Shan, una hermosísima sirena, es enviada a la tierra para asesinar a Xuan , un desarrollador cuyo último proyecto pone en peligro el ecosistema de su raza marina; pero, lejos de deternerle, Shan acabará perdídamente enamorada de su objetivo.

El genial Stephen Chow está dispuesto a revolucionar las plateas de Sitges con su último éxito: The Mermaid, una nueva locura repleta de acción, risas, emoción y efectos especiales que el propio Chow —autor de otras deliciosas locuras como son Shaolin Soccer, Kung Fu-sion o Journey to the West — no ha tenido reparo alguno en reconocer que está inspirado en el cuento clásico de Hans Christian Andersen, La Sirenita (The little mermaid), cuya adaptación más popular a la pantalla grande se la debemos, sin duda alguna, a la factoría Disney. Su particular sirena —que, afortunadamente, sospecho que poco tendrá que ver con la versión Disney— tuvo su puesta de largo en su exitoso estreno en salas el pasado mes de febrero, alzándose al primer lugar de la taquilla China de 2016, lugar que no ha abandonado desde entonces. De hecho The Mermaid ha establecido todo un récord en su país de origen, convirtiéndose en la primera película en superar los 500 millones de dólares en recaudación.

Ambientada en el siglo XVII, narra, con tintes fantásticos, la historia de tres reinos y sus respectivos monarcas. La de la reina de Longtrellis y su marido, desesperados por tener un hijo; la de dos misteriosas hermanas que encienden la pasión del rey de Strongcliff, y la del rey de Highhills, obsesionado con una pulga gigante, que le lleva a romper el corazón de su joven hija.

Tal vez me esté saliendo de los derroteros habituales; aunque efectivamente enraizada en la fantasía, en concreto los cuentos tradicionales sobre príncipes y princesas, “Tale of Tales” nos provee de una imaginaria macabra que coquetea con el terror: no todos los días podemos ver a Salma Hayek devorando el corazón de un dragón marino. Co producción entre Italia, Francia e Inglaterra, esta sería la primera película rodada en inglés por su director, el reconocido Matteo Garrone, que recoge tres de los cuentos tradicionales de Giambattista Basile, escritor napolitano del siglo XVII, para adaptarlos con su personal y barroca visión.

Un misionero ha desaparecido dentro del Ödmården, un gran bosque que divide el norte del sur de Suecia. El rey envía un equipo de rescate, entre los que se cuenta Nanna, una joven soldado. Huérfana a temprana edad, es la primera vez que viaja a su tierra natal, las áreas paganas del norte del Ödmården. Desgarrada por la lealtad a caballo entre su nuevo y viejo mundo, ella descubre, a medida que se adentran en el bosque, un terrible mal que amenaza con llevarla a la oscuridad.

Un draug, en nórdico antiguo, es un ser legendario cuyo “modus operandi” suele ser el de un zombie de Romero. Aunque dependiendo de la leyenda encontramos distintas interpretaciones, desde la más carnal hasta la que simplemente los define como espectros asociados a las tumbas vikingas, pues la raíz semántica del término significa “fantasma”.

Cuando Liza cumple los treinta su mundo se vuelve del revés: la anciana de la que cuida, la viuda del embajador japonés, fallece legándole su piso. Y, sin embargo, lo que más preocupa a Liza es encontrar ese amor del que hablan las novelas baratas. Su único amigo, el fantasma del cantante pop Tomy Tani, no le pondrá las cosas fáciles, haciendo que cada encuentro amoroso, a cada cual más gañan, se convierta en una odisea fúnebre. ¿Será cierto que Liza está maldita y condena a todos sus enamorados a la tumba?

