El cine de exorcismos está viviendo un nuevo auge en los últimos años. Puede que, coincidiendo con las predicciones sobre el inminente fin del mundo, todo este nuevo océano en el que nadan el bien y el mal y la fe, perdida y recobrada, vuelva a tener aquella intensidad que tuvo tras el mega-éxito de la mega-magnifica y mega-copiada El exorcista (The Exorcist, 1973). Claro que, si bien el subgénero está renaciendo, y, si bien después de El exorcista hubo gran cantidad de propuestas similares en cuanto temática, la mayoría de aquellas películas y la mayoría de las actuales no valen un carajo. Hace poco, tal como os intenté hacer comprender a los lectores de Almas Oscuras, me tragué uno de los mayores montones de mierda que uno, suicida que es, se traga de vez en cuando. Ese marrón se titula Costa Chica: Confessions of an Exorcist (2006), también conocida como Legion: The Final Exorcism. No confundir con la esperada (efectivamente, por tierras españolas, para que luego se quejen de la piratería y tal, aún la estamos esperando) El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010). El Rito, sin embargo, trata al espectador con más decencia que aquella del Costa Chica; pero es complicado incluirla en el selecto club de las producciones decentes del subgénero. Las razones, en las próximas líneas.
El Rito se abre con el recurrido “Inspirado en hechos reales”. Esos hechos supuestamente reales llegan de un libro, escrito por el californiano Matt Baglio y adaptado, a su modo, por Michael Petroni. En el libro, el tal Baglio describe lo que vivió, junto a otro tipo, el sacerdote Gary Thomas, como aprendiz de exorcista en Roma. Thomas, por su parte, es uno de los catorce exorcistas oficiales estadounidenses que siguen con trabajo. Porque, se crea o no en estás cosas, ya sea por sugestión, obsesiones, enfermedades o, como dicen ellos, demonios que se apoderan de su cuerpo y alma, esto existe, y cada año hay una cantidad preocupante de personas que aseguran haber sido poseídas.