The Millennium Bug

Fin de año de 1999, una jovencita acompaña, enfurruñada en el asiento trasero del coche, a su padre. Junto a ellos viaja la nueva y joven mujer de éste: van a celebrar tan señalada fecha en las entrañas de una solitaria montaña. Parece que el efecto 2000 les provoca algo de miedo, así que alejados de la vil tecnología esperan hacer de la transición del milenio algo realmente especial.

Sin embargo, encontrarán que esos remotos bosques bullen de vida. Por un lafo los cazadores ilegales hacen su agosto en diciembre siempre que una familia de paletos endogámicos se lo permita. Los depravados habitantes de esa zona aislada, anteriormente explotada por la industria maderera, buscan sangre nueva que renueve sus agostados genes; quieren celebrar el año nuevo con fetos sanos y fuertes. A su vez, un criptozoólogo, algo chiflado, estudia el advenimiento de una especie de insecto gigante que sólo eclosiona una vez cada mil años. ¡Qué casualidad! Precisamente esa misma noche.

Todos estos extraños y retorcidos personajes están destinados a cruzar sus destinos, bajo una luna llena grande como si estuviese preñada, para regocijo de la bestia ancestral que dormida aguarda su turno para el banquete de fin de año preparado a base de tierna carne humana…

Resulta obvio que la serie B no soporta un análisis o justificación sesuda, como supongo que afirmaría nuestro querido Corman. Sin embargo, a nadie se le escapa el valor que tiene una película cochambrosa, que vendría a ser ni más ni menos que el escapismo, la diversión sin más razón que la de “ser”. ¿Y acaso no representa Halloween, la festividad de Todos los Santos, el mayor escapismo del hombre? Es decir, esta noche tan americana – y a la vez tan popular por todas las referencias paganas implícitas – intentamos olvidarnos de nuestra levedad, de que el tiempo que nos queda es limitado. ¿Cómo? Pues burlándonos, o tributando según se mire, de la muerte y todas las fantasías y leyendas que la humanidad ha construido alrededor de nuestro intrascendente final. Dejamos por unas horas la seriedad del día a día y pensamos que los habitantes del ultramundo nos visitan para acompañarnos con sus cuencas descarnadas. Sea más o menos certeza, ya sabemos que la verdad va por barrios, parece el escenario ideal para sumergirnos en esa cochambre que representa la serie B, unas veces más dignamente que otras, desde luego. Por ello, un servidor busca esta noche que nos viene en ciernes un estilo de películas rápidas, baratas y divertidas. Dejo para otros momentos las exquisiteces culinarias de Arzac y compañía, y me dispongo a darme un buen empacho de nachos y palomitas, regados semejantes manjares con películas casposas que entre colegas hagan de esta noche algo memorable.

Entonces, no voy a justificar la calidad que atesora The Millennium Bug, porque no tiene ninguna. Tampoco voy a engañar a nadie con dobles lecturas – aunque he de ser justo con mi querida serie B y decir que películas de semejante corte, léase “Carpenter” para entendernos por ejemplo, sí tienen un trasfondo más inteligente del que la hilera de los trolls entenderá jamás –. Simplemente me gustaría que esta reseña sirviese de reclamo ante una cinta que pese a sus enormes carencias, muchas y continúas, ha pasado injustamente desapercibida, quizás por haberse catado en un momento o situación poco apropiado – y aquí me remito a un comentario de nuestro buen amigo Bafometh729 –. Él mismo nos decía que esta cinta pasará sin pena ni gloria ante los ojos de cualquier aficionado que se acerque a ella en solitario y con cierto aburrimiento; mala elección para un domingo soporífero. Bien, el primer secreto, como siempre ocurre con la serie B de pura raza, es encontrar un grupo de amigos bien dispuestos y con ganas de jolgorio que sepan mantener las expectativas bajas, o dormidas mediante la ingesta de alcohol. Bueno, tampoco el panorama tiene que comenzar tan desesperanzador, al fin y al cabo el que suscribe la vio aislado en su mazmorra y se lo pasó bastante bien con las tontunas cafres de esta hora y media de nada. El segundo paso sería encontrar la ocasión ideal: y el momento adecuado lo tenéis ahí, delante de vuestras narices, y sería este Halloween que ya nos pisa los talones.

¿Qué vamos a encontrar? Lo primero un elenco, tanto en lo técnico como en la parte actoral, absolutamente desconocido y que, pese a su humildad, han sabido tomarse con relativo humor, lleno de aplomo, el guión descacharrante que tenían entre manos. Así las actuaciones son bastante bochornosas, que no malas, y los diálogos y giros del guión más propios de unos adolescentes de borrachera en alguna fiesta universitaria de togas. No creo que haya mucho más que añadir sobre Kenneth Cran – director y guionista valiente, pero que no veo dirigiendo ninguna obra destinada a la pantalla grande – y sus muchachos, a lo sumo que saben mantener, cada uno en su área, un tono de cachondeo cafre que sostiene la cinta hasta el final. Una de sus mayores virtudes, junto a unos efectos especiales artesanos que harán las delicias de los “cormaniacos”. Qué raro que salga el apellido Corman varias veces en una reseña de serie B, ¿verdad?

Con respecto a los efectos especiales, sus responsables han intentado vender – sin mucho éxito a tenor del infame recorrido internacional que ha sufrido The Millennium Bug – como reclamo su origen artesano. Y siendo honestos hay que reconocerlo: los efectos, prótesis y maquetas pintan muy graciosos y resultones para el presupuesto con que debía contar nuestros muchachos. De nuevo, “Recursos a-la-Corman” 1, “CGI” 0.

Desde luego hay algo premeditado en la exposición de estos efectos, su falsedad es obvia y placentera hasta cierto punto, creando una atmosfera irreal que casa a la perfección con la noche del 31 de Octubre. ¿Cómo renunciar a una película que ofrece docenas de escenas ubicadas en un bosque recreado dentro de un estudio barato? Jamás había visto una noche tan iluminada, os lo aseguro. Además nos encontramos con una rara avis dentro del panorama terrorífico, pues se atreve a volver a poner a un señor a cuatro patas dentro de un traje de goma y látex para que parezca un monstruo gigante, trucos ópticos de baratillo por delante. ¡Ah, Bioman! ¡Ah, Godzilla! Como creasteis escuela. Así que olvidaos de Pacific Rim, aquí gozaréis de un “Pacific Tril” [en idioma charro, un tril vendría a ser un mojón del tamaño de un Kaiju], cuyo mejor argumento es una probóscide juguetona con la que empalar a sus víctimas. Aunque no sólo sería nuestro bicho gigante la estrella de la función: todo el metraje se convierte en una auténtica delicia del mal gusto y lo absurdo, por la forma directa en que el equipo trata el gore. A pesar de las limitaciones de presupuesto, siempre que ha sido posible se ha optado por un enfoque explicito de las muertes, vejaciones, deformidades y alumbramientos. Sí, The Millennium Bug nos regala unas cuantas viñetas que provocaran la carcajada, de manera muy consciente, tanto por increíbles como por cazurras.

Para apoyar este enfoque, Cran ha tenido la brillante idea de añadir al asunto del bicho milenario un buen puñado de personajes “hillbillies” que disfrutan de los tópicos de su condición endogámica haciendo el cabestro a lo largo de toda la película. Su obsesión por reproducirse acabará por convertirse en el principal motivo de escenas hilarantes. No tanto por su exposición si no por su carácter surrealista y degenerado. Oye, que estamos en Halloween y queremos airear el lado macabro que todos llevamos dentro. Mención especial para el padre de las dos chicas protagonistas, una especie de Rambo venido a menos que nos ofrece algunos momentos explosivos de nula credibilidad. Fijaos que al repasar por encima tanta tontuna me está apeteciendo volver a verla y todo, acompañado de cervezas y amigos, por supuesto.

Quiero ser claro, las pinceladas que he comentado las encontraréis en todo su fétido esplendor dentro de la cinta, pero cierto es que también adolece de un ritmo adecuado. Los actores se ven renqueantes en alguna escena y hasta el más barriobajero puede cansarse de esos decorados de cartón piedra y esas maquetas sacadas del Ibertren. A veces, hay tan poca chicha en el guión que la película avanza a trompicones sin gracia y sin una dirección clara. ¡Tranquilos! Cuando la cosa decaiga abrís otra cerveza, y al primer sorbo: ¡burrada estúpida al canto!

En definitiva, me gustaría que no os engañasen las costuras mal cosidas de The Millennium Bug. Sí, estamos ante una auténtica serie B parida con cuatro duros y más ilusión que talento, pero, ¿no es lo que buscábamos? Me ha dejado el regustillo simpático con que las “buenas” producciones de la “Full Moon” supieron bañar otras noches como esta. No estaremos ante una película de culto, pero sí ante una experiencia de culto si sabemos sacar al niño pedigüeño y adicto a las golosinas que todos llevábamos dentro. ¡Qué la disfrutéis! (y pensad en que alguna remota montaña de los Estados Unidos bien pudo acaecer el cambio del milenio como aquí nos cuentan, ¡seguro!)