Navidad, sangrienta Navidad
Aprovechando fechas tan señaladas, nuestro buen amigo HorrorJeur (no os perdais su estupendo blog www.horrorjeur.tk) nos trae a la memoria un slasher tan, en ocasiones, olvidado como determinante para el desarrollo de tan insigne subgénero. Por mi parte aprovecho para desearos a todos Felices Fiestas y un próspero (y terrorífico) 2012. Joan Lafulla.
Una bizantina discusión que ha dividido a estudiosos (y no tan estudiosos) del cine de terror procede de determinar la nacionalidad de origen de ese subgénero que ha venido en denominarse slasher. Por si alguien lo desconoce, diré que las películas slasher (que podría traducirse como “de cuchillazos”), son aquellas en las que un grupo de jóvenes es asediado por un asesino con predilección por las armas blancas. Un género que ha devenido con el tiempo universal, y que se extiende hasta nuestros tiempos (basta recordar el éxito de la cuarta entrega de Scream estrenada este año), gracias a que – a la manera de sus icónicos Jason Voorhees o Michael Myers – es resucitado una y otra vez para explotar mediante secuelas y remakes a cadáveres cada vez más predecibles y malcarados. Para algunos se trata de un género eminentemente estadounidenses y que tiene como obras seminales películas como La noche de Halloween (Halloween, 1976) de John Carpenter o la archiconocida Viernes 13 (Friday the 13th, 1980). Para otros, el origen se remonta unos años antes y debe ubicarse en Italia, particularmente con el sangriento film de Mario Bava Bahía de sangre (Reazione a catena, 1971). Sin embargo, Navidades Negras (Black Christmas, 1974), dirigida por Bob Clark, añade un nuevo componente a la discusión sobre el país originario del slasher, a modo de inesperado giro argumental tan caro al género: tal vez el “culpable” de alumbrar al género, no sea los EEUU o el país transalpino, sino el pacífico y tranquilo Canadá. Y es que para muchos el verdadero nacimiento del slasher se produce con esta película, de producción enteramente canadiense.
Lo mejor: Sus estilizados asesinatos.
Lo peor: Qué sus méritos no hayan sido todavía suficientemente reconocidos.