“Tío, ¿qué coño hace una comedia romántica en Almas Oscuras?” Entiendo la sorpresa, yo mismo me lo he pensado varias veces antes de decidirme a reseñar “Liza the Fox-Fairy”, cierto que tiene suficientes elementos fantásticos como para haber participado, con indudable éxito en multitud de festivales de género, pero lo es igualmente que no tiene ni una pizca de terror. Veréis, estoy tan cansado de ver películas malas, véase mi periplo por el After Dark (y en breves tendremos una nueva entrega), estoy tan cansado de que de terror sólo tengan la etiqueta, estoy tan cansado de que los géneros se hayan manipulado para una nueva forma de ver el cine que no comparto… estoy tan hasta al gorro, que cuando sentí el buen rollo que me transmitía la húngara “Liza the Fox-Fairy” me dije: “¡qué le den por saco! Esta la reseño aunque se me echen los lobos al cuello”. Y así es, sería injusto no recomendar una experiencia tan simpática y auténtica, pero vaya avisado que de terror tenemos poco, aunque, pensándolo bien, encontraréis más muertes y situaciones pasadas de rosca que en muchas de las encumbradas como nuevas obras de culto: ¿“Babadook”? ¿“Turbo Kid”? No, si queréis emoción en estado puro: “Liza the Fox-Fairy”.

Si hace unos días podíamos ver el tráiler del regreso a de Alejandro Amenábar, Regresión, ahora le toca el turno al de Guillermo Del Toro. Y lo hace nada menos que con un cuento macabro de fantasmas, de esos que tanto le gustan y que no dirigía desde El espinazo del diablo. Ojo, digo que no dirigía, pero sí que se ha encargado durante todos estos años de producir o “dar nombre” a películas, de variopinta calidad, con dicha temática: ahí tenemos Mamá o el remake de No tengas miedo a la oscuridad. Aderezando, eso sí, con la inconfundible puesta en escena de la que probablemente sea su mejor película, El laberinto del fauno. Parece que Del Toro a vuelto por la puerta grande, en cine con Pacific Rim o en televisión con The Strain y muy pronto en videojuegos con Silents Hill, sin olvidarnos de su labor creativa en la trilogía El Hobbit. Vamos, que no para el amigo mexicano. Pero, ¿de qué va este Crimson Peak?

Situado en Cumbria, en una mansión en ruinas en una región en gran parte rural y montañosa del norte de Inglaterra en el siglo 19, la joven autora Edith Cushing (Wasikowska) descubre que su nuevo marido encantador Sir Thomas Sharpe (Hiddleston) no es quien parece ser.

Los Ángeles, 1983: El pardillo del instituto se cruza con el equipo de rugby al completo mientras estos se dedican a meter mano a sus chicos en la trasera de sus bugas. Tras el encontronazo, el capitán del equipo desafía a nuestro pardillo a traer algo del parque de atracciones abandonado una vez pasada la medianoche. Pero allí, Pardillo McFly no solo encontrará atracciones polvorientas, también el amor de la chica más popular del instituto y el horror de seis demonios con menos movilidad que una piedra de molino.

Mezclemos la estética registrada de un Tim Burton tísico con la esencia más ñoña de “It”, añadámosle actores que no merecen tal nombre, efectos especiales sonrojantes, una sobredosis de películas para adolescentes de los ochentas y varios cientos de miles de bombillas: el resultado, macerado en barricas de neumático quemado desde la exótica Hungría, se llamaría “Gingerclown”, y sería menos apetecible que una lavativa anal con aguarrás. Una película que ha pasado desapercibida, por suerte, aun contando con la asociación de ciertos nombres, en este caso actores famosos muy vinculados con el fantástico, para lo que sería el doblaje de las criaturas fantásticas (¿demonios?) que pueblan el parque de atracciones abandonado donde se ubica la trama.

Bueno, ¿trama?, ¿argumento?, ¿guion? Palabras que le quedan grandes a la patochada que se saca de la manga el hombre detrás del invento: Balázs Hatvani, desconocido director que decide situar el marco temporal en el año 1983, el de su nacimiento, sin que esto aporte más que unas gotas de nostalgia que no se rubrican con una escenografía o vestuario a juego. Vamos, que la película transcurra en los ochenta no aporta nada y, además dados los resultados, parece un flaco favor a los que guardamos tan buenos recuerdos de Naranjito, Espinete, los Teleñecos y demás…