¡Mamá, la tele escupe sangre!
Reconozco que no soy un gran fanático de las de series de televisión. En la actualidad picoteo de series animadas de humor cafre (South Park o Kevin Spencer) y poco más, en realidad me quedé allá en los 90 con Misterio para tres, Twin Peaks, Expediente X e Historias desde la Cripta, tras las maratonianas sesiones frente a la tele de los ochenta viendo El Equipo A, V, El coche fantástico, Starman y un largo etcétera que muchos de los aquí presentes recordamos con sincera nostalgia.
En la última década parece que nuestro género favorito, el terror, ha salido de esa marginación a la que épocas anteriores habían condenado al horror, al menos en cuanto a series para pequeña pantalla se refiere. Sin duda, el auge actual de las series – y la gran calidad técnica que se puede manejar en fomarto televisivo – con Perdidos, Dexter o House como bandera -, han abierto camino para que otro tipo de enfoque, más aterrador, se cuele por las emisiones diarias de la mal llamada caja tonta. Así, en los últimos tiempos y a bote pronto todos podemos pensar en series de moderado éxito como The Walking Dead, True Blood, Dead Set, Fear itself, Masters of Horror, Pesadillas y Alucinaciones, etc, etc… (he obviado series españolas porque despues de “internarme” en alguna creo que todavía nos queda grande hacer series con el miedo como mayor factor a destacar). Más allá de las citadas franquicias, un servidor solo ha disfrutado con series de duración limitada, como la imprescindible Dead Set o la curiosa La Habitación Perdida, y es que si algo me tira para atrás es enfrentarme a una “historia interminable” como Perdidos – resulta agotadora esa sensación de “¿cuándo diablos llega esto a una conclusión coherente?” -.