Cuando solo quedan fantasmas
Somos seres humanos y nos fascina la muerte. Desde su sentido más carnal, como el hecho en sí, hasta la interpretación de la misma como una transición. En nuestra irremediable condición de animales conscientes, nos cuesta admitir que la muerte represente el final de nuestra personalidad bajo la podrida techumbre de nuestro cadáver. Por ello, buscamos un remedo de trascendencia, más allá de nuestra carcasa en descomposición. Más si cabe cuando aun estamos vivos y un ser querido nos deja para siempre, sin poder oír su voz, a falta de su calor, sin poder tocarlo, besarlo u oler el aroma de su piel…