Krasue: Inhuman Kiss

La Krasue, Penanggalan en Malasia, Ahp en Camboya y Kasu en Laos, es un fantasma o ser sobrenatural femenino oriundo de Tailandia. Su anatomía consiste en una cabeza flotante con los órganos internos colgando del cuello, como si hubieran sido arrancados del cuerpo. Despide un tenue resplandor, como fuego fatuo. Fue el monstruo titular de la mítica Mystics in Bali. Tal es el ser que habita la película Krasue: Inhuman Kiss, de 2019, de producción tailandesa.
En un pueblo apartado, una adolescente descubre que cayó sobre ella, o heredó, la maldición de la krasue. Todas las noches su cabeza y sus órganos se desprenderán de su cuerpo y flotaran, aterrorizando a los pobladores de la aldea en la que vive, buscando comida, matando y devorando el ganado. Un amigo de la infancia tratará de ayudarla a pesar de conocer la verdad, mientras otro se unirá a la búsqueda del monstruo, junto a un grupo de cazadores, que comanda un misterioso forastero, que quizás sea algo más.

Krasue: Inhuman Kiss es una película fuertemente enraizada en sus personajes. Nos interesa lo que sucede porque sus protagonistas están tratados con detalle y cariño. Nos preocupa Sai, la conflictuada adolescente, y también Noi y Jerd, sus dos amigos. Hay, quizás, un intento de relacionar la krasue con el despertar sexual y la llegada de la adolescencia, pero la película funciona mejor cuando conserva el clima de terror folklórico, cuando cree en sus propios mitos y no intenta intelectualizar ni tener una mirada occidental sobre ellos. Cerca del final hay un esfuerzo de espectacularidad hollywoodense, que probablemente no la favorezca pero tampoco la empañe. Como toda película en que el monstruo es una víctima, tiene mucho de drama. Como buena película de horror asiática, es esencialmente triste y melancólica.

Desde lo formal es, aparentemente, una película de alto presupuesto, o todo el alto presupuesto del que se pueda disponer en Tailandia, país de mercado cinematográfico chico. Como sea, el director, Sitisiri Mongkolsiri, parece haber podido llevar a la pantalla todo lo que quería o necesitaba. La narrativa es quizás pausada y morosa, como manda mucho del cine del lejano oriente, y probablemente sus dos horas de duración se podrían haber recortado y comprimido, sin que varíe mucho el resultado final, aunque vale la pena recorrerlas. La fotografía es cuidada y preciosista y saca partido a las tomas nocturnas y a la tenue y pálida fosforescencia de la Krasue.