Jamie es un veinteañero londinense que vive a la sombra de su rostro estigmatizado. Una mancha, en forma de corazón, mancillando su rostro y parte del cuerpo, ha marcado su vida no solo en sentido físico. La soledad, el aislamiento; la necesidad acuciante de sentirse amado por una mujer, una pena profunda que le atosiga a donde vaya. En tamaño estado de perpetua depresión, Jamie acude a su puesto de trabajo. Trabajar con su tío como fotógrafo no está mal, pero sigue sintiéndose vacío.
Todo cambia la noche en que contempla, por accidente, como unos encapuchados queman a un hombre y su hijo, en un callejón dejado de la mano de Dios. Aunque los informativos y la policía especulan sobre una banda callejera que ataca a sus victimas bajo mascaras de plástico, Jamie sabe la verdad: Los atacantes no portaban mascara alguna, su rostro era el de demonios rodeados por esas moscas de la locura que liban la sangre de los cadaveres dejados a su paso.
Lo mejor: La atmósfera de las localizaciones genera, con potencia, una vivida imagen del lado oculto y siniestro de Londres.
Lo peor: El final puede resultar manido, especialmente al espectador curtido; el personaje de Jamie resulta demasiado pasivo restándole fuerza a un guión detallista que peca de falta de profundidad.