena, buena, pero buena de verdad.