“Viaje sangriento” es una serie de terror original de Netflix. De formato antológico, cada uno de los *seis capítulo*s cuenta una historia autoconclusiva en unos treinta minutos. La argamasa que aglutina estas historias: el género que comparten y su secuencia inicial.

El conductor de un autobús hace que los pasajeros rememoren los terribles acontecimientos de los que fueron partícipes en vida. Eso incluye sacrificios rituales, enfermedades mentales y asesinatos de todo tipo.

Mi problema principal con esta serie es su falta de casquería. Pese a que el título “Viaje sangriento” promete cantidades ingentes de gore, ninguno de los capítulos muestra apenas nada; la mayoría de muertes son demasiado limpias. ¡Venga ya!

Me encantan las películas de “Evil Dead”. Están llenas de defectos, no lo niego, pero nunca se toman demasiado en serio a sí mismas, por lo que funcionan a la perfección como un descerebrado placer culpable.

Lo mismo podría decirse de su secuela, la serie de TV que hoy traemos a coalición. Y es que “Ash vs Evil Dead” es un pasatiempo la mar de entretenido que disfrutaremos especialmente aquéllos que teníamos ganas de que la franquicia de Sam Raimi resucitara más allá del formato cómic, videojuego o musical. Porque es innegable que esta serie va dirigida, sobre todo, a los fans de la trilogía de “Evil Dead”.

De hecho, me atrevería a decir que “Ash vs Evil Dead” es puro fanservice, un apéndice placentero que granjeará a los aficionados de la saga horas de desenfrenado onanismo.

Antes de empezar con la reseña propiamente dicha, dejad que rompa una lanza a favor de esta película original de Netflix. He visto a mucha gente decir que quiere subirse al carro del éxito cosechado por Un lugar tranquilo. Personalmente, no pienso que sea así. Y es que ambos films se grabaron más o menos al mismo tiempo. Además, A ciegas es una adaptación, se basa en el debut literario de un tal Josh Malerman, por lo que su argumento no es un mero refrito oportunista.

También he escuchado que A ciegas es derivativa. Lo cual, hasta cierto punto, es cierto. Es imposible verla sin que su premisa postapocalíptica nos remita a La niebla o a El incidente, por ejemplo. Por no hablar de la ya mencionada Un lugar tranquilo. No obstante, pienso que A ciegas presenta una dosis de innovación que, aunque modesta, es de agradecer.

Virginia (Julieta Cardinali) huye de su ex marido junto a su hija Rebeca (Fiorela Duranda). La niña es secuestrada en una estación de servicio y será sacrificada en un ritual si su madre no supera un juego diabólico.

Ataúd blanco no me ha gustado. Entre los numerosos errores de esta película debemos destacar un guión que se deshace por momentos y abusa constantemente de todos los clichés habidos y por haber. A esto hay que añadir unas interpretaciones acartonadas y una banda sonora insípida. Es que ni siquiera el aspecto más rescatable del film, la fotografía, ayuda a mejorar la nota del conjunto; el innegable preciosismo de este apartado atenta a todas luces con el tono, sucio y lúgubre, de la historia que se nos está contando.

En 2002, el entrañable canal de televisión SyFy emitió Saint Sinner, adaptación fílmica bastante libre de Razorline, serie de cómics del venido a menos Clive Barker. A Barker, que no le gustaba cómo habían manejado su historia la gente de Marvel, le alegró saber que se le iba a dar una segunda oportunidad; tal era su entusiasmo que ejerció como productor ejecutivo en esta traducción del concepto a la pequeña pantalla. Espero que acabara más satisfecho del resultado que yo.

En el año 1815, un monje llamado Tomas Alcala (Greg Serano) librera sin querer a dos diabólicos súcubos, Munkar (Mary Mara) y Nakir (Rebbeca Harrell). Los demonios viajarán en el tiempo, alimentándose de hombres incautos, y Tomas será elegido por Dios para darles caza junto a una detective del siglo XXI, Rachel Dressler (Gina Ravera).

Soy un incondicional del terror. Podría decirse así. Aunque bueno, si me llamáis adicto, no pasa nada, ¿eh? En el fondo, lo tengo asumido; ya sabéis, el primer paso es reconocerlo. El caso es que consumo terror vorazmente. Y en todas sus facetas, que no son pocas. Porque si algo tiene el terror, es que es versátil. Muy, muy versátil. Uno puede insertarlo en cualquier cosa. La red es una prueba de ello. Si bien los formatos artísticos más tradicionales para expresar el terror son el cine y la literatura, también en internet se encuentra material escalofriante. Y de muy buena calidad, debo decir.