Siete días para darle forma al mundo y un segundo, una escena, una sola imagen, para destruirlo. El cuerpo pálido, sucio y apaleado de una pequeña de 8 años, tu hija. El terror es multiforme, solemos asociarlo a amenazas externas que provienen de lo desconocido, pero el miedo, el horror, está tan cerca que podemos sentir su respiración en nuestras narices. No hay nada más horrible que el sufrimiento y la muerte de un ser querido. ¿Qué opciones le quedan a un padre que se estampa ante el retrato de su pequeña brutalmente violada y asesinada?
Los guionistas del cine de terror tienden a empatizar con el número siete. “Si ves esta cinta de vídeo, morirás a los siete días”. “Siete son los pecados capitales”. Siete, un número mágico, místico. Un año menos que la edad de Jasmine en su muerte. Los días que faltan para su cumpleaños. 168 horas en las que Bruno Hamel (y nosotros con él) pretende torturar y asesinar al hombre que mató a su hija y con ella se llevó su vida, su estabilidad y su cordura.
Lo mejor: El intercambio de frases entre detective y protagonista en la última escena.
Lo peor: Que no profundice más en la relación víctima-asesino.