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Hollywood, cuna de estrellas; fábrica de sueños para algunos y fuente de pesadillas para otros. El lado oscuro de la meca del cine queda plasmado en esta alegoría del éxito y la fama, centrándose en la vileza del ser humano y la lucha descarnada por el ascenso al estrellato, una lucha que en el caso de Starry eyes es más interior que exterior.
El dueto compuesto por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, compone una historia de la que, además de dirigir, también escriben, en lo que puede considerarse uno de los descubrimientos más atractivos del cine de terror del presente milenio. Debutando en 2003 de forma conjunta con el documental Postcards from the Future: The Chuck Palahniuk Documentary, sobre la figura de uno de los máximos exponentes de los novelistas de la Generación X (y escritor fetiche para quien esto escribe); y con otro largometraje a sus espaldas, Absence (2009), no ha sido hasta este pasado 2014 que el reconocimiento no ha llamado a la puerta de este tándem de realizadores.
Comparados con otro duplo de directores como Julien Maury & Alexandre Bustillo (sin ir más lejos, la dirección de la nueva Leatherface contaba entre sus opciones la de Kölsch/Widmyer o la de Bustillo/Maury, siendo los franceses quienes finalmente se han hecho con el proyecto), queda claro que, tal y como han demostrado con el resultado en Starry eyes, su nombre sonará durante los próximos años en el cine de género, de eso no cabe duda. Mientras que en el cine de los galos pueden verse claremente las referencias al cine de los ochenta y a Carpenter, Argento y Polanski; en Starry eyes se evoca a las películas sobre sectas de los años setenta y a una especie de simbiosis entre Cronenberg y Lynch.
Lo mejor: la interpretación de Essoe y la magistral banda sonora.
Lo peor: el prólogo, un tanto tedioso.