¿El mejor thriller de los últimos diez años? Bien, algunos lo cacarean a los cuatro vientos, pero supongo que para asegurarlo deberíamos ver todos los thrillers editados desde el 2000; algo, que dadas mis escasas preferencias por este género, no veo factible en mi caso. Sin embargo, lo que se puede asegurar sin temor a ruborizarse es que estamos ante una muestra de cine con mayúsculas. Esta cinta surcoreana demuestra que cuando se trata de hacer despliegues espectaculares, estos orientales no son solo buenos mandando tanques a las montañas, en maniobras militares de dudosa catadura. De hecho, los valores de producción son los propios de cualquier proyecto hollywoodiense de altos vuelos: actores de renombre (destacando de forma ejemplar Min-sik Choi, protagonista de la magistral Old Boy y de otras películas de la serie de la venganza de Chan-wook Park), tomas faraónicas complementadas con cientos de extras, escenas espectaculares basadas en delicados efectos visuales y otros juegos de cámara que a más de un cinéfilo excitarán hasta el inevitable orgasmo estético al que cada fotograma incita. En definitiva, una superproducción en toda regla, desarrollada alrededor del trabajo como director de Ji-woon Kim, cineasta sobradamente conocido en occidente por la tan magistral como terrorífica Tale of Two Sisters y ese western cómico de acción llamado The good, the bad, the Weird, el cuál resultó otro deleite para la vista y, por qué no, cúmulo de risas tontas a destajo. Tal vez a I Saw the Devil se le pueda achacar una duración excesiva viendo el simple argumento que se nos presenta, pero este suele ser un mal endémico del cine oriental y, si como es el caso, se presenta cada minuto del metraje con una intencionalidad y un tempo pensados para enganchar al espectador, bien sea despertando su asco, sorpresa, incredulidad, tensión o pena; pues su larga duración se nos presenta como un mal menor fácil de ignorar. Sobre todo cuando las medidas explosiones de violencia, explícitamente gráfica pero siempre al límite de lo que podríamos considerar pornográfico, se nos suministran dosificadamente, generando una difícilmente descriptible adicción hacia este cuento de venganza.
Kim, es un agente secreto del servicio de inteligencia coreano que se las promete muy felices con Se-jung, su novia, y se prepara mimosamente para celebrar con ella su cumpleaños. Por desgracia está trabajando en una misión y no podrá reunirse con su chica hasta la noche, en la remota casa de los padres de ella; ante dicha ausencia solo puede jurarle amor eterno vía telefónica sin saber que, a poco de colgar, ella se verá secuestrada, vejada y torturada por un frío psicópata cuyo grado de crueldad y perversión alcanza cotas inhumanas.
No pasa mucho tiempo hasta que la policía, y es que curiosamente la novia de Kim es hija de un importante comisario retirado, encuentre los restos de la pobre Se-jung: una cabeza cercenada.
Cegado por la ira, la pena y el deseo de venganza, Kim se embarca en una cruzada personal, al margen de su propio cargo como agente de la ley, en busca del maldito psicópata. Al poco de dar con él y conocer su crapulenta forma de vida, al parecer las fuerzas del orden público llevan años tras su fechorías, comienza un juego del gato y el ratón donde el objetivo de nuestro buen agente secreto no es otro que el de hacer pagar a Kitaro, el asesino de jovencitas, diente por diente y sangre por sangre; aunque para ello se tenga que convertir en un monstruo peor que la manada de salvajes dementes que pueblan las carreteras olvidadas de Corea del Sur